NOTA Nº 377, escribe Jesús Chirino
Como sociedad debemos continuar indagando acerca de qué nos pasó para que fuera posible la dictadura cívico- militar iniciada en 1976 con todo su horror. El miedo, la delación, la falta de compromiso con los derechos y tantas otras cosas fueron invadiendo diferentes ámbitos. Algunos, sinceramente, creyeron que no colaboraban con el terror sumándose a gobiernos municipales o dejando de hacer cosas para no molestar a quienes entonces ejercían el poder. Otros ocuparon espacios para aprovecharse de la situación y sacar ventaja. Todo eso no sólo fue culpa del monstruo militar, en la civilidad pasaron cosas para que esta sociedad permitiera que todo aquello sucediera. Ya escribimos acerca de cesanteados durante la dictadura y sus esfuerzos para ser reincorporados cuando restablecimos la democracia. Para esta nota entrevistamos alguien que nunca fue reincorporado a pesar de haber obtenido, durante la misma dictadura, un fallo favorable de la Corte Suprema de Justicia.
No podés entrar
Teobaldo Morales, de él se trata, nos recibió en su casa. Cerca del lago, en la costa villanovense del Ctalamochita. La noche fría se atenuó con su calidez humana. Sabía que llegábamos para que trajera recuerdos de épocas difíciles, igual mantuvo su gran sonrisa. Comenzaron a aflorar sombras y luces del tiempo en que era profesor de uno de los institutos dependientes de la Biblioteca Bernardino Rivadavia. Era 1976, ya no había Gobierno democrático en el país. Entonces “con los chicos del secundario” ensayaba una obra de teatro. Faltaba poco para estrenarla. Hacía años que Teobaldo dirigía obras protagonizadas por estudiantes del instituto secundario Víctor Mercante. La recordó así “era una obra en la que un tipo entraba a una oficina, un lugar donde todos estaban atrapados por los ritos que arman la rutina, y los eleva a mundos fantásticos entusiasmándolos con su imaginación”. Estaban dando los “últimos toques” para presentarla “en un encuentro de teatro estudiantil en Marcos Juárez”.
Un día arribó al colegio y se encontró conque había llegado un sobre del Ministerio de Educación. Lo llamaron a una oficina y le dijeron que por una resolución ministerial no podría continuar ejerciendo la docencia. Cuenta que le dijeron “no podés entrar. Pero escuchame están mis alumnos esperándome, los chicos se van a decepcionar… No, vos no podés entrar. Y no me dejaron entrar”, cuando relató esto su cara se endureció, golpeó la mesa con su puño y dolorido dijo “no me dejaron despedir de mis alumnos”. Se produjo un silencio y pareció que regresaba a los ensayos de aquella obra de Roberto Arlt, entusiasmado recordó: “Era una obra comprometida, un mensaje… seres que se liberaban de la rutina del trabajo a través de la acción de la imaginación portentosa de uno… después los hacía bailar mientras la gente seguía trabajando (con los dedos hace ruido golpeteando la mesa, simula escribir a máquina). Una belleza, una obra corta pero una joya”.
La dureza retornó a su cara. Entonces noté que en realidad todo su cuerpo se tensaba, y repitió “bueno, pero no pude despedirme de los alumnos. Fue una frustración muy grande… sentí que era una gran injusticia que se cometía conmigo, siempre estuve opuesto a las organizaciones especiales, yo me considero un tipo de izquierda y en aquel tiempo más todavía yo enseñaba marxismo como metodología de interpretación de la realidad social”.
Pero Teobaldo no fue derrotado y pensó que lo mejor sería hacer un reclamo judicial. Si bien nunca fue comunista, “amigos del partido comunista” le dijeron “que estaba acertado, que hacer el juicio era la única manera de salvar la vida”. Buscó abogados en Villa María, pero nadie quería hacerse cargo del caso. Un día su hija Silvia, estudiante de derecho en la Universidad Católica, le dijo que tenía un excelente profesor de derecho administrativo. Era Jorge Gentile, a quien Teobaldo fue a ver, no sin notar antes que al igual que él era demócrata cristiano. “Iniciamos el juicio en el Juzgado de Bell Ville”. Pero el juez del lugar no les dio la razón. “Cuando perdimos aquí fuimos a la Cámara Federal, allí lo ganamos”.
Apelación de Videla
El 30 de setiembre de 1980, el diario La Voz del Interior, publicó que había prosperado “…el amparo de un docente inhabilitado por el ministro de Educación”. Era un fallo de la Sala Civil de la Cámara Federal de Apelaciones, Secretaría de Carlos Luis Uboldi, que hizo lugar al amparo presentado por el docente villamariense y suspendió la medida dictada por el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación que había dispuesto “inhabilitarlo para desempeñarse en establecimientos de enseñanza privada en toda la tarea en que reviste en el Instituto Víctor Mercante de Villa María” y en “todos los ámbitos y jurisdicciones” en base a “razones de seguridad que así lo aconsejaban”. Las supuestas bases legales para este sinsentido cometido con el profesor Morales, así como con otros docentes a lo largo y a lo ancho del país, eran dos leyes del Poder Ejecutivo Nacional de la dictadura. Una de ellas era la número 21.260, publicada en el boletín oficial del 26 de marzo de 1976, que planteaba la baja de los empleados públicos que se pensaran vinculados a “actividades de carácter subversivo o disociadoras”. La otra ley era la 21.381 que autorizaba al Ministerio de Educación para inhabilitar para el desempeño en establecimiento privados de enseñanza al personal que anteriormente hubiera sido cesanteado mediante la Ley 21.260.
