Hoy a las 18.30 se presenta “Fango”, el último largometraje del director bonaerense José Celestino Campusano. La proyección tendrá lugar en el espacio INCAA del Centro Cultural Comunitario Leonardo Favio. Es una oportunidad fabulosa para ver una de las filmografías más originales y potentes del nuevo cine argentino
En una larguísima charla de hace más de tres años, Campusano me contó un proyecto que tenía en mente: “Hacer una película basada en un hecho de violencia real sucedido en el partido de Florencio Varela”. Lo dijo así, con su maravilloso poder de síntesis que remeda el argot policíaco. Yo le comenté que no era la primera vez que le escuchaba decir algo así, que al fin y al cabo todas las películas suyas estaban no sólo basadas en hechos reales sino incluso protagonizadas por los propios participantes. “Sí, hermano, pero esta es distinta”, me había afirmado. Cuando le pregunté en qué radicaba ese “toque de distinción”, me respondió que: “En la contundencia del pantallazo antropológico, que esta vez tendrá condimentos únicos”. Y este humilde trabajador de la información, luego de haber visto por tres veces “Fango”, debe concluir que ha sido testigo del paulatino revelado de ese pantallazo. Como si nuevas capas de pintura se hicieran cada vez más evidentes tras cada proyección. Esta es la “composición coral” que tanto interesa al director, el riguroso documental de la vida del hombre suburbano metido en una ficción urbana del Siglo XXI. De este modo, pareciera que Campusano tuviese una cámara no sólo para hacer películas sino para filmar el presente como si registrara la prehistoria, como si captara la lucha entre el Neandertal y el Homo sapiens por una faja de tierra fértil o un charco de agua. Y algo de esto se respira en sus películas. La lucha despiadada entre clanes. Los códigos morales de cada grupo. La territorialidad y ultraviolencia de la especie. Pero siempre acompañados de un insobornable tratamiento de la narración. Como si en el fondo prefiriera perder algo de “misterio” antes de correrse un milímetro del registro de época, antes de negociar la “honestidad brutal” que emana de los hechos. Y con esta pregunta, precisamente, empieza esta entrevista vía mail con el realizador quilmeño.
“Fango”, filmación y después
-Tu película está basada en un hecho real ¿el valor testimonial es clave en “Fango”?
-La película nace de un hecho de violencia real pero fusionado con el día a día de dos músicos veteranos de heavy metal. El hecho sucedió dos años antes de comenzar el rodaje, por un acto de infidelidad y una consecuente venganza entre mujeres. Pero posiblemente uno de los aspectos más atractivos del filme radica en que el espectador, en líneas generales, termina por entender las motivaciones de todos los personajes.
-Muchos tildan a “Fango” de película violenta ¿qué opinás?
- En realidad, “Fango” es una película de 107 minutos donde las escenas de violencia no superan los tres minutos. Ahora bien, vos ves una película norteamericana y es todo depredación y mutilación, se busca de alguna manera estetizar la violencia y eso no se ve como algo radicalmente violento. Esta película no es en esencia violenta, sino que habla justamente de valores. Si se llega a lo que se llega al final, es porque hay un exceso de códigos y eso conduce a malos entendidos. Nadie puede sostener sus valores aniquilando al otro; pero es algo que descubrís una vez que ya lo hiciste. Y de eso habla el filme.
-¿Qué se encontrarán los villamarienses que hoy asistan a la proyección?
-Se encontraran con un filme sumamente detractor; una película en donde se privilegió la composición coral de los personajes tanto como el documento de época. En suma, un filme que busca ser un documento de vida más que cubrir una necesidad de mercado.
-¿Se puede establecer una suerte de trilogía entre tus últimos tres largometrajes, “Vil Romance”, “Vikingo” y “Fango”?
-No sé si una trilogía pero sí creo que con este filme se cerró una etapa. A partir de ahora vamos a poner todos los recursos para apostar a un proyecto nuevo. Y de hecho, ya mismo lo estamos haciendo con “Placer y Martirio”, nuestro séptimo largo que habla sobre ciertos deslices sexuales de la llamada “clase alta argentina”.
-Sin embargo, hay otro largometraje de “Cinebruto” a punto de ver la luz…
-Claro, porque en estos momentos estamos terminando la posproducción de “El Perro Molina”. De ir todo bien, rodaríamos también “El Sacrificio de Nehuén Puyelli” ambientado en la ciudad de Esquel. Se trata de una ultraviolencia contenida que subsiste en nuestros pueblos cordilleranos en un ámbito carcelario y chamánico.
-También has producido una miniserie, “Fantasmas de la ruta” ¿cómo fue esa experiencia?
-A “Fantasmas…” la filmamos con una libertad absoluta, contratamos a quien quisimos y sólo tuvimos un apremio de cronograma. Supimos intuir que los canales de televisión o de cable tendrían reticencias al momento de exhibirla, por lo que formulamos al BACUA y al INCAA nuestro deseo de realizar con ese material un filme. Por suerte, el apoyo fue absoluto y ya armamos el largo. Pero también esperamos que en un futuro inmediato algún canal asuma el compromiso de proyectarla.
