Escribe:
Jesús Chirino
La historia de una región también anida en las sencillas, muchas veces sacrificadas, vidas de los trabajadores que, con su esfuerzo diario, enriquecieron las comunidades. En esta oportunidad dialogamos con un vecino de Tío Pujio quien, desde su niñez y por muchos años, trabajó en los tambos de la zona. Lo que nos cuenta refleja algo de las condiciones de trabajo en esa dura actividad del hombre de campo cuando iba transcurriendo la mitad del siglo pasado.
@ Desde los siete años
Descendiente de padres alemanes, mirando hacia el pasado, Manfred Gauss dice “no recuerdo de qué parte de Alemania vinieron”. Lo que sí sabe es dónde nació él, en Tío Pujio. La misma localidad cuyas calles continúan sintiendo sus pasos, desde hace setenta y dos años. Una sombra cruza su rostro, recuerda que sus dos hermanos ya se marcharon de este mundo, murmura “toda la vida habíamos trabajado juntos”.
El trabajo para este hombre comenzó demasiado temprano “desde la edad de los siete años… acá cerca… en el campo que era de Abolio y Rubio. Era un campo de unas quinientas hectáreas. El mayordomo era un tal Pedro Ferrero”. Su mirada se extiende hasta esa niñez de trabajo. Quizás nuevamente ve el escenario donde entonces se desarrollaba la actividad, “eran todas vacas coloradas”. Trabajando con sus padres “sacaban” mil litros de leche por día.
Su memoria continúa recorriendo la realidad de los tamberos de aquel tiempo, “…era el único tambo grande que había, después estaba el de Destéfani..”. Sentado en una silla a su lado está Vicente Moreyra, con sus ochenta años, amigo desde siempre que le recuerda “pero ese era un tambo chico al lado del que trabajaban ustedes”. Gauss asiente diciendo que ellos ordeñaban “unas ciento treinta vacas, por lo menos”. Reitera “vacas coloradas, las de antes”. Aún no habían sido incorporadas otras razas a la actividad lechera.
@ En el corral
Al contarnos sobre su labor rural de aquellos años, Gauss nos pinta el trabajo que muchos niños realizaban a principio de los años ´40 del siglo pasado. En este mismo espacio, en más de una oportunidad escribimos acerca del trabajo infantil en los ámbitos rurales, a finales de Siglo XIX y en el XX.
Gauss dice que a los siete años “apoyaba”, es decir llevaba el ternero y lo ataba a las patas de la vaca. Pero como se le hinchaban las manos y sus frágiles brazos de niño no podían competir con la fuerza de los terneros, lo mandaron a ordeñar. Ahora, en la entrevista, con el gesto de sus manos recupera el tamaño del recipiente que usaba para esa actividad, “era así, un baldecito de cinco litros”. Aún no habían llegado las mañanas escolares, “…después, cuando ya nos mandaban a la escuela… veníamos y teníamos que empezar el tambo otra vuelta…”.
En las primeras horas del día iniciaban las actividades para el ordeñe de la mañana, aún con la plena oscuridad de la noche el boyero salía a buscar los animales, “…después todos íbamos al tambo”.
@ Sin reparo
El hombre se mira sus manos, con tantos años de trabajo, entonces dice, “con los puños, se sacaba la leche… trabajamos toda una vida en los tambos”. Con pocas palabras dibuja la geografía de aquel ambiente de trabajo, en las frías madrugadas no existía reparo alguno en los corrales, “no había nada, ni una chapa para un farol y, cuando llovía, se rompía la mecha o el vidrio”. Habla de lo mucho que se renegaba con el barro, coteja con el presente y dice “ahora está todo bajo techo, por más que llueva no se moja la gente, salvo el que anda en el corral”. Sigue comparando y recuerda que en el tiempo de su niñez las vacas rendían diez o doce litros de leche por día y los análisis en la fábrica se hacían cada cinco días.
En aquellos años “no se enfriaba la leche… se entregaba a la mañana y a la tarde. Después comenzaron a pedir que se refrescara la leche, entonces se metía en los bebederos de las vacas… Recuerdo que los tachos no eran de aluminio, eran de chapa y pesaban mucho…”. La leche se traía hasta Tío Pujio, a la antigua fábrica de Tenedini e Irastorza que luego se desarrollaría hasta ser el principal puntal económico del lugar.
En aquellos años la fábrica era “una pieza y una caldera, allí traíamos la leche cuando estábamos en lo de Ferrero. Solía venir mi hermano mayor, en una chata tirada por cuatro caballos. Eran veinte y pico de tarros. Se los descargaban los muchachos que trabajaban en la fábrica…”. Vicente le recuerda que uno de los trabajadores queseros de la fábrica era un tal Coronda. Gauss asiente y dice que su hermano, no mucho mayor que él no podía con los tarros pesados y entonces lo ayudaban estos trabajadores o el mencionado Destéfani. Recuerda que en aquellos años “no se conocía eso de ir a buscar la leche al tambo”. Vicente agrega que hasta la fábrica llegaba gente trayendo leche “en sulkies, algunos con tachitos, incluso con damajuanas…”.
Cuando los peones del tambo traían la leche a la tarde, cenaban antes de salir del campo...
Las vacas, a las que se alimentaba principalmente con alfalfa, la principal medicina que se les aplicaba era “creolina” o el baño que se hacía una vez al año. Antes de meterla en el baño les engrasaban “bien la ubre para que no se les partiera”.
Cuando las vacas tenían obstruido “el orificio de las tetas”, “le salía el grano negro” y no se podían ordeñar, “se les partía la teta o se le echaba un ácido… a veces les quedaba un agujero más grueso que un dedo, entonces solían perder la leche que no paraba de salir…”. También le sabían poner excrementos de vaca en la ubre para curarlas de otros males, “no existían los veterinarios”. En cada momento de la charla, Gauss, con la mirada, consultaba a su esposa, mujer que a lo largo de la vida lo acompañó en varios tambos hasta que llegaron a Etruria hace más de veinte años. Ella recuerda que, luego del tambo trabajaban haciendo silos, “de pasto entero, sin moler”, las mujeres “teníamos que llevar el mate cocido para los hombres”. En tiempo en que se cortaba el pasto, se engavillaba y luego se hacía la parva, “solía venir mucha gente de otros lados, como de Santiago del Estero. Muchas veces dormían en los galpones…”.
En otro momento Gauss recuerda el trabajo que llevaba ayudar las vacas a parir. Encerrar los animales en una ensenada, para tenerlos cerca y a cualquier hora que fuera necesario ayudar en la parición. También enfrentar el empaste con las técnicas de aquellos tiempos.
Los cambios tecnológicos también han llegado a la vida rural, ahora hay energía eléctrica en muchos de ellos, otras formas de tratar las enfermedades, una manera diferente de hacer el tambo. Por eso ha sido interesante charlar con uno de los tantos tamberos de nuestra zona que durante tantos años le peleó al frío y al calor para que los productos lácteos fueran una realidad en cada mesa familiar.
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