La Cámara Federal dijo que para el despido de Morales no se habían aportado elementos que avalaran la inclusión del docente entre los subversivos o “disociadores” o con actividades relacionadas. Tampoco existía sumario o actuaciones administrativas, para acreditar los supuestos cargos y permitir la defensa. Se consideraron inválidos los elementos mediante los cuales se pretendió justificar el despido del docente dado que una resolución ministerial hablaba de informaciones de carácter “secreto”. Según el artículo de La Voz… Morales había agregado a la causa “certificaciones de autoridades de los establecimientos educacionales oficiales en los que el actor también ejerce o ha ejercido la docencia, en las que consta el elevado concepto que les merece el peticionante”. Los fundamentos escritos por el juez Ricardo Haro y acompañados por la firma de los otros integrantes de la Cámara, Miguel Angel Bustos Vocos y Marcos Arnaldo Romero.
Retomando el relato de Teobaldo, nos dice: “Pero entonces el que apeló fue el teniente general Videla. Imaginate una apelación de Videla”. Pero dos años después la Corte Suprema confirmó lo establecido por la Cámara Federal de Córdoba.
Sí, pero no
“Volví con el fallo a la escuela… con la alegría que volví. Me presenté al director que era -Eduardo- Marzolla. Era a fines de septiembre primero días de octubre, me dijo mirá no conviene que te reintegre ahora porque los alumnos van a verse perjudicados. Pero escuchame yo hace seis años que no laburo, necesito trabajar… No, no, dijo, esperá que cuando empiece el año próximo, en el 83, al iniciar las clases te vamos a devolver las 14 horas. Yo tenía 14 horas en el profesorado, las asignaturas eran Sociología, Sociología de la Educación y Antropología Cultural…”.
En marzo Morales pidió su horario, pero no se lo dieron “Marzolla adujo que los docentes que habían tomado mis horas cátedra no las querían devolver y cuando se las dieron a ellos Aracilde les dijo miren muchachos estas son las horas de Teobaldo que es titular, yo no las llamo a concurso porque Teobaldo algún día puede volver”. Los docentes prometieron regresar esas horas a Teobaldo. En algún momento Marzolla le dijo que se las pidiera a ellos. Morales cuenta que en una oportunidad “después de una reunión, estaba planteándole a uno de ellos lo que me hacían, la traición, el dolor que me estaban produciendo. Entonces aparece el doctor Rocha, a quien yo estimaba. Viene y dice que ese no es el comportamiento de un profesor en la calle. Entonces le dije no te metás estoy defendiendo mi derecho, mi vida, después de litigar seis años no me quieren devolver las horas cátedra. ¿Qué? ¿querés, pelear? Y se me viene sacándose el saco. Yo no soy boxeador, pero Fula López me había dicho que tenía que pegar primero. Entonces cuando se me acercó le di un directo que en el ojo y en el labio. Entonces el doctor Rocha salió disparando adentro ¡me arrebató! ¡me arrebató! gritaba. Entonces se vinieron todos a dármela. Tuve que ir retrocediendo hasta el auto”.
Teobaldo reconoce que aquello fue un momento de locura, pero con dolor dice “esa misma noche aprovecharon, todavía estábamos en la dictadura, para alejarme y quedar bien con los militares… entonces el doctor Julio Nóbrega redactó una resolución por la cual se me suspendía sine die, es decir sin término, violando todos los códigos de trabajo… hablé con Marzolla, con Sofía Brochero, les dije que estaban haciendo una injusticia, me dejaban sin trabajo, en la calle”.
Morales reclamó ante la Secretaría de Trabajo quien llamó a una audiencia al docente y al Instituto Rivadavia “como representante fue don Julio Nóbrega Lascano, entonces dijo desde ya digo que el instituto ha decidido no responder ninguna requisitoria ninguna pregunta, entonces el secretario le dijo doctor Nóbrega usted sabe qué debe contestar, el profesor quiere saber que determinen cuántos días de suspensión porque no puede vivir en la incertidumbre. Me estaba volviendo loco, no dormía y estaba en una inquietud tan grande, me sentía culpable…”. Morales cuenta que Nóbrega Lascano se cruzó de brazos y no respondió ninguna pregunta. En otra audiencia, con diferente representante de la institución la situación fue similar. Luego “como ya llevaba seis meses de angustia, mal aconsejado, renuncié, presenté la renuncia para liberarme”.
Así fue que a pesar de lograr un fallo judicial favorable, que ordenaba reincorporarlo al cargo Teobaldo Morales no pudo volver a estar en esas aulas que tanto quería. Quién sabe, quizás luego de años de democracia pueda darse un gesto reparatorio.