Casting áurico, marginalidad y actores “no profesionales”
-En tus películas solés trabajar sin guión ¿“Fango” fue la excepción?
-Para nada. En “Fango” sólo planteamos el rodaje de tres escenas que ayudaron a plasmar las subsiguientes. Es un proceso muy interesante que podría definirse como el rodaje que genera al propio rodaje, y no la abstracción de componer un guión en soledad para dar a luz una película. Yo sólo escribo sobre una escena cuando ya está filmada.
-También es una marca registrada tuya el prescindir del casting actoral…
-Nuestros castings existen pero son “áuricos”. Y más que buscar personajes se trata de establecer roles, los que se cristalizan con la sola presencia de quien viene con la energía que emite, las elecciones que esa persona ha tomado en su vida y la sabiduría o perplejidad que de ello deriva.
-¿Por qué te interesa tanto trabajar con actores “no profesionales”?
- Yo creo que todos tenemos una cuota de divinidad dentro de nosotros, por eso todos somos artistas. Es obsceno que alguien diga “yo soy un artista y mi hermano no”. Cuando tiene la oportunidad, la gente demuestra que sí puede. Y justamente llega a convencer mucho más que otros a través de un método.
-Tus películas están siempre ambientadas en la marginalidad ¿es por tu conocimiento de campo?
-Es cierto que conozco varios aspectos de la marginalidad, pero a decir verdad en esos entornos siempre mantuve una conducta bastante atípica. Quiero decir que nunca fui proclive a ser influenciado. Y creo que, más que desde marginalidad, filmo con estratos sociales que los medios y el arte invisibilizan. Nuestros filmes intentan incluir a toda la comunidad en materia de contenidos.
-¿Cómo definirías “Cinebruto”?
-Es una productora que desarrolla filmes fuera de cualquier atadura moral o estética, privilegiando la inclusión y el mirar realmente al prójimo como a un igual a pesar de las circunstancias, que como tales, pueden resultar absolutamente temporales.
-¿Qué opinás del llamado “Nuevo Cine Argentino”? ¿Qué películas rescatás?
- El tema del llamado Nuevo Cine Argentino me ha resultado siempre muy ajeno. Lo que sí te puedo decir es que somos un país que produce más películas, por ejemplo, que Alemania, México o Brasil. O sea que poseemos una dinámica y una variedad narrativa verdaderamente envidiables. En cuanto a las películas que me han resultado por demás destacables, te puedo nombrar a “Bolivia”, de Adrián Caetano; “Buena vida delivery”, de Renato Di cesare; “XXY”, de Lucía Puenzo; “El Cielito”, de María Victoria Menis; “Orquesta Roja”, de Nicolás Herzog; “Mauro”, de Hernán Roselli, y muchas otras.
-¿Cómo es filmar después de haber sido premiado y reconocido?
-A pesar del reconocimiento me sigue resultando un privilegio trabajar de esta manera, donde cedo permanentemente como productor, director y guionista en función del documento y de que el prójimo se sienta representado. La relación que persiste con aquellos compañeros con los cuales hemos trabajado, es invariablemente muy armónica. Y el resultado no es el de un director sino el de todo un grupo, una hermandad de trabajo. Y eso es Cinebruto también.
Campusano, un director de 600 cilindradas
Nacido en Quilmes, Buenos Aires, en 1964. Hijo y hermano de boxeadores, su infancia y adolescencia estuvieron signadas por un desprecio absoluto por la educación oficializada y todos los mecanismos de inserción social. Esto derivó en un profundo anarquismo y en la adhesión a grupos de motoqueros marginales. Estudió parte de la carrera en el Instituto de Cine de Avellaneda y debutó como realizador en 2000 con el cortometraje “Culto suburbano”, un relato sobre las prácticas a San La Muerte. Le siguió en 2004 el corto “Verano del ángel”, un tratado social sobre la ocupación de una casa y el agenciamiento de la hija del dueño por parte de dos hombres sin mediar la violencia. En 2005 llegará el mediometraje “Bosques”, codirigido con Gianfranco Quattrini, que participó en el Bafici y se estrenó en el Festival de Locarno (Suiza). En 2006 dirige “Legión -Tribus urbanas motorizadas-”, documental sobre tres agrupaciones de motoqueros que habitan en la periferia del GBA. En 2008 llega su primer largometraje de ficción, “Vil Romance”, un drama con temática homosexual que ganó el primer premio de la crítica en el Festival de Toulouse, Francia. En 2009, con “Vikingo”, Campusano vuelve al mundo de los motociclistas y hechos de violencia extrema. Y en 2012, con “Fango”, hace una incursión antropológica en un caso de violencia real acontecido en Florencio Varela. Con este filme, además, Campusano obtuvo el premio a la mejor película argentina en el Festival de Mar del Plata, donde también se estrenó en 2013 “Fantasmas de la ruta”, largometraje desprendido de una miniserie para televisión.
Iván Wielikosielek