Escribe Silvina Scaglia, Lic. en Nutrición
Desde hace muchos años se está investigando la existencia de diversos factores de riesgo en el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares. Entre ellos se encuentra el aumento de un conocido enemigo de las arterias: el colesterol malo. Pero no es el único, muchos otros han sido descubiertos y otros tantos postulados. Uno en particular es el estrés, y ha interesado por ser un posible desencadenante en el desarrollo de diferentes enfermedades. Las personas frecuentemente piensan que el estrés eleva el colesterol. Sin embargo, las investigaciones realizadas hasta la fecha no permiten afirmar que el estado de estrés produzca grandes incrementos en los niveles de colesterol. Pero personas sometidas a situaciones sostenidas en el tiempo de estrés pueden presentar leves incrementos del colesterol y otras grasas, como los triglicéridos. Lo cierto es que ante la presencia de un nivel elevado del colesterol, es conveniente investigar cuál es el origen del mismo y no pensar que se debe solamente al elevado estrés. Muchas veces la elevación del colesterol sanguíneo se debe a desórdenes alimentarios y sobrepeso. En otras oportunidades es parte de un problema hereditario. El aumento de colesterol sanguíneo puede ser un signo de otra enfermedad, como se observa en algunos trastornos endócrinos (hipotiroidismo). Por ello más allá de la relación directa que puede existir entre el estrés elevado y el colesterol, es necesario entender que cada uno en forma independiente perjudica la salud y que, sumados, potencian sus efectos. El estrés se manifiesta de múltiples maneras. Es importante estar alertas para descubrir cuándo comienzan los primeros síntomas. Nuestro organismo puede enviar señales que deberíamos analizar. Muchas personas comienzan a tener menos energía o sensación de fatiga para realizar las tareas habituales. En otros la agresión es contra el sistema inmune disminuyendo las defensas y hay una mayor propensión a los resfríos.