Por
El Peregrino Impertinente
Domingo Faustino Sarmiento, muy sanjuanino él, conocía a la perfección las peculiaridades del Zonda. “El Zonda es un viento propio de las zonas andinas de Argentina, en particular de nuestro Cuyo, que se caracteriza por fuertes ráfagas que descienden desde la cordillera con notable energía y calor. El mismo genera distintos problemas a la población, sobre todo a los indios, que en todo caso se lo merecen por ser unos salvajes, holgazanes, malandras, incapaces, delincuentes, obscenos, enclenques y pobres. Y no es que yo tenga algo contra esas criaturitas pestilentes del señor, eh”, aseguraba el Gran Educador, antes de abrir la boca y recibir unas uvas de sus sirvientas tehuelches.
Cualquiera que viaje a Mendoza o San Juan corre el riesgo de encontrarse con el tal Zonda. En estas dos provincias del oeste, el particular ventarrón (que en otros países lleva nombres como “Berg Wind”- Sudáfrica- o Chinook – Canadá) se presenta dos por tres, creando una polvareda tal que hace conmocionar a la gente. “Son los vientos de cambio”, grita una vieja, que cae en la desesperanza minutos después, al comprobar que los pobres siguen siendo pobres, los ricos ricos y Clarín Clarín.
En concreto, el fenómeno comienza con un vendaval proveniente del océano Pacífico, que forma nubes y descargas de humedad en lo alto de la cordillera, y baja seco y molesto como Maradona tratando de hilvanar dos palabras seguidas. Tremenda la desazón que se lleva el viajero, sentado en el banco de la plaza a punto de clavarse un infernal sanguche de mortadela y queso, cuando el maldito Zonda aparece sin aviso. Entonces el tierral, que no tiene vitaminas ni proteínas ni minerales, se convierte en el verdadero alimento, y las ganas de asesinar a Dios, en el sentimiento del día.