Escriben: Sergio Vaudagnotto y Juan Pablo Morre
(Enviados especiales a la provincia de Salta)

En nuestra crónica de ayer ilustramos la llegada del cargamento humanitario enviado por vecinos de Villa María y Villa Nueva. Todo cuanto pueda escribirse desde allí se verá afectado por un cúmulo de sentimientos que surgen a partir de imágenes desgarradoras.
Ahora, desde esta capital tucumana, un punto casi equidistante entre nuestras villas y la localidad salteña sumida en el desastre, surgen en nosotros algunas miradas que debemos compartir con los lectores que vienen siguiendo la situación originada en la fuerza oculta de la naturaleza, convertida en alud el 9 de este mes, y abonada también por la mano del hombre que desmonta y dinamita para abrir espacio a la soja.
Surge a la distancia -decíamos- una mirada que intenta ser menos apasionada. Aunque la primera imagen que nos viene es la de un pibe de 8 ó 9 años llevado por su madre ante Fabricio Stechina, el médico aportado por la Universidad Nacional de Villa María a la comitiva de villamarienses y villanovenses. El cuerpo del niño estaba plagado de escabiosis, a la que debemos llamar sarna para que se entienda porque el dengue es el mal mayor, pero hay otros males que no son menores.
Así andan todos los habitantes de Tartagal por las calles: buscando nada en cualquier lugar, casi sin saber para qué han nacido. Tristes. "El punto más alto de la tristeza es el anochecer. Es cuando sabés que te quedás a oscuras con el hambre y el frío", como dice Juan Carlos Doñate, de Radio del Rosario, otro de los integrantes del grupo de voluntarios-veedores de las instituciones de las dos villas.
Es mucho lo que deja la experiencia en el lugar de los hechos. Pero hay algo que surge como una necesidad: revelar a los lectores que después de depositar en manos seguras el cargamento, varios de los enviados, como el mismo Doñate, o los efectivos de Defensa Civil de Villa María, Gema Mosqueira y Jorge Bustos, o Javier Noriega de la Juventud Solidaria o el voluntario Santiago Medina, por citar sólo a algunos, recorrieron los barrios más afectados "al otro lado de las vías" y visitaron a los vecinos y no vieron nada, ni un sólo elemento que esa gente haya recibido de los más de 20 camiones que fueron hacia Tartagal desde distintos puntos del país.
La gente -lo decíamos ayer- anda por la calle "a la pesca" de alguno de esos camiones y se agolpa al frente del Regimiento de Infantería de Monte Nro. 28 "a donde deben llevarse todos los cargamentos".
Allí sí vimos entrar y salir camiones y también comprobamos que muchos civiles, como los alumnos de la Universidad de Buenos Aires, colaboran. Pero no sabemos concretamente hacia dónde va la ayuda. Dicen que hacia algunas escuelas, que hacia algunos centros vecinales... Pero...
Lo enviado desde las villas fue a la escuela "Coronel Uriburu" por la presión de los coordinadores de la expedición y también por la presión añadida que hizo la gente en la calle, parando el camión.
Horas antes, apenas llegado el contingente cordobés, los responsables pidieron entrevistarse con la mujer designada por el Comité de crisis para coordinar que la entrega fuera "a los auténticos necesitados, porque hay periodistas que quieren documentar ese momento". Se hizo media docena de llamadas desde un destacamento policial ubicado en la avenida de acceso sur a Tartagal, pero la mujer nunca pudo ser localizada (ni por los propios policías).
Todo apunta a una gran desorganización. Ya pasaron dos semanas y las cosas tendrían que funcionar mucho mejor. Gabriel Ríos, director de Defensa Civil de Villa María e integrante de la comitiva, sostuvo que "en el desastre por las inundaciones en Santa Fe se trabajaba con más profesionalismo y más coordinación".
La misma impresión tenían los adventistas de ADRA, presentes en las dos emergencias. En Tartagal ellos también ponen un grano de arena desde la sociedad civil. Han ubicado carpas en la esquina de Mariano Moreno y Pacan. Allí llegaba la gente con ropa totalmente embarrada y ellos la lavaban a presión. Y prestaban otros servicios como darle la merienda a los más chicos.
De fondo, el ruido de las máquinas trabajando en la limpieza del lecho del río, removiendo una verdadera montaña de lodo y árboles que habían sido cortados. Un inmenso amasijo en el que podrían estar sepultadas las vidas de los ocho desaparecidos.
Aguas arriba del pueblo "se están formando nuevas lagunas, y cuando la tierra se rompa, se nos vendrá encima", vaticina un lugareño septuagenario. Así están las cosas. Y no deberían quedar así. No podemos dejarlas así. Entre otros motivos, porque esos argentinos necesitan abrazos nuevos y herramientas y útiles escolares y vajillas y...
Para trabajar contra las enfermedades, contra todos los males y a favor de la vida.