Días atrás, en una conferencia pública, el obispo de nuestra Diócesis, Samuel Jofré, ofreció declaraciones que se emparentaban con la nefasta teoría de los dos demonios en relación a las actuaciones durante la última dictadura cívico-militar. Por tal motivo, la filial Villa María de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) salió a responderle con dureza:

“El señor obispo ha usado palabras  fuertes,  hirientes,  dolorosas,  antidemocráticas,  para un pueblo que aún no se ha podido recuperar de la tragedia de la última dictadura. El período más largo de nuestra historia (30 años de vida en democracia), fue construido entre todos: el pueblo, los dirigentes de todas las corrientes políticas, las instituciones intermedias y los jóvenes que se han hecho hombres en este período. Lo afirmado por monseñor Jofré pone en duda, con lo expresado a continuación, uno de los pilares del sistema republicano: la justicia”.
“Dice el obispo: ‘Los juicios a los represores de la última dictadura militar -son discutibles- afirmando que voces serias, bien plantadas, hablan de juicios políticos’. Tal vez el señor obispo no sepa que algunos de esos señores de ‘voces serias, bien plantadas’, sean los mismos a los que hacía referencia monseñor Pedro Gottardi en una carta enviada a un preso de Sierra Chica, en la que  afirmaba que en Villa María se confeccionaron las ‘listas negras o de subversivos’, que luego fueron detenidos y algunos secuestrados y asesinados por la última dictadura. En Villa María se secuestró y asesinó  a un matrimonio perteneciente a una familia muy conocida por todos nosotros”.
“Señor obispo, nos permitimos recordarle en este texto el alegato del fiscal del Juicio a las Juntas, el  doctor Julio César Strassera, que en su alegato final decía: ‘Señores jueces, se ha probado durante este juicio la existencia de un plan criminal. Este juicio y esta condena son importantes y necesarios para la Nación Argentina, que ha sido ofendida por crímenes atroces. Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y el control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es una ideología política, ni una estrategia bélica, sino una perversión moral’ y sigue.
Tampoco debe saber que las leyes de impunidad que salieron en su oportunidad por presión de las fuerzas militares y el indulto por decreto presidencial, fueron rechazadas enérgicamente por la sociedad que forma parte de su Diócesis”.
“El señor obispo inocentemente o por cuestiones más profundas, ideológicas o políticas, está intentando hacer surgir la ‘teoría de los dos demonios’, y justificando de alguna manera los cientos de miles de detenidos, por sólo defender un Estado democrático, los más de 30 mil desaparecidos y robo de bebés nacidos en cautiverio, todos  por la misma causa”.
“El golpe militar de 1976 produjo fisuras y desequilibrios profundos en la sociedad y en todas las instituciones fundamentales del sistema democrático: Estado, Justicia, familia, escuela. Situación que, a pesar del tiempo transcurrido, no se ha revertido totalmente. Los efectos de la dictadura siguen presentes en distintos aspectos de la cotidianeidad de los argentinos como, por ejemplo, la violencia. Muchos de los que fueron desaparecidos eran adolescentes, mujeres embarazadas, padres, hijos, familias enteras; fueron brutalmente secuestrados de sus hogares y llevados a los centros clandestinos de tortura, desolación y muerte. Al poder ignominioso no le bastó con eliminar a los desaparecidos, también atormentó psicológicamente a los familiares, a los amigos y a la sociedad en su conjunto, al mantener durante años la duda sobre si seguían o no con vida”.
“El miedo cubrió a todos con un manto de incertidumbre. Fue una larga noche, una fría noche de perplejidades  y de vaguedades, que impedía pensar; hasta el aire que se respiraba estaba cargado de una sensación de inseguridad y de pánico. Todo se eclipsó, se evaporaron las instituciones de la República, los sindicatos, los partidos políticos, las organizaciones sociales, la gente  y toda expresión colectiva. Todos se sentían vigilados, la censura hacía imposible la expresión de cualquier idea de libertad, de cualquier pensamiento independiente; hasta las subjetividades se habían congelado, teníamos miedo de nosotros mismos, de nuestros conocidos, de nuestra sombra, los días eran noches de 24 horas; todo era oscuridad y penumbra”.
“Villa María, naturalmente, no fue ajena a esos acontecimientos y padeció los mismos momentos de incertidumbre que vivió el país. Para no hacerlo tan extenso, sin que esto signifique cerrar estas reflexiones, nos permitimos  la necesidad de tratar este hecho tan sangriento de nuestra historia con mucha responsabilidad y prudencia, para que los que hoy son jóvenes valoren la posibilidad que tienen de vivir en democracia y no caigan nunca en la tentación de creer en las soluciones mesiánicas, como una opción a la resolución de los problemas del Estado. A los problemas de la democracia se los cura con más democracia. Los hechos que ocurrieron en el país y en Villa María, no deben caer en el olvido, deben quedar impresos a fuego en la memoria de las nuevas generaciones, para que se haga realidad la exclamación de Ernesto Sábato ante tantos testimonios del horror: ‘Nunca más’”.