Eduardo Caamaño Olmedo es de Melincué, Santa Fe, y Villa María estuvo en su ruta solidaria, en la que visitó amigos que fue cosechando en el marco de su decisión de ayudar y conocer a otros hermanos argentinos.
Desde 1995 tiene armado un Citroën con carrocería Lodi, vehículo que utiliza para transportarse por diversos lugares de nuestros país para visitar escuelas y entregar lo que la gente dona.
“Un club de la provincia de Buenos Aires que me dio la oportunidad de ser parte de una travesía solidaria, hice dos con ellos y me abrí. Me gusta hacerlas solo”, confesó bajo el sol en las arenas de la playa de barrio Santa Ana de esta ciudad, en la que entre mate y mate -y con la compañía de Ramiro González, de una familia villamariense amiga- conversó con EL DIARIO.
“En diciembre pasado hice una parte (de un nuevo viaje) y este año con la ayuda de varias personas de diferentes provincias concurrí a la escuela El Talita 83 del Departamento Ancasti, en Catamarca, la Escuela 424 de Candelaria, del mismo departamento, y la 382 de El Mojón. También visité San José, escuelita que ya conocía”, precisó. Resaltó que no les lleva lo que él considera, “sino lo que les hace falta, lo que me piden”.
Utiles y comestibles fueron los principales productos entregados. A fines de este año piensa regresar “porque quiero estar en la confirmación de chicos del Mojón, quienes me invitaron”.
Las redes sociales son una fortaleza a la hora de solicitar donaciones, como así también sus amigos, que fue generando en distintas provincias argentinas.
Siempre viaja solo, tiene muchas anécdotas, pero prefiere guardárselas, aunque con el correr de la charla terminará contando varias experiencias.
“En 2012 llegué a Mojón y me encontré con una entrega de sus pobladores que nunca había vivido. Era la primera vez que nos veíamos y que te brinden una amistad así desde el primer día es lo que me llevó a seguir”, confió.
“Si fuera por ellos, estaría allá, no te dejan volver. Particularmente me gusta convivir, compartir, ir a sus ranchos. Te invitan con el mate, con la galleta y se sienten bien con que compartas”, subrayó Eduardo.
A cada paso se inmiscuye en los matices de cada cultura y rápidamente se siente a gusto, porque sus anfitriones le regalan su cariño.
“Si a la gente grande le caes bien, te cuenta de su cultura, de su trabajo. Encontré a una señora en silla de ruedas que tejé sobre pelo, es como si fuera una frazada toda tejida a mano que va sobre el caballo para que no lastime la montura. Me enseñó todo el proceso en su casa. Para hacer una (prenda) tarda entre siete u ocho días y luego se vende a 800 pesos. Es mucho laburo y no vale nada”, comentó. No obstante, aclaró que “100 pesos de ellos son 1.000 nuestros de la misma moneda, ocurre que los sueldos son distintos y ellos son más libres, se arreglan con nada, no como nosotros que si no vamos al supermercado, no comemos”, detalló.
Eduardo, quien no tiene hijos, pasó unas horas en Villa María y continuó con su andar, en su Citroën, al que manejó a 60 kilómetros por hora en su ida hacia el Mojón.
No quería una nota
Eduardo Caamaño es el fiel exponente de la solidaridad en silencio: no necesita y no quiere ser elogiado por su accionar; no necesita salir en los medios de comunicación mostrando lo que hace.
Por eso, este hombre santafesino no quería saber nada con darle una nota a EL DIARIO. Lograr una charla periodística no resultó fácil. Lo sorprendimos en la playa en la que se encontraba y de a poco fue respondiendo preguntas y exhibiendo su simpleza... y su libertad.