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29 de Junio de 2014
Washington Cucurto
Una máquina de hacer libros con cartón y sentimientos
Referente ineludible de la poesía argentina de los 90 con "La máquina de hacer paraguayitos", el escritor bonaerense pasó por Villa María
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Washington Cucurto

Fue invitado por la UNVM y la Eduvim para leer sus textos en la Medioteca, dio una charla para los estudiantes del Inescer y enseñó a los chicos del barrio Nicolás Avellaneda a confeccionar libros con cajas recicladas de la calle, marca registrada de su célebre editorial “Eloísa Cartonera”

 
Que la cumbia se coló en las letras argentinas de la mano de Cucurto es algo que todo el mundo sabe. Pero no sólo la cumbia; también los repositores de supermercados que hacen horas extras en inhumanas cadenas suburbanas, las mucamas paraguayas y los albañiles bolivianos que se juran amor eterno en las bailantas y las “éscorts” dominicanas amantes de senegaleses vendedores de anteojos. Todas y todos se colaron en la literatura argentina por los libros de Cucurto, como en el interior de un contéiner de contrabandeado en marginal letra de molde. Y todos ellos brillan en sus páginas con la tersura de sus pieles de “mulata azul africana”, con la vitalidad flúor de sus peripecias o con la opaca tristeza de sus destinos. Con ese mismo brillo que ilumina el “esplín” de Constitución al caer la tarde y se mete en forma de luz amarga en el alma de la gente. Esa luz venida desde el sur de Buenos Aires vuelta niebla, que carcome los andenes del último tren a Varela. Esa luz que le arranca una póstuma belleza a la fachada derruida del cine Cosmos y toca con su aureola suburbana las cabezas de las prostitutas y los vendedores de hamburguesas Paty. Esa luz también se metió en la poesía criolla de la mano de Cucurto. Por eso es que ahora el anochecer de las librerías también se ilumina de tapas de colores. Y hay un lejano perfume a choripán o cumbia noventosa que no viene de ninguna villa, sino de un galpón de la melancolía hecho de literatura, allí donde Washington y sus dominicanas vuelven a bailar en un pedazo de universo.
 
