Paula es hija de Ester Felipe y Luis Carlos Mónaco. Ella era psicóloga; él, periodista y delegado gremial. Ambos militaban en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y fueron secuestrados y desaparecidos por el III Cuerpo de Ejército el 11 de enero de 1978 en Villa María.
Desde México, donde reside quien siguiendo los pasos de su padre se dedicó al periodismo, dialogó con EL DIARIO sobre la aparición de Ignacio/Guido, el nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. En ese marco, elogió la Justicia argentina, la lucha de los organismos de derechos humanos de este país y el cambio de visión de buena parte de la sociedad, a la vez que confesó que sus padres le faltan “todo el tiempo” y que cuando hay impunidad, el dolor es más inmenso.
Con casi 20 años en Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS), hoy vive un sinfín de sensaciones por la noticia de Estela, con quien no tiene contacto porque su interacción se ha dado más bien con Abuelas de Córdoba.
“Siento lo mismo que miles de personas en Argentina y el mundo: felicidad absoluta. Cada hermano que recupera su identidad es una alegría inmensa, una suerte maravillosa que nos da la vida, pese al dolor que precede a todo esto. Pero, además, encontrar a nietos de compañeras es una alegría doble. Porque las hemos visto caminar y abrir puertas incluso donde había muros. Porque hemos visto que son muy valientes y a la vez muy humanas. Hemos visto lo que entregan, lo que dejan y lo que sufren. Pensá que ellas se han levantado de sus propias cenizas, el dolor de perder a un hijo de esta cruel forma que es la desaparición es una situación que no cabe siquiera en la imaginación.
En la búsqueda hay mucho amor, nadie quiere forzar identidades, más bien son décadas de dolor por la ausencia y de amor por los nietos/hermanos con quienes quisiéramos estar y compartir. Amor que sentían sus padres y amor que siente por ellos su familia, buscándolos. Es maravilloso que ese amor salte mil obstáculos y horrores para dejar que, como dice el Popol Vuh, "toda sangre llega al lugar de su quietud".
No pasaron ni 12 horas de la noticia y Guido ya había puesto en su Facebook las fotos de sus padres, agradecía a la vida, a su familia, a todos. Saber a los 36 años que no sos quien creías ser no debe ser fácil. Pero en el fondo de todo esto hay mucho amor y hay hermanos como Guido que lo asimilan así, verlo abrazarse con sus abuelas 36 años después es una alegría enorme”.
Lo que Estela representa. “Es un símbolo. Ocupa un lugar que se ha ganado con mucho esfuerzo y lucidez. Pero también es una abuela, una madre de muchas que ha logrado vencer al dolor y transformarlo en fuerza. Que esas abuelas encuentren a sus nietos es maravilloso, es un poquito de justicia en medio del horror. Un poquito que es muchísimo, que repara sus corazones.
Además, Guido es la muestra viva de un triunfo social. No es casual que haya sido un chico solidario, que se haya sumado a Música por la Identidad. Eso muestra que muchas cosas, con viento en contra durante décadas, se han hecho bien desde el movimiento de derechos humanos. Que a muchas cosas las hemos hecho bien o que, al menos, van dando frutos”.
El impacto de la noticia en la sociedad argentina. “Que él haya sido parte de esa iniciativa y que miles de argentinos hayan festejado la noticia es una muestra, creo, de que nuestra sociedad está sanando. Que nuestra sociedad está varios pasos adelante, que se siente parte y ha tomado parte en el proceso de memoria, verdad y justicia. Cuando esos temas se asumen como de todos... la historia cambia. Ya no será tan fácil que los sectores de poder que hicieron y sostuvieron al terrorismo de Estado sigan escribiendo la historia como ellos decían que fue.
La Argentina tuvo y tiene heridas, pero las está sanando con trabajo de comunidad. Y eso, considero, es importantísimo.
Por todo esto, para mí la noticia fue una alegría inmensa; ver el festejo nacional fue una sorpresa gratificante y una alegría gigante”.
