“Hay un hombre de Entre Ríos que pasa todos los años y viene pura y exclusivamente a ver una botella”, jura, sorprendida, Estela Cavallin, encargada del Museo Ramos Generales desde hace tres años.
La mujer completa la anécdota: “Resulta que él y su padre hacían un aperitivo que se llamaba Marcela, que vendían a Buenos Aires, pero que finalmente Gancia se los compró y lo hizo desaparecer, la cerró; sólo por ver esa botella viene”.
“El museo abre las puertas a los recuerdos, es importante para la ciudad mantenerlos vivos”, asegura sobre el lugar que desde 1996 ofrece a la ciudad la posibilidad de espiar los principios del Siglo XX.
Sobre la gente que visita el lugar, Estela asegura que en los últimos tres años el número se ha mantenido y contó que “el público principal son los niños que vienen con los colegios”, esos niños, generalmente, vuelven después con sus padres o abuelos.
Además, aquellos que más se acercan al lugar en José Ingenieros 160 son “aquellas personas de afuera que están de paso en la ciudad”, pero también “los abuelos, ya sea solos o en contingentes”.
La encargada reconoce que si fuera por la cantidad de entradas que se cobran, el museo no podría estar abierto. “Por eso hay que agradecerles a la familia Albert Venosta, porque ella tiene esto abierto”.
“Yo creo que la ciudad lo valora, a medida que lo conocen se sienten orgullosos del museo”, dice mientras camina por las distintas salas prendiendo luces.
Lo que más le gusta a Estela es ver cómo algún objeto genera sentimientos en una persona. “Hay gente que se emociona porque recuerda a sus padres, a sus abuelos, a lo mejor para los jóvenes no tiene muchos significado, pero para la gente más grande sí”.
Para ella, el museo es “una puerta a los recuerdos”, que influye de distintas formas. “Sucede que a cada uno que viene le pasa algo distinto, porque hay algo de la cantidad de cosas que hay acá que lo conecta con algo de su pasado o con un recuerdo y eso lo hace especial para esa persona”.
El museo permanece abierto de martes a viernes, de 10 a 15, sábados de 10.30 a 15.30, y domingos y feriados de 16.30 a 19.30. La entrada va desde los 10 a los 30 pesos.
“La gente puede venir y quedarse el tiempo que quiera, los recuerdos son infinitos”, cierra entusiasmada Estela, mientras pone un tango en la sala ambientada como un bar de la época.