Rompen con los estereotipos, trascienden generaciones. Hace más de 50 años que se conocen y se convirtieron en una gran familia.

El año 1963 no fue uno más para 102 jóvenes que egresaban del secundario. Era el inicio de una amistad memorable, tan presente que designaría el paso del tiempo.

Culminaban una etapa de designios de Antonio Sobral que los marcaría para siempre.

Susana Vittone, una de aquellas jóvenes, relató una maravillosa historia de amistad para homenajearlos.

“Nos conocimos en primer año en el Rivadavia, algunos veníamos desde la primaria y en cuarto año nos separamos en Bachillerato y Magisterio, pero nunca dejamos de reunirnos”, explica la mujer.

Ahondó en la cuestión de las relaciones diciendo que “Sobral insistía mucho en hacer trabajos en equipo, en estudiar juntos para horror de los padres porque les invadíamos las casas. Estudiábamos media hora y el resto era pura aventura”.

Eran cuatro cursos y todos amigos, que viajaban en bicicletas a vacacionar o se reunían en la costanera.

Reconoce que allí se empezó a gestar el vínculo; ese espíritu del gran pedagogo villamariense los atravesó. Incluso al punto de no poder realizar el viaje de egresados a Brasil porque “nos mandamos una macana y Sobral no nos dejó ir. Entonces nuestros padres decidieron hacernos un anillo de oro con el sello del número 63, que pocos conservamos, y con el resto del dinero donamos frazadas al Patronato de la Infancia”, comenta Susana.

Admite que eran una promoción brava y que trataron de implementar muchas pedagogías que nunca tuvieron logros. Rememora las andanzas con el profesor Eduardo Requena, desaparecido en años de la dictadura y a quien recuerda con un cariñoso afecto.

A su entrañable “hermanito del alma”, el médico pediatra Osvaldo León, con quien fue al colegio desde la primaria y eran vecinos.

También a la docente Alberta, que venía desde Córdoba con una condecoración de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como mejor docente y sólo duró un año con ellos porque “nunca aprendimos a aplicar la autonomía que ella pedía, pretendía que nos demos cuenta solos de que nos habíamos portado mal”, comenta entre risas que la retrotraen a las aulas de los 60. 

Luego llegaron los años de la universidad, la gran mayoría se fue a Córdoba o a Santa Fe a continuar sus estudios. Entonces implementaron las cartas como sistema de vinculación. Además, todos los veranos se reencontraban en la bar Americano, frente al Túnel. 

Algunos de ellos se recibieron de ingenieros, médicos, biólogos, docentes, arquitectos y triunfan en la Argentina y en el exterior. 

Con el correr del tiempo, la mayoría se fue casando y teniendo hijos, por lo que postergaron los encuentros.  Pero al menos cada cinco años se reúnen, de hecho también lo hacen una vez al año y todos los martes en La Madrileña, entre los que viven en Villa María.

Muchos emigraron, dos viven en Estados Unidos, uno en Brasil y dentro del país, en San Luis, Rosario, Mendoza, Río Negro, Jujuy, Buenos Aires, que “vienen siempre y están deseando juntarse más que los que estamos acá, son los que más incentivan”.

Pero hace unos tres años, “se empezaron a morir, dos o tres que eran el alma del grupo, y yo ya no me volví a reír como antes, nos hemos quedado, pero aunque sea una vez al mes tratamos de encontrarnos”.

Además cuenta que “con Facebook estamos a full, nos mandamos dibujitos, mensajes todo el día. Aunque a nosotros no nos hizo encontrarnos después de muchos años porque, en realidad, siempre nos vemos, sólo es un modo más de comunicarnos”.

Susana conserva fotos y recortes de diarios donde aparece la promoción o compañeros que triunfan en sus profesiones. Pero otra de sus compañeras, Marta Poncio, completa el archivo con una agenda completa con teléfonos, direcciones. Y con pena cuenta que “sólo a un compañero no pudimos encontrar más, Jorge Priori, que llamamos a todos los números del país de las guías, en padrones”.

 

El mensaje de Sobral

 

Cuando se le consulta sobre el secreto para conservar la amistad durante casi 60 años, Susana responde que “no sé, puede que sea ese espíritu de trabajar en equipo que nos transmitía Antonio Sobral, era una persona con una imagen muy respetada por todos, le tenemos gran admiración a él y a su obra pedagógica, jamás nos retó porque nos enseñaba con el ejemplo”.    

El año pasado cumplieron las Bodas de Oro y, de 102, asistieron 80 al reencuentro, teniendo en cuenta que hay unos 12 ó 13 que fallecieron.

Menciona que “fue tan emotiva la reunión que cuando terminó todos nos quedamos con la sensación de que no nos alcanzó el tiempo, porque no tuvimos tiempo de preguntarnos por nuestras vidas, sólo fundirnos en abrazos interminables”.

Finalmente, se indagó sobre el motivo por el que ella consideraba que a su historia de amistad valía la pena contarla y, entre lágrimas que sostenían sus ojos claros y un rostro luminoso, sentenció que “es una de las cosas más importantes que me han pasado en la vida, las veces que los necesité estuvieron, me acompañaron en las buenas y en las malas, es como tener una familia”.  

A veces sólo se trata de cultivar relaciones que se presentan en la vida, otras de sostener las que el paso del tiempo hace desvanecer. No hay una única manera de ser amigo, ni una receta prefabricada, se supone que se aprende.

De cualquier modo, para tentar al pensamiento austero de creer que los verdaderos amigos se pueden contar con los dedos de una mano, se debe resistir con el ejercicio de la palabra.

El diálogo y la escucha, la pureza de espíritu y el amor entregado plenamente en cada interacción son algunos de los ejercicios que colocan a unos y otros en posición de amigo. 

Esos otros y su percepción, tal vez la clave sea dejarse interpelar por quien aparece tímida o intempestivamente, pero está ahí frente a uno pidiendo una caricia, un gesto o una simple mirada de compañía. 

Categoría tan compleja de definir como cada sentimiento, básicamente inexplicable. La amistad se honra cada día, se procesa a lo largo de la vida, se entrega a cada momento y se disfruta en aquellos instantes de llanto y felicidad compartida. 

Cecilia Burello

 

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