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La unión como símbolo de los 72 años de casados. Lucía se aferra al brazo de José |
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“Hemos pasado tantos calendarios que aún nos cuesta creer cuántos han sido.” Las palabras del poeta Patxi Andión pueden reflejar perfectamente la trayectoria familiar de estos dos queridos abuelos domiciliados en Carrilobo: Lucía Meirone y José Picatto. El tiene 93, ella lleva nada menos que 88 años sobre sus espaldas, van a cumplir el 29 de julio 72 años de casados; en sus palabras dejan implícita una enseñanza de vida, la confianza y decisión que tuvieron para forjar su propio destino y de sus seis hijos, que a su vez proyectaron el devenir existencial con 19 nietos, estos a su vez con 29 bisnietos.
La circunstancia de optar por una vida plena en Carrilobo significó para ellos “una elección feliz”, pues les permitió encontrar y abonar un camino del que no se apartan, articulados con el modo de pensar de aquellos como sus padres, que aún arribados “detrás de los mares”, simplemente abordaron la experiencia del trabajo para llegar a la convicción fundamental de contribuir al progreso de la localidad, que avanza en un contexto de líneas múltiples de acción y típico de “esos gringos” que no retroceden ante la adversidad.
Dotados ambos de una memoria y una lucidez llamativa, Lucía nos cuenta “que nos casamos cuando yo tenía 16 años y él 20, nuestro primer hijo de nombre Alfredo y después vinieron cinco más, de los cuales tres ya fallecieron, asimismo de los 19 nietos hay dos que ya no existen”.
Trabajo más trabajo
Don José nació en Carrilobo y prácticamente acompañó la historia del pueblo que tiene 102 años; doña Lucía vino desde Arroyito cuando tenía 10 años y nos dice: “Siempre viví en el campo en aquellos años, muy difíciles como los del ‘30; en esa época yo ayudaba a mis padres en la cosecha de maíz a mano, también hice mucho en tareas domésticas, pues éramos de familia muy humilde”. Prosigue: “En el campo criábamos los animales que además nos servían de alimento y hacíamos el pan, nos surtíamos de mercaderías a veces para ocho meses o un año entero, porque no había forma de llegar fácilmente al pueblo”. “El pan casero era riquísimo, lo hacíamos a mano y en horno para toda la semana, se leudaba y después se horneaba con harina que tenía mucho más calidad que la de ahora.”
“Fumé hasta
30 cigarrillos”
José recuerda sus “años mozos” y las travesuras de la época juvenil, sus debilidades: “Fumé hasta 30 cigarrillos armados por día y dejé de fumar a los 50 años”. “Las carneadas eran verdaderos acontecimientos, nos juntábamos 16 familias, siete de apellido Picatto, siete Boero y dos tutores que eran los esposos Rosa Butto y Juan Boero, se faenaban hasta ocho cerdos por año.”
Lucía asegura que “la vida de antes era mejor, había más crisis, pero también más respeto y era todo más barato que ahora”. Ejemplo de ello lo brinda José: “Para ver las diferencias, mi padre compró en 1904 nada menos que 665 hectáreas y teníamos otras tantas en El Trébol (Santa Fe) donde vivían, se vinieron a Carrilobo en 1910”. “Mi padre tenía equipo de trilladora, casilla y un automóvil Ford T modelo 1918; aparte de las tareas rurales criábamos caballos y hacíamos fardos para el Ejército”, narra el hombre.
Educación precaria
Como tantos habitantes de la época, coinciden en la precariedad de su educación escolar: él fue tres años con un maestro particular, ella sólo cuatro meses. José rememora que “venían chicos de otros campos a nuestra casa donde se establecía un maestro periódicamente, estos eran exigentes y hasta nos castigaban duro si alguien cometía alguna falta”. Lucía recuerda que “un día con mis hermanos nos trajimos una tiza de la escuela por simple travesura y mi madre nos encerró varias horas en el sótano por la mala acción”. “Aún así, con los inconvenientes aprendimos en poco tiempo y perfectamente a leer y escribir.”
“Carrilobo mejoró”
En cuanto a la época actual no ocultan su admiración por el terruño querido: “Carrilobo mejoró mucho en los últimos años; hay trabajo para todos y, por ejemplo, en la construcción no hay albañiles que alcancen”. “Además tenemos ahora el pavimento hasta Pozo del Molle y eso es muy bueno después de esperar 50 años.”
Esto y muchísimo más fue el resultado de una charla amena y distendida; donde dos personas excelentes brindaron testimonio de fe y amor por la localidad y su historia. Con sus “noventa y pico” de años cristalizaron esfuerzos desde principio de su trayectoria existencial, enriquecida por simple fortaleza de vida y el contacto con sus semejantes, quienes con su aprecio valoran siempre ese gesto de rica interacción y nobleza de alma. Y en el esbozo de una síntesis, nos dejan una verdadera enseñanza de cómo vivir en positivo.
Daniel J. Cerutti
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