De bailantas, supermercados y cartones
Washington Cucurto está sentado en una mesa del hotel Samaran con un desayuno completo, la notebook y unos ojos de haber dormido poco durante el viaje. Apenas son las 9 y ya lo espera una extenuante gira por la “Villa”: rueda de prensa a las 10, charla en la Universidad a las 11, almuerzo y luego charla con los estudiantes del Inescer, lectura de poemas en la Medioteca y, por si esto fuera poco, al otro día un taller de encuadernación en cartón pensado para los chicos del barrio Nicolás Avellaneda; un modo fabuloso de enseñarles el oficio más noble y necesario de la cultura: el de encuadernador. En una palabra, que Cucurto se tiene bien ganadas las habas a fuerza de sudar la gota gorda corriendo de acá para allá, como también se tiene bien ganado el prestigio de poeta imprescindible de la literatura argentina de los 90, esa que nació como reacción (y acaso también como excusa y comentario) a la década infame del menemismo. Por eso es que esta charla empieza con una ineludible pregunta respecto a su “hit” del 99, “La máquina de hacer paraguayitos”.
-¿Cómo explicás el éxito de un poemario aparecido en plena crisis?
-Porque hubo una efervescencia en esos años. No fui yo solo, fuimos un montón. Antes de los ´90 editar era mucho más jodido y sólo existía el libro formal hecho por escritores formales. No había chances para los autores que recién comenzábamos. Pero a fines de los 90 eso cambia completamente. Aparece Internet de modo masivo, las páginas de la web y las editoriales pequeñas hechas por jóvenes, como “La siesta” o “Ediciones del Diego”. Y ese fue el espacio en el que pude darme a conocer junto con otros. Por suerte, me tocó estar ahí. 
-También los medios periodísticos jugaron un papel importante en la difusión...
-¡Claro! Porque los críticos empezaron a prestarle más atención a los escritores jóvenes y a reseñarlos en los diarios. Algunos profes, incluso, los empezaron a enseñar en la universidad. Y a todos los escritores de esa movida los agruparon en la “generación del 90”. Yo creo que mi libro, como te dije antes, es una cuestión de época. Y si tuvo alguna fama, fue debido al cambio de paradigma que se produjo justo ahí.
-Tu primer libro publicado es un poemario inhallable: “Zelarrayán”, en homenaje al poeta entrerriano. ¿Hasta ese entonces sólo escribías versos?
-No, yo empecé escribiendo novelas y cuentos. La poesía vino después. Pero inexplicablemente a los poemarios me los publicaban más rápido; siempre encontraban un editor. En cambio, la narrativa iba quedando en el cajón. 
-¿Cómo describirías la “hechura” de “La máquina de hacer paraguayitos”? 
-Viene un poco de la deformación de escribir cuentos y novelas con personajes y situaciones, con acción, con sexo, con tiros, algo más típico de la novela policial o la picaresca. Por eso son poemas largos y narrativos. Era mi modo de incorporar la cosa urbana que yo veía. Eran condimentos raros de encontrar en la poesía, pero que yo ya los tenía en mis novelas. Y creo que eso llamó la atención.
-Pocos escritores le han dedicado tanta atención a los inmigrantes y los supermercados...
-Es que cuando comienzo a escribir lo hago con lo que conozco; el barrio, mi familia, el súper donde trabajaba y los bailes, es decir, los lugares adonde iba. Yo sabía que ese mundo existía, pero nadie lo contaba. De ahí mi influencia de Zelarrayán. El tipo hablaba de cosas que me eran muy cercanas y que yo nunca me hubiera imaginado que se podían escribir.
-¿Y cómo llegás a Ricardo Zelarrayán?
-De casualidad, por medio de unos amigos, pero me pegó mucho. El tipo hablaba de gente del interior, los llamaba por sus nombres y los hacía hablar como ellos hablaban. ¡Era algo real y que yo había vivido! Entonces me dije “¡Ahora sí puedo escribir de los supermercados y los bailes! ¡Ahora puedo escribir de todo eso!”. Yo tenía otras lecturas, pero nunca de algo tan cercano a mi vida real. No había mucha literatura así. De los clásicos me gustaba Roberto Arlt, pero estaba lejano en el tiempo. Si no hubiera sido por Zelarrayán y unas cosas del “Turco” Asís, yo no hubiera escrito nunca. Pero cuando los descubrí, me lancé a describir mi mundo. ¡Había descubierto mi universo!
-¿Cuándo empezás a “jugar en primera” en la literatura?
-Fue después de mi primer poemario cuando me contacto con el mundo del libro y la cultura. Entonces me formo con otros escritores que ya estaban publicando y tenían otra preparación distinta a la mía. Gracias a ellos, empiezo a incorporar otro modo de pensar, de leer, de tener gustos estéticos. Eso me ayuda y me enriquece hasta hoy.
-Contame del nacimiento de una hija tuya llamada Eloísa Cartonera...
-Está relacionado con todo este mundo que te cuento. En un momento, cuando estaba muy jodido el país, con otros escritores nos dijimos “armemos una editorial y publiquemos con lo que haya”. Y como lo que más había eran cartoneros y cartones, decidimos comprarles a ellos para hacer las tapas cortadas y pintadas a mano, casi como objeto artesanal. A la impresión la hacíamos con fotocopias porque una imprenta te mataba. Y así nació Eloísa... Ahora tenemos un puesto en Corrientes y Paraná y a cada lugar que voy llevo libros, como ahora que traje para Villa María.
-¿Cómo vivís el éxito como escritor y editor? 
-Muy agradecido y contento. Cuando uno comienza a escribir es como tirar una moneda a una alcantarilla. ¿Cuál es la suerte que hay que tener para que la moneda no se pierda para siempre? Y yo tengo la suerte de trabajar como escritor, editor y periodista deportivo cubriendo fútbol. Vos imaginate que hay un montón de poetas buenos que se pasan la vida laburando y no se los tiene en cuenta ni se los lee, Dios sabe por qué. Pero, como te dije antes, lo que me pasa no fue mérito mío. Agarré el cambio de época y eso me jugó a favor. Eso es todo. Por suerte, estaba ahí, como un goleador del área, y la pegué…
 
Iván Wielikosielek
 
Poema y biografía
Eras la consentida de los clientes.
Esos a los cuales les encanta
empacharse con tu cariño caribeño
y tu lengua de dominicana ardiente.
Es que no había jinetera alguna
que supiera sorber con elegancia,
no había mulata en toda la Isla Dominicana
que lo hicieras como lo haces tú.
 
Mulata que en la intimidad hablas dulce
y llena tienes tu conversación de predicciones.
Eres la consentida de los clientes.
Y no hay nada como metértelo
-atravesarte como a la pulpa
de una guanábana con una pajita-,
¡oh, tú, mulata azul africana!
 
De “La máquina de hacer paraguayitos”
 
Washington Cucurto, seudónimo de Norberto Santiago Vega, nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, en 1973. Publicó, entre muchos otros libros de relatos y poemas, “Zelarrayán” (1998), “La máquina de hacer paraguayitos” (1999), “La fotocopiadora y otros poemas” (2002), “La Cartonerita”, “Veinte pungas contra un pasajero”, “Fer” y “Cosa de negros” (todos en 2003), “La luna en tus manos” (2004) y “Las aventuras del Sr. Maíz” (2005). Su poesía fue traducida a inglés, portugués y alemán. En 2003 fundó junto a otros escritores la editorial Eloísa Cartonera, sello que cuenta con más de 200 títulos en su haber y vende cada ejemplar a 12 pesos. Próximamente, Cucurto planea publicar la obra completa del poeta “boquense” Rodolfo Edwards.

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