El departamento Río Grande Do Sul, de soberanía brasileña, sufrió una extraña invasión que por momentos nos hizo pensar que, a lo mejor, hubo una anexión al territorio argentino. Desde la aduana, donde casi 6 kilómetros de autos en fila india intentaban ir a un lugar extranjero, pero una vez dentro, la sensación era de estar en su casa.
Porto Alegre se vio colapsada de un vendaval celeste y blanco que adornó calles, espacios verdes y hoteles. Incluso la lluvia no pudo acallar los cánticos de aquellos aventureros espontáneos que no resignaban el amor a la selección argentina.
Si la intención era que Messi y compañía sintieran el calor y la comodidad de ser anfitriones, la verdad, los jugadores estuvieron en el living de su casa. Para acompañar el color de sentimiento nacional, en las inmediaciones del Beira Río pudo verse todo tipo de estandarte, desde banderas de las Islas Malvinas hasta un reclamo en contra de los injustos fondos buitre. Incluso el diario Zero Hora de Porto Alegre presentó una edición especial traducida al español por tres días, para llegar y cautivar a la comunidad argentina. Es decir, la ciudad también se amoldó a sus visitantes casi invasores, aunque de acuerdo a las crónicas, afortunadamente el comportamiento no dejó saldos lamentables.
En las tribunas se vio el máximo orgullo. El delirio del segundo gol de Lionel Messi fue una explosión en todos los corazones. La ilusión de todos camina a la par de los botines de astro de Barcelona, que otra vez volvió a deleitar.
Quizás el equipo nacional se destaca más en los resultados que en el juego, pero al menos en Porto Alegre se vio un poco más del brillo, del rodaje y, sobre todo, de la actitud que se le venía reclamando. Claro, si jugaba en su casa, con casi cien mil hinchas alentando en todo ese estado de Brasil, ¡cómo no iba a suceder!
La esperanza ahora marcha hacia San Pablo, que no tendrá la exagerada calidez de Porto Alegre. Es que la mayoría de los argentinos tendrá que volver a trabajar, a la rutina, a clases, porque este paseo por Brasil fue algo así como un gusto, como unas minivacaciones, de sacarse las ganas de sentir el Mundial, a pesar de no poder verlo.
Todo es mejor que la pantalla de la TV del living de casa, sin dudas. El asado no faltó, el fernet tampoco y mucho menos el aliento y el calor de la gente, que a pesar de ser temporada de invierno, Porto Alegre vivió un verano en el ambiente. Fue por tres días, cuando espontáneamente la ciudad pasó a ser parte de la soberanía argentina, como un préstamo, así la selección y Messi podían sentirse a gusto y con comodidad. Como si fueran sus casas.