En los 90, mientras la Argentina se ponía a la cabeza de los países del mundo que tenían a los siniestros de tránsito como principal causa de muerte, el fenómeno era visto como un “efecto no deseado” de las políticas de mercado, las desregulaciones y la reforma del Estado.
Las ideas predominantes de entonces eran que “la mano invisible” del mercado ordenaría no sólo la economía en crisis, sino también a la sociedad, creando la ilusión de que apenas operaran las leyes del mercado el fenómeno de los siniestros de tránsito desaparecería.
Pero por el contrario, en el trienio de los años 93, 94, 95 los siniestros de tránsito no sólo no desaparecieron, sino que aumentaron de 20 muertos a 22 muertos por día, hecho que obligó a buscar otras “soluciones”, y es aquí donde aparecen las nuevas tecnologías para el control de las faltas de tránsito, la instalación de cámaras, radares, foto multas y la privatización del tránsito, por el cual un problema eminentemente político y social pasó a ser desde la óptica neoliberal un problema técnico.
Los más optimistas creyeron que habían matado “dos pájaros de un solo tiro”, ya que las multas por faltas de tránsito no sólo cambiaría las conductas (en la teoría del racionalismo egoísta nadie realiza acciones que afecten sus intereses económicos), sino que también terminaría con la malaria financiera que la reforma del Estado le transfirió a las provincias y municipios. Sin embargo, las predicciones de esta teoría no se cumplieron, las recaudaciones pasado el momento inicial deberían haber descendido paulatinamente al igual que el promedio anual de muertos por siniestros de tránsito, al contrario, la recaudación por faltas de tránsito se mantuvo constante y el promedio anual de muertos por día no se modificó durante más de 10 años, lo cual demuestra en los hechos, que la creencia del racionalismo egoísta, es falsa.
La pregunta es saber por qué fracasaron todas estas políticas que ahora el Gobierno local quiere repetir, pese a que se identifica con el Gobierno nacional que está en las antípodas de las ideas neoliberales que predominaron en los 90, con políticas de Estado activas, ampliación de derechos y una amplia participación ciudadana que volvió a poner a la política en primer lugar.
El tránsito como problema político
El tránsito es, ante todo, un problema político, en tanto nos afecta y nos involucra a todos por igual, es decir, no sólo es un problema del Gobierno local, sino de toda la comunidad y mientras este problema no sea abordado conjuntamente por el Gobierno local y los ciudadanos en su conjunto no hay solución posible.
Cuando se antepone la ideología a la realidad se termina creyendo que la realidad es como la describe la ideología y la realidad es como es y no como nos gustaría que fuera y ésta es una de las principales causas del fracaso de las políticas de los 90, donde la intervención del Estado estaba prácticamente prohibida y la participación ciudadana era desalentada permanentemente por los ideólogos del neoliberalismo, que incluso intentaron modificar la Ley Sáenz Peña para que no fuera obligatorio votar.
Pero además el fracaso de estas políticas se produce sobre todo, porque la ideología no es conocimiento y nada se puede cambiar sin conocimiento. El saber hacer político exige un conocimiento empírico que pueda ser aplicado a la realidad, haciendo un cálculo de los medios que empleamos para los fines que se proponen para cambiarla. La ideología tanto sea de “derecha como de izquierda” no tiene forma de proporcionar ningún cálculo de medios con relación a los fines que se propone realizar.
Es cierto que la ideología es lo que nos moviliza a realizar acciones y proyectos, digamos que la ideología es como el motor que nos impulsa en la vida, pero el hacer político exige de un conocimiento de la realidad que ninguna ideología nos puede proporcionar.
Conclusiones
Los siniestros de tránsito se originaron por el cambio de paradigma de los 90, “el sálvese quien pueda” y “la lucha de todos contra todos”, que exacerbó el individualismo y nos convirtió en una sociedad atomizada y sin valores, en la que la ausencia del Estado desinstitucionalizó todas las normas de convivencia social y de respeto por el otro y esto fue lo que provocó esta terrible tragedia que sigue enlutando al país. Por eso hoy recuperado el Estado, hay que volver a institucionalizar nuevamente las normas de tránsito con un trabajo sistemático de prevención y educación, que permita un control más efectivo de los siniestros y accidentes de tránsito, en nuestra ciudad hasta reducirlos a su mínima expresión.
La institucionalización de estas normas es un conocimiento de “receta” muy simple de comunicar y transmitir como: a) adelantarse a otro vehículo únicamente por la izquierda, b) la prioridad de paso la tienen todos los circulen por la derecha, c) detener la marcha cuando están cruzando peatones, etcétera que luego se transmite de generación a generación, porque es algo deseable para todos los que quieren vivir en una sociedad solidaria, por lo que debemos comprender de una vez por todas, que esta tarea es una construcción social que únicamente puede ser realizada por el Estado y la comunidad, incluidas claro están las organizaciones de víctimas del tránsito.
No hay ni existe ningún medio tecnológico, físico ni represivo que pueda sustituir a la política ni a la participación ciudadana, para luchar efectivamente contra este flagelo, como pensaron los neoliberales. Por otro lado sabido es que las políticas acertadas no son las que fracasan, sino las que tienen éxito, por lo que sería un error grave repetir las que no consiguieron los resultados que se propusieron y que nos llevarían a una nueva frustración social muy difícil después de remontar.
Juan Quiñones