Quizás un pacto
Quién sabe cuántas dudas y certezas atraviesan ese cuerpo por debajo de su ajada piel. Pero es una de esas dudas la que lo ha traído hasta esta entrevista. Es la misma que desde hace años le genera preguntas que se multiplican en las noches de insomnio. Es un interrogante que tiene que ver con su identidad. Apolinario Morales, así se llama, ya ha cumplido siete décadas de edad pero aún no sabe quién es su padre. Tiempo atrás, en oportunidad de su cumpleaños, uno de sus tres hijos le preguntó “¿cómo es eso de que eres hijo natural?”. Apolinario, “Polo” como lo apodan, volvió a contar su historia. Recordó a su madre Celia Morales, nacida en 1915, que se casó con tan sólo dieciocho años y, poco después, cuando ya tenía tres hijos, quedó viuda.
Al inicio de la década de 1940 consiguió empleo como mucama en un campo de la zona de Ballesteros. Cuando hacía dos o tres años que Celia trabajaba en ese lugar, nuevamente quedó embarazada. El bebé que entonces se gestaba con el tiempo sería Polo, el mismo que contando su historia se emociona. Es que este tