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10 de Agosto de 2014
Margarita murió a las 7 de la mañana y Grato a las 4 de la tarde
Amor eterno: a algunas parejas ni la muerte los separa
Ella tenía 71 años y él 81. Se habían conocido en el barrio y comenzaron a hablar al cruzarse en la parada del colectivo. Estuvieron más de 42 años casados y fallecieron el mismo día
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Silvia, la hija, y Laura, la nuera, entre la sorpresa y el dolor, recibieron a EL DIARIO en la casa de la pareja

 

El miércoles 2 de julio, Grato Juan Marengo comenzó a sentirse mal y a perder la memoria. Su compañera, Margarita Mercedes Bonino, le pidió a su hijo y a su nuera que llamaran al médico, preocupada por la situación.
El jueves, el doctor Strippoli acudió a la vivienda de calle San Martín 257 de Villa Nueva y le dio a la señora la peor noticia: a Grato le quedaba poco tiempo de vida, ya que su cuadro de salud se había agravado notoriamente.
En abril de 2013 lo habían operado, con el correr de los meses dejó de ingerir alimentos y llegó a pesar 25 kilos. Sin embargo, los familiares que hablaron con EL DIARIO aseguran que nunca se quejó y que llevaba con valentía y entereza su enfermedad.
Dicen que Margarita escuchó la palabra del médico sin evidenciar signos de dolor. Haciendo gala de la fortaleza que ostentó a lo largo de sus 71 años, le dijo a sus familiares que su marido se iba a poner bien, que iba a soportar el cáncer mucho más tiempo.
Tomó mates con el doctor, e intentó seguir de la mejor manera.
El sábado siguiente no se levantó de la cama. Una bronquitis crónica cada tanto le deparaba un mal trago, entonces sus hijos pensaban que se repondría de inmediato. El domingo 6 de julio a las 6.30 de la mañana su hijo Diego Jesús, el único del matrimonio,  se le acercó a la cama para preguntarle si necesitaba algo. Ella le respondió que no. A las 7 de la mañana, cuando su heredero retornó al dormitorio, había muerto. 
Nadie en la familia esperaba este desenlace. Esa mujer que en apariencia seguía colocando el optimismo y la integridad ante todo, seguramente "llevaba su dolor por dentro" y no toleró las noticias sobre su compañero.
Grato dormía a su lado cuando ella falleció. Le escondieron lo sucedido y fue internado, pero a las 4 de la tarde de ese mismo domingo él también dijo adiós, desde la terapia intensiva de una clínica villamariense.
Habían pasado 42 años juntos, desde aquel febrero de 1972 en que se casaron. Se habían conocido en el mismo barrio en que se despidieron: ella, por entonces de 29 años, ya vivía en esta casa y él residía en la esquina. Margarita había quedado viuda de muy joven (a los 26) y se terminó enamorando de aquel señor que encontraba en la parada del colectivo, pudiendo así reiniciar su vida.
El caballero tomó a los tres hijos (Silvia, Henri y Javier) de aquel primer matrimonio de ella como propios, y formaron así una gran familia junto a Diego, el único heredero de esta pareja.
Cuatro meses de novios les bastaron para decidir dar el sí y contrajeron enlace. Pasaron cuatro décadas en las que atravesaron avatares siempre de la mano, unidos. Margarita fue ama de casa, él un trabajador desde la adolescencia, cuando ingresó a la ex- Defensa. Después fue plomero y cloaquista. La dama tejía y bordaba, sus pasiones de entrecasa. También concurría a la Casa de la Cultura. Grato, por su lado, amaba estar en el patio, sentarse a tomar un poco de fresco, y degustar su aperitivo favorito, el ferné con soda.
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Todos los datos fueron aportados por Silvia (52), hija de Margarita (pero quien fue prácticamente criada por Grato) y por Laura Ramos, la nuera del desaparecido matrimonio, esposa de su único hijo Diego Jesús Marengo, quienes recibieron a EL DIARIO en la casa en la que vivía la pareja.
Laura, Diego y el pequeño hijo de ambos compartían la residencia con Margarita y Grato desde diciembre pasado, y hoy se encuentran entre el dolor, la sorpresa y el agradecimiento por el afecto y el cariño que siempre ofrecieron los Marengo. 
Junto a Silvia, reivindicaron el amor de la pareja, recordaron momentos y agradecieron al médico Strippoli, "que ni siquiera nos cobró".
De a poco, intentan iniciar una nueva etapa sin aquellos viejitos a quienes velaron juntos y que fueron sepultados en el mismo momento en el cementerio local. Sin aquellos a quienes ni la muerte pudo separarlos. 
 
Diego Bengoa

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