Psiquiatra y poeta, Eric Zandrino ha hecho la experiencia de los dos lados del espíritu: trabajando con pacientes psicóticos durante su residencia y escribiendo poemas como un destino. Médico desde hace tres años en el Hospital Pasteur y lector febril de Borges, Zandrino habló de las dos caras de esa moneda que siempre cae por el lado de la soledad
Desde tiempos inmemoriales, arte y locura han constituido un maridaje indisoluble; hasta el punto de ser casi inconcebibles el uno sin el otro. ¿Cómo explicar, de hecho, la creación artística sin hablar de la desinhibición de la demencia? ¿O cómo describir la psicosis sin compararla con el trabajo febril de un artista? Anverso y reverso de una misma medalla o moneda acuñada en el lado oscuro de la cordura; durante siglos los artistas estuvieron tan cerca de enloquecer como los locos de crear. Y, de hecho, en algunas almas estos impulsos primitivos se tocaron de manera tan perturbadora como fascinante. Sin embargo, creación y demencia nunca estuvieron tan unidas como en la modernidad. Y es que a partir del Siglo XVIII, junto con la Revolución Industrial, sobrevendría la explosión demográfica en las ciudades. Y ambas producirían una alienación inédita en el animal humano. Y así, muchos de los espíritus sensibles la pagaron con su integridad y su cordura. Baste citar algunos ejemplos célebres como el del poeta alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843), quien estuvo internado en un psiquiátrico y luego alojado por un amigo carpintero que, a pedido suyo, le construyó una torre de madera. Esa torre donde Hölderlin pasaría los últimos 36 años de su vida escribiendo, tocando el piano y tratando a sus visitas de “su majestad”. También fueron presa de la locura los escritores franceses Gerard de Nerval, Isidore Ducasse y Guy de Maupassant. Pero el caso más emblemático y terrible de un “artista loco” es, sin dudas, el del pintor holandés Vincent Van Gogh (1853-1890), quien en pleno brote creativo y tras discutir con su amigo Paul Gauguin se cortó una oreja y la envió en un sobre a una prostituta. “Para vos, este recuerdo mío” decía la nota que acompañaba el lóbulo sangrante. A partir de ese momento, el pueblo francés de Arles recolectó firmas para encerrarlo. Pero Van Gogh saldría del hospicio restablecido y, más melancólico que loco, acabaría su vida por propia mano mientras pintaba girasoles y cuervos en un campo. Medio siglo después, un “hermano espiritual” del pintor, el poeta francés Antonin Artaud (1896-1948), escribirá su fabuloso “Van Gogh: el suicidado por la sociedad” y hará la crítica más mordaz a la psiquiatría toda y al concepto de normalidad. Artaud morirá en un psiquiátrico, donde estuvo internado casi una década. En nuestro país, emblemático fue el caso del poeta Jacobo Fijman (1898-1970), quien pasó tres décadas en el Borda, donde murió. Fijman escribió desde muy joven en su primer libro este verso: “Demencia, el camino más alto y más desierto”. Acaso para corroborar que cierto tipo de locura no es más que un modo de sabiduría, hecha para las almas demasiado sensibles que no pueden comulgar con el bestial materialismo de este mundo.
El tío “Yoyi” reía en el pabellón
Difícil es estar de los dos lados del mostrador del espíritu para hablar del binomio “creación y demencia”. Sin embargo, Villa María cuenta con alguien absolutamente competente. Se trata de un psiquiatra que descubrió de forma tardía la poesía o acaso de un poeta joven que pospuso su destino para antes estudiar la psiquis humana desde la medicina: Eric Zandrino. Y con esta fabulosa declaración suya, empieza esta nota.
“Tendría 10 o 12 años cuando fuimos a ver al tío ‘Yoyi’ a Oliva. Y quizás de un modo inconsciente esa vivencia influyó en mi vocación. Hasta el día de hoy recuerdo a ese loco en el alero de un pabellón con un pulóver amarillo puesto como pantalón y dándole cigarrillos a sus compañeros. Lejos de ser una imagen romántica, mi tío ‘Yoyi’ tenía todo el peso del deterioro que produce la locura”.