México, una realidad distinta. “Verlo desde México provoca una gran esperanza. Aquí siguen impunes los casos de desaparición forzada desde 1969, ni siquiera sabemos cuántas personas desaparecidas por razones políticas hubo en las últimas décadas. Pero, además, la desaparición forzada sigue utilizándose como método y, en el marco de la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’, tenemos más de 30 mil desaparecidos y cerca de 150 mil muertos en los últimos ocho años. Mientras aquí peleamos para frenar esta masacre infame, peleamos para dar aunque sea algún paso mínimo de justicia, desde Argentina llegan noticias maravillosas como condenas a genocidas y restitución de identidades. Argentina está dando un ejemplo esperanzador”.
Qué dicen allá. “No puedo hablar por todos los mexicanos, pero sí puedo decirte que la noticia de Guido estuvo en las tapas de todos los periódicos y, lo que es mejor aún, en las conversaciones de la gente.
Hasta hoy cada vez que me encuentro con alguien que sabe que soy argentina o conoce mi historia, me felicita por la noticia.
Con noticias como ésta, restituciones de identidad que se han dado en años recientes y condenas a genocidas, aquí crece una idea de que en Argentina hay justicia. Desde allá llegan ejemplos, que surgen en medio de la sensación de absoluta impunidad que reina en otros países del continente, sobre todo en la golpeada Centroamérica, y aquí en México, donde más del 90% de los delitos no se denuncia, justamente por falta de confianza en la Justicia. Las noticias de sentencias a genocidas parecen de otro planeta, más que de otro país. Aquí los genocidas siguen intocables y viven con lujos y privilegios, financiados por el Estado.
Para quienes están informados de lo que ocurre aquí y allá, la justicia es un ejemplo que Argentina está dando”.
Los juicios a los genocidas. “Trato de seguirlos aunque no doy abasto porque hay muchísimos y esa es una excelente noticia. Contra todo pronóstico, y en unos pocos años, se pudo derribar un muro de impunidad que parecía haber sepultado el tema del terrorismo de Estado por décadas.
No puedo seguirlos a todos pero estoy al tanto de varios, como por supuesto la megacausa La Perla, donde se juzga a los responsables del secuestro, desaparición, torturas y asesinato de mis padres. Pero también, por ejemplo, el de Rosario, que tuvo alegatos esta semana.
Es tremendo volver a escuchar tantos detalles horrorosos, oírlos y oírlos, enterarnos de cosas más tremendas que desconocíamos. Pero es maravilloso que eso esté escuchándose en los Tribunales, que la Justicia tan sorda-ciega-muda que tuvimos por décadas ahora tenga que escuchar, les guste o no a muchos de esos jueces, quienes incluso fueron encubridores a veces.
Es maravilloso que el tema se lleve adonde tenía que estar: la Justicia. Porque a nuestros padres no les dieron derecho a un juicio, los secuestraron, torturaron y asesinaron, violando cuantas leyes -escritas y humanas- se pueda uno imaginar. Que Argentina como sociedad haya podido volver al camino correcto, al de las instituciones, me parece algo sumamente importante. Cambia a un país. Lo cura. Lo hace mejor.
Y pese a todo, algunos genocidas muestran que son lacras hasta las últimas consecuencias. Siguen negando información, no dicen dónde escondieron los cuerpos, no dicen a quiénes entregaron a nuestros hermanos. Hay que saber ver cómo los peligrosos para la sociedad son ellos y cómo una sociedad civilizada los juzga sin obligarlos a nada”.
Qué espera de la Justicia. “Espero mucho, muchísimo. Que sea valiente, que vaya más allá de sólo escucharnos por primera vez en cuatro décadas. Que vaya más allá de dictar sentencias acorde a lo que corresponde. Espero que encuentren a los 73 genocidas prófugos, sin avalar su cobardía. Espero que vigile el cumplimiento de las sentencias y sancione a quienes cometen abusos aún dentro de sus condenas. Espero que actúe para saber adónde están los restos de nuestros padres y facilite el hallazgo de nuestros hermanos.
Espero que no tema en los juicios contra cómplices e ideólogos del genocidio, como la familia Blaquier y Ernestina Herrera de Noble. Espero que sea una Justicia con mayúsculas, un ejemplo de las mejores prácticas democráticas.
No para mí. Para mis padres, para mi hijo, para la sociedad argentina. Porque esto va mucho más allá de lo personal, es un quiebre que estamos haciendo en la historia. Habrá un antes y un después. Espero que la Justicia se ponga a la altura. En muchos casos así ha sido, espero que siga siéndolo y vaya más allá”.
La tristeza a lo largo de su vida. “El dolor es parte de la vida. Todos sentimos dolor, todos tenemos momentos difíciles. Pero la desaparición forzada es una especie de dolor permanente e inacabado. Un hueco.
Por eso, en diversos momentos de tu vida, lo sufrís más y más. Mis padres me faltaron y me faltan todo el tiempo. Quisiera haberlos tenido los domingos, cuando terminé la escuela, cuando me equivoco, cuando nació mi hijo. Tantas veces.
Su ausencia me duele. Y creo que ha sido más tremendo en un país de impunidad. Porque sabía que no sólo mis padres habían sido desaparecidos por la fuerza y violentamente, sino que, además, probablemente nunca más sabría nada. Además, sus torturadores, secuestradores y asesinos estaban libres.
En esa impunidad, la desaparición forzada duele más porque, a diferencia de una muerte, no puedes entenderla, no puedes asumirla.
Pero mis sentimientos han cambiado ahora que muchas cosas están cambiando fruto del trabajo de muchas personas durante décadas (en organizaciones y en la sociedad), más el respaldo político de un gobierno.
Mis padres me siguen faltando, los sigo necesitando y siempre seguirá así esa sensación”.
No es venganza. “El vivir el juicio a los responsables del horror, el declarar frente a ellos y levantar sus nombres y el tener una sentencia próxima, me hace sentir que el dolor merma.
La justicia es reparadora. Tan simple como eso. Lo mismo que, creo, siente cualquier víctima de lo que sea -robo, asesinato, abusos- cuando existe justicia. No hay vuelta atrás, mis padres no estarán conmigo, pero algo está menos mal.
Algo que no es venganza, que es más bien lo opuesto: justicia. La justicia no llena todos los vacíos, pero sí uno”.
La sociedad ante los organismos de derechos humanos y los juicios a represores. “Tengo una impresión muy positiva de la comunidad argentina. Estos temas no son fáciles, sobre todo porque las opiniones están permeadas por discursos que se repiten en medios de comunicación, por ideas y discursos que se repiten en la familia, escuela y trabajo.
Es decir, como en muchos temas polémicos o difíciles siempre es complicado llegar a tener una postura propia y consciente.
Pese a esa complicación, cada vez más gente elige informarse y estar al tanto de los juicios. Otros van a las audiencias. Hay escuelas que van a las audiencias como van a La Perla. Eso me parece maravilloso. Eso habla de una apertura ideológica y mental que no nos tocó a muchos de mi generación, que tampoco soy tan vieja, y, por ejemplo, en la materia Historia Argentina nos daban información hasta antes del peronismo. Tremendo.
Pienso que los juicios han tenido buena recepción por cada vez más gente, sea yendo a las audiencias o siguiendo las publicaciones. No he escuchado a nadie decir ‘qué injusto que condenen a Menéndez’ y eso es un gran avance. Se sigue escuchando la frase ‘con los milicos estábamos mejor’, pero no pasará mucho hasta que logremos que esa idea no tenga respaldo. Las generaciones que crecieron en democracia están formándose con otras ideas y otras experiencias. Están viendo a un país que juzga a genocidas. Ese ejemplo, no lo dudo, deja una gran huella”.
Su ciudad natal. “Por ahora, no tengo previsto ir a Villa María en el corto plazo, aunque quizás lo haga cuando HIJOS cumpla 20 años de lucha, en abril próximo”.
Diego Bengoa
Fotografías: 1) Ester y Luis, los padres de Paula, en una foto de su álbum
2) “Mis padres me faltan todo el tiempo”, confesó Paula