Maximiliano y Cristian Suárez comparten sus padres, se criaron juntos y son los mayores de unos, al menos, nueve hermanos.
Cristian fue quien comenzó a unir lazos para conocer a todos los restantes, a los que los enlaza la paternidad.
“Maxi y yo somos hermanos, luego está Johana que es de Ballesteros, Mili que es de acá y faltan Cintia, Leo, Nahuel que son otras madres”, relata Cristian entre risas mientras admiten no recordar algunos.
Ayer se reunieron los cuatro a almorzar en la parrillada VIP para al menos iniciar el contacto entre ellos cuatro.
Cristian, el menor del primer matrimonio, fue quien inició la búsqueda y cumplió el rol de nexo entre todos.
Así conoció a Milagros Vyeira hace unos diez años y a Johana Perollo hace dos.
En el asado del domingo fueron Maximiliano, Johana y Milagros los que se vieron por primera vez.
Entre comida, risas, anécdotas iniciaron un camino juntos, más allá de los lazos de consanguineidad que los atan.
“Todos sabíamos que teníamos otros hermanos y fuimos conectándonos por Facebook, yo además tengo otros seis hermanos de parte de madre”, explica Johana, quien realiza cuentas con sus dedos, junto a Maximiliano, para estimar la cantidad que posee.
Ella aún no conoce a su progenitor personalmente.
Sólo por una necesidad de saber le habló por teléfono hace unos años, pero el hombre no mostró interés.
Ninguno convive con el hombre, excepto los dos más pequeños que tienen unos pocos meses.
El rango etario los tienta a los cuatro, ya que en el ambiente se respira un aire de complicidad que corrompe la idea de que recién se conozcan.
“Yo que soy el más grande tengo 28 y el más chico tiene un año”, comenta Maximiliano.
Cristian retoma la palabra con un chiste “somos como doce, hay que jugar a la quiniela”.
Pero interrumpe la situación para hablar con un rostro serio, “nosotros nos tomamos con humor todo esto, ¿cómo te podés tomar una situación así? Yo también supongo que el loco (por el padre) no tiene la culpa, o relativa, el hombre propone. Yo me pongo de todos los lados, porque también tengo hijos y me separé”.
Allí adhiere una reflexión, “la clave está en que sepan reconocer las cosas, en no dejar de comunicarse, no dejar tirado a nadie, no negar un apellido y hacerte cargo de lo que te toca”.
El tema del apellido es relevante, ya que sólo los dos mayores tienen el de su papá, los demás, el de solteras de sus madres.
Además, sobre todo en el caso de los menores de edad, son justamente sus progenitoras las que se resisten al encuentro.
De todos modos, los que ayer se reunieron -después fueron juntos al cine-, argumentaron qué les despertaba esta nueva etapa.
Cristian menciona que “a mi me dio alivio conocerlas, porque yo siempre he sido muy salidor y uno nunca sabe”.
Johana, en tanto, adhiere con resignación “me gustaría que podamos reunirnos todos, pero no se puede”.
Ninguno se siente enojado con su padre, sólo decepcionados pero prefieren dejar eso atrás ya que el hombre sólo se escuda en que si quisieran verlo irían a visitarlo a su casa, según manifiestan sus hijos.
En relación a la idea de conformar una nueva familia, todos acuerdan en que sus necesidad no pasan por allí sino que con estas reuniones se sienten felices, “cada uno tiene su familia y el tiempo dirá desde qué lugares nos encontramos”, sentencia Cristian.
Distintas historias de vida, distintas latitudes, distintos pasados, un lazo de sangre, un horizonte en común. De cuando los vínculos se construyen y eligen.