De más está decir que el tío “Yoyi” no era otro que Jorge Bonino, el actor villamariense que muriera internado en la Colonia Abal Vidal en 1990.
-O sea que no sentiste admiración ante la locura, sino preocupación, ganas de curarla...
-Sí. Creo que es fácil dejarse fascinar por la locura, ya que muchos ven en ella una potencialidad y no lo que es: una degradación. Igual, mi vocación por la Psiquiatría vino tras recibirme de médico.
-¿Por qué demoraste tanto en elegirla?
-Porque la tuve al frente tras hacer las prácticas. Me encontré con el sufrimiento psíquico y su misterio y eso me cautivó. Yo no quería reducir la medicina a un “saber técnico” para ganarme la vida. Debía haber algo más. Y entonces apareció la Psiquiatría.
-Muchos aspectos de la genialidad suelen estar asociados con la locura, ¿qué pensás?
-No creo que haya necesariamente que padecer una enfermedad para desarrollar la creatividad, pero es cierto que algunas patologías suelen asociarse con la genialidad. Se debe a que la locura es una alteración en los circuitos neurales o una disociación del pensamiento formal. Y como la creatividad se nutre de las asociaciones más extrañas, las personas más creativas son las que pueden conectar distintas áreas del cerebro.
-Dame un ejemplo...
-Por ejemplo, “Lucy in the sky with diamonds”, de Los Beatles. Es una canción extravagante que asocia un nombre de mujer con una imagen muy compleja, llena de colores y brillos. Se dice que la canción fue escrita bajo la influencia del LSD y que de ahí derivan sus iniciales. Como quiera que sea, el LSD permite ese tipo alteraciones; pasar a una dimensión distinta de la rigidez racional. En algún punto, es como si la locura fuera un LSD...
-El LSD de los pobres...
-¡Sí, claro! (risas). La locura te produce una alteración en el orden social, pero también te faculta para concebir imágenes como la de Lucy. Pero hay un “lado B” en todo esto y es el sufrimiento. Porque la persona que está fuera del contexto social padece mucho, como el caso de Van Gogh.
-¿Creés que el sufrimiento de Van Gogh era solamente psíquico?
-No. Yo creo que también sufría por no poder llevar una vida normal y vivir de lo que hacía. Van Gogh nunca vendió un cuadro en su vida y eso debe ser bastante descorazonador. Eso hizo que su vida derivara en una desorganización que lo hacía sufrir.
-¿Creés que los “locos” tienen más condiciones para el arte?
-Muchas veces, las personas llamadas “locas” se animan más a acudir a ese llamado de la creatividad. En cambio, para una persona normal que se tiene que levantar todos los días para ir a trabajar y llevar a los chicos al colegio, atender a ese “llamado” podría ser una amenaza. Y se podría romper el equilibrio que lo hace funcionar en sociedad y en familia.
-Durante un año coordinaste un taller de música con pacientes psicóticos en el Neuropsiquiátrico de Córdoba. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Normalmente, el vínculo entre psiquiatra y paciente se produce a través de la patología, pero en un taller uno se relaciona desde otro lado; no desde la carencia, sino desde las potencialidades. Y allí había muchos pacientes que, desde su desorganización, tenían producciones muy buenas. Se estimulaba que hubiera una articulación de la imaginación y la producción para que sintieran que podían darle algo a la sociedad.
-¿La falta de productividad es un factor común en la locura?
-Muchas veces, sí. Pero hay que tener en cuenta que esas personas a los que socialmente llamamos “locos” suelen carecer no sólo de racionalidad y equilibrio, sino también de recursos económicos, de contención familiar o de vivienda digna. Y eso hace mucho más difícil la situación de cada uno. Por eso es tan importante tener un espacio institucional que no sólo les brinde medicamentos o recursos terapéuticos, sino que también les genere un medio de expresión, que les dé un lugar como sujeto. Un lugar no sólo pasivo, sino activo donde producir y ser parte del movimiento social.
