Pilades se apoya en el bastón, y anda despacito y quieto, arrastrando los pies, para llegar a la enorme mesa de madera que domina el comedor de su casa. Una casa vieja y contundente, de techos inalcanzables, muros de piedra y atmósfera de mucha vida vista, repleta de antigüedades y colecciones de rocas, de maderas, de mariposas, como un museo hogareño. Con paciencia, ya sentado, acaso el habitante más viejo de este puñado de viviendas desparramadas en el campo y la sierra llamado Mallín, cuenta los vericuetos del caserío.
Dice que más de 50 no son, ahí, olfateándole la pureza a Córdoba, perdidos al oeste de Cosquín, al norte de Tanti, a dónde sólo se llega por camino de tierra. “Y digo 50 siendo optimista”, agrega, con los ojos celestes y duros, una cara a la que no se le escapan las sonrisas. Aclara que la gente vive bien, tranquila, que algunos sólo aparecen los sábados y domingos, y que él nunca se cansó del ostracismo. Uno de sus hijos da vueltas por la cocina y asiente. Es el menor de los Richi, y de lunes a viernes estudia en la capital provincial. “Pero los fines de semana me vuelvo para acá, me encanta”, asegura, en referencia a una aldea que no tiene ni plaza, pero que sí tiene una joya a la que bautizaron “La Cueva de los Pajaritos”, descubierta por el padre de Pilades hace una bandada de décadas.
Se trata de un espacio natural que la familia Richi convirtió en complejo, desarrollando un modesto pero vital circuito que sigue los pasos del Arroyo Mallín entre piedras monumentales que hacen de suelo, otras mucho más pequeñas y de extrañas figuras que sirven de postal, vegetación con vistas a los cerros de Punilla, y claro, el coro que forman sus célebres habitantes: los chirrios, o vencejos de collar blanco. Fue declarada Maravilla Natural de Córdoba, pero parece que pocos se dieron por aludidos. La hija mayor de Pilades apenas corta boletos, la expresión del penar.
El paseo, paso a paso
Con todo, el paseo bien vale la escapada. Comienza en el Jardín Lítico (o de piedras) y continúa con La Olla (una laguna) y El Faro, El Tanque de Guerra y La Cabeza del Indio, que eso parecen las rocas. Un puente colgante y una pasarela conectan con el otro lado del arroyo y con el Pozo de los Ingleses (un pequeño espejo de agua), el conocido como Bosque de los Duendes y El Mono, la más curiosa de todas las figuras.
Y allí, pegada, la tan nombrada Cueva. Un escarpado, una herida entre las piedras que baja hasta el murmullo del agua. El socavón, que se ve desde arriba, es el hogar de los chirrios (parecidos a golondrinas, pero más chicos), que descansan instalados en la verticalidad del muro natural. El espectáculo se vuelve fascinante en los atardeceres, cuando los pájaros vuelan hacia la cueva tras una larga jornada al aire libre. En el interior de su guarida, de noche se pueden ver más de 500 ejemplares.
Después, la caminata prosigue admirando las higueras, la formación La Cruz y La Gruta, instalada sobre la cascada Lluvia de Amor (detrás de ella también van a reposar los vencejos), esta última ya cerca del final de la Reserva Ecológica (distante a unos 500 metros de la entrada). En plan regreso, la parada se llama Mirador del Lago San Roque. Desde allí se aprecian las Sierras Grandes, mientras los pajaritos cantan.
Cómo llegar
Desde Villa María, la forma más rápida de llegar a Mallín (unos 225 kilómetros al noroeste de nuestra ciudad) es dirigiéndose a Tanti (vía Villa Carlos Paz). A partir de allí son ocho kilómetros por camino de tierra.