Especial para
EL DIARIO
En rigor, Pocho es una aldea minúscula de no más de 400 habitantes, un suspiro perdido en los pastizales del oeste, en los confines de la provincia. ¿Poco para ver? Nada de eso, teniendo en cuenta lo pintoresco de la localidad, de costumbres ajenas al Siglo XXI, y fundamentalmente del rededor, pletórico en curiosas postales. En tal sentido, los elementos más destacables los conforman los volcanes, de a puñados esparcidos por el terreno.
Esas moles son la sabia de la zona. Un área que en los papeles pertenece al Valle de Traslasierra, pero en las vistas no. Porque se aleja de las Sierras Grandes y del amalgama de ríos que al sur presentan localidades como Mina Clavero o Nono. Sus bazas, en cambio, las marca una planicie con ondulaciones, exótica y misteriosa, de otra dimensión. Para el baqueano, que la recorre a caballo sin que se le caiga el sombrero ni el carácter del que muy solito se las arregla, es la “Pampa de Pocho”. Para los escasos viajeros que se le animan a las distancias, es un placentero hallazgo.
Lo que ya no existe
El pueblo amanece cada día igual que siempre, la certeza de vivir a distancias prudenciales de grandes centros urbanos, la serenidad del caso. Una calle de tierra pasa por columna vertebral, por la cintura del dispensario, el almacén y la casa comunal. Estornuda un paisano en alpargatas, “salud” dice la señora que barre en vano. Los dos parecieran vivir acá hace dos mil años. El que pasa en bicicleta con la canasta de pan casero (infaltable), también. Ni hablar del grupo de peones de campo tirados en una esquina, a los “sanguchazos” limpios. Y en esas, encanto de lo que ya no existe, la Capilla Nuestra Señora del Rosario murmura a tono con todo lo dicho. Cuánta pasión despierta el templo (construido hacia finales del Siglo XVIII), con la cara vieja y rosada, ternura a un solo campanario, un balcón de incógnito sobre la puerta. Tejados y muros estoicos, la obra tiene un algo de estancia jesuítica.
Luego del reconocimiento del mapa, escampa el esperado paseo por los alrededores. Tamaño mimo a los ojos, con un territorio insólito, que mezcla los campos eternos de sinuosidades leves, los citados volcanes repartidos en distintas direcciones y unas tremendas palmeras caranday que sabrá la natura qué hacen por estos parajes (se piensa que las trajeron de Entre Ríos). Las plantas son grandes y orgullosas y le marcan al aire un toque que va entre la extravagancia y lo lírico. Kilómetros y kilómetros de secretos en caminos de ripio y alambradas y, claro, los volcanes. Hay varios, como el Agua de la Cumbre, el Boroa, el Yerba Buena o el Ciénaga, entre otros. Todos formados por roca volcánica, todos inactivos, todos regordetes y no muy espigados, todos enigmáticos, surgiendo cual brotes.
Similar en rarezas es la Laguna de Pocho, más de 20 hectáreas de agua salada con supuestas propiedades curativas, muy cerquita del pueblo. Allí, donde siguen presentándose unos zorrinos, unos peludos, unos loros y el norte lleva al vecino poblado de Las Palmas y su también histórica capilla. Y después el oeste, ya al límite mismo con la provincia de San Luis, trae Camino de los Túneles, la Reserva Natural Chancaní y la Quebrada de la Mermela. Otros portentos que al igual que Pocho, disfrutan del ostracismo y de los paisajes rudos y bellos.
Cómo llegar
El camino más corto para llegar a Pocho desde Villa María (distancia aproximada de 350 kilómetros) es dirigirse a Mina Clavero y desde allí tomar la ruta provincial 15 con rumbo a Cruz del Eje. Tras 20 kilómetros de asfalto, hay que desviar hacia la izquierda y recorrer unos 25 kilómetros de camino de tierra.