Por Pepo Garay Especial para EL DIARIO
El Dique Los Molinos tiene unos 25 kilómetros cuadrados de extensión y unas vistas espectaculares. En el punto donde los valles de Calamuchita y Paravachasca se dan la mano, está él, como definiendo fronteras. Se lo pasa bien a su lado, con el reflejo del agua y las colinas pletóricas en vegetación. La ruta mete curva y contracurva en un paseo esencial para comprenderle lo bueno a Córdoba.
Amarrado a una de sus esquinas declara domicilio Villa Ciudad Parque (195 kilómetros desde Villa María), una aldea que vive casi escondida, uniendo las costas del gigante y los bordes de la ruta provincial 5 (la que pasa por Santa Rosa, Villa General Belgrano y compañía). La conexión entre una y otra esfera la logra con una silueta angosta y espigada, que se extiende por 4 kilómetros de bulevar callado y alma de bosque.
Tras atravesar el arco de la entrada, un ícono del pueblo, el viajero se manda buscando el fondo. Deja a los costados casas de veraneo, la capilla, la panadería, la carnicería, la heladería y los etcéteras del caso. También el Paseo Central que hace las veces de plaza, con juegos infantiles y feria artesanal los fines de semana. La sensación, contemplada por arboles grandotes, es de soledad.
Así, tiempo para pensar, se llega al final del recorrido, al río Los Reartes. Hay un balneario con puente que enfila a la localidad de Los Reartes, y hay un disfrute del cuadro, playitas de arena y más follaje de aliado. Siguiendo la dirección de la corriente, un paseo de dos kilómetros y poco lleva a la unión del río con su hermano, el Del Medio.
Ahí es cuando se ensanchan los cauces, y se hacen dique. Del lado de Villa Ciudad Parque y de cara al lago surgen complejos de cabañas y un par de clubes náuticos, que tientan con sus embarcaciones varias. Un paredón de tierra con forma de barranca marca la cintura en este punto del mapa.
Onda rural
De regreso al portón de entrada y con rumbo norte, la onda se pone más campestre, a partir de los emprendimientos que permiten ver el espíritu rural de los paisanos (unos mil los que habitan el municipio). En ese sentido cabe nombrar al campo El Portezuelo, que ofrece el contacto con la naturaleza de la mano de ñandúes, patos, ovejas, vizcachas y pavos, entre otras especies.
Al otro lado de la ruta, donde las estribaciones de las Sierras Chicas hacen que el terreno se vuelva más pícaro y atractivo, el referente es el campo Ye- Qui, conocido por albergar la capilla “El Yequi”. Al lado está el Museo del Carruaje “El Tacú”. Unico en la provincia, exhibe desde el año 2003 los distintos tipos de carruajes utilizados en épocas idas: militares, de paseo, de lujo, fúnebres y de carga, por sólo mencionar algunos. También cuenta con automóviles antiguos, como los míticos Ford T y Ford A.
Ya en los adentros de los cerritos, la opción es visitar el Vivero Medicinal La Esperanza. Espacio dominado por una señora con perfil de sapiencia llamada Doña Paula, quien cuenta de la magia de las plantas. Al aire libre, inhalando y exhalando el aroma de las sierras, disfrutando los pareceres de la madre tierra e intuyendo la presencia del agua, cercana, cualquier teoría lo convence a uno.