-¿Cómo ves el concepto de desmanicomialización que se promueve en Argentina?
-Me parece muy bueno, pero por otro lado creo que las instituciones psiquiátricas son útiles para situaciones puntuales. Muchas personas en crisis necesitan de un abordaje específico y eso no significa que un paciente vaya a quedarse para siempre en un neuropsiquiátrico, sino que esas intervenciones puntuales deben ser acotadas. Hay algunas enfermedades que son crónicas y deteriorantes como la esquizofrenia. Y eso no se puede negar tampoco.
-Luego de 12 años de profesión, ¿cómo definís a la
Psiquiatría?
-Como un desafío intelectual, humano y médico. Dios me ha permitido ir desarrollando una conjunción entre el arte de curar, la Neurociencia, el Psicoanálisis, la Psicopatología y el arte. Una vez, en el Instituto Nacional de Psiquiatría de México, un colega que había estado en Ushuaia me contó fascinado que había visto un rompehielos. Y me dijo: “Eso es un psiquiatra, Eric, un rompehielos que ayuda a sacar a los barcos del fondo de un mar helado”.
Poeta naciendo
-¿Y cómo llega la poesía a la vida de Eric Zandrino?
-Vino mucho tiempo después que la Psiquiatría y se dio espontáneamente. Sabía que en algún momento de mi vida iba a empezar escribir. No sólo por necesidad de expresar lo que me atraviesa como persona, como la paternidad o la familia, sino por todo lo que veo cada día en mi trabajo que en definitiva es el sufrimiento de los otros, el dolor ante la pérdida. El dolor es, sin dudas, el sentimiento más universal que existe.
-¿Te acordás cómo nació tu primer poema?
-Fue hace exactamente dos años. Estábamos en Francia con mi viejo y nos sentamos debajo de un tilo, cerca del Museo del Louvre. Y entonces saqué mi libreta. Me sorprendí porque nunca había pensado que eso podía a suceder, pero a la vez me pareció natural. A partir de entonces, muchas veces se me presentaba un poema en forma de imagen, de frase, de metáfora. Borges decía que cuando sentía la cercanía de un poema, se quedaba a esperarlo a que se escribiera “a través de uno”. Si bien Borges es único, me parece que ese proceso es un poco el que yo siento.
Entonces Eric saca unas hojas impresas por computadora y me lee algunos textos. Uno está dedicado a la Puerta de Brandenburgo en Alemania, otros a su situación familiar, a una tarde entrevista por la ventana, a recuerdos de su abuelo que estuvo en la Segunda Guerra Mundial. Pero entre el fajo de escritos hay uno que me impresiona particularmente. El poema se llama “Tragedia” y le pido una copia, que su autor me regala gustoso. Al llegar a casa lo releo. Dice así: “¿Cómo enterrar/ dos hijos el mismo día, en diferentes años?// ¿Cómo recordar/ simétricamente, /las asimetrías/ de la vida?// ¿En qué pliegues/ de mi existencia,/ habito sin su calor?// ¿Cómo reparo/ en mi memoria la destrucción,/ la irreparable ausencia/ del otro?// ¿Cómo se le da forma,/ al informe vacío?//¿Cómo mensurar la linealidad,/ falaz rectitud de un traicionero/ tiempo circular?// ¿Habrá algún dios/ que ponga palabra a este vacío?”
Entonces pienso que con este poema Eric ha inaugurado no sólo una vocación, sino también una obra, acaso destinada a plasmar el sufrimiento de los demás que en definitiva es el sufrimiento de la especie. Una obra en la que hay más preguntas que respuestas, más dudas que certezas, más silencios que palabras. Pero sobre todas las cosas, hay una maravillosa conjetura acerca de la existencia de Dios (no importa de qué Dios) para salvar las almas de tanto vacío. Un Dios que cura de toda alienación y consuela por las pérdidas. Un Dios mediante el cual todo el dolor del mundo empieza desde ahora a tener sentido.
Iván Wielikosielek