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17 de Agosto de 2014
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"San Martín está más vivo que nunca"
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Escribe Rubén Rüedi
 
José de San Martín fue un hombre de marcada definición ideológica. No puede, entonces, ser considerado “el prócer de todos”. Simplemente porque el libertador fue un revolucionario encuadrado en el pensamiento liberal de la época. El general no era conservador para nada y menos entreguista.
Nada tiene que ver el Padre de la Patria con el pensamiento de Bernardino Rivadavia ni con el de Domingo Sarmiento. Al primero lo detestaba y se opuso de manera decidida a su proyecto político. Al segundo, a quien conoció ya en su retiro europeo, lo cuestionaba duramente.
Ocurre que San Martín era un militante del campo nacional y popular. Y no todos los argentinos acuerdan con una Patria grande que incluya a las naciones de la América Latina, con independencia económica y soberanía política.
Acontecimientos de la actualidad lo demuestran. Hay posiciones que no concuerdan para nada con el ideario sanmartiniano; entendiendo que ese pensamiento es antagónico con el neoliberalismo y la mano invisible del mercado. Con la sumisión a la usura financiera y la impronta de dar la espalda a la integración de los pueblos en pos del libre comercio con las potencias dominantes. Llámese ALCA u otro engendro dependiente.
Mientras en su momento Rivadavia entregaba el país a Gran Bretaña traicionando los principios fundamentales de 1810, el mayúsculo prócer legó su sable a Juan Manuel de Rosas por defender la soberanía. 
Sarmiento consideraba que los aborígenes “no son más que indios asquerosos a quienes habríamos hecho colgar. (...) Indios piojosos, porque así son todos. Incapaces del progreso. El exterminio de esa canalla es providencial y útil, sublime y grande. Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”. 
Por su parte, San Martín los elevaba a la condición de ciudadanos, reconociéndolos como “nuestros paisanos, los indios”. 
El Capitán de los Andes tenía como premisa el respeto a los derechos humanos, ya que su formación ideológica abrevaba en los Derechos del Hombre promulgados por la Revolución Francesa. 
Fue un soldado “negro”, quechua parlante, quien salvó la vida del Libertador en el combate de San Lorenzo. San Martín puso a los descendientes de esclavos negros en la estatura de “humanos”. Pero sería el propio Sarmiento junto al “inventor” de la historia argentina, el inefable Bartolomé Mitre, quien los echó a la basura de la guerra mandándolos a la muerte en los pantanos infectos de paludismo cuando la Guerra de la “Triple Infamia”, por mandato de Gran Bretaña, destrozó al Paraguay.
El Padre de la Patria fue, entonces, nacional y popular. Tan popular que alguna vez expresó: “Odio todo lo que sea lujo y aristocracia”. Cuando se casó con Remedios de Escalada, a ésta le regalaron ajuar de Europa, lencería y escarpines de raso. Al poco tiempo lo devolvió ante el malestar del revolucionario: “La mujer de un soldado no puede andar calzada de seda”.
Ser liberal en la época de San Martín no era dejar libre la “mano invisible del mercado”. Era otra cosa. Por eso fue intervencionista en la economía, tal cual lo demostró en el Perú y durante el gobierno de Cuyo.
El hombre del caballo blanco, junto a Simón Bolívar, fue el sembrador de lo que en estos días se está gestando desde la Unasur y CELAC: la Patria grande, justa, libre y soberana.
Era un revolucionario con mirada universal: “No hay revolución sin revolucionarios. Todos los revolucionarios del mundo somos hermanos”.
El “verdadero” José de San Martín sin dudas estaría honrado ante la gesta de Hugo Chávez y Néstor Kirchner, quienes sepultaron en las costas del Atlántico y ante los ojos de George Bush el último gran proyecto de sumisión imperialista. Mientras tanto, aborrecería a quienes rinden culto al FMI y claman obediencia debida a los fondos buitre.
Por eso, el glorioso libertador no puede ser el prócer de todos. Sí lo es de las grandes mayorías, que a paso de vencedores avanzan hacia la concreción de su noble ideario.
Su causa fue la libertad. Hoy, la libertad no es otra cosa que la justicia social, la lucha contra el dominio de las finanzas apátridas en detrimento de la dignidad del trabajo y la felicidad de los pueblos.
La aristocracia de su época y los enemigos de la revolución americana lo identificaban con intención despectiva y discriminación hacia lo nativo, como “indio misionero”. El inepto general francés Michel Brayer lo llamaba “tape de Yapeyú”. También le decían “el cholo de Misiones” y la oligarquía chilena lo trataba como “el paraguayo”.
Los de arriba lo odiaban, los de abajo lo veneran hasta el día de hoy. Los epítetos que se utilizan para degradar a ciertos gobernantes latinoamericanos de estos tiempos no son tan diferentes. 
En definitiva, San Martín era un español nacido en el Río de la Plata que regresó a su tierra natal con el objetivo de luchar por “el Evangelio de los Derechos del Hombre”, como él mismo definiera a su lucha. 
No es otra cosa que la lucha por la liberación de los oprimidos.
El General está más vivo que nunca.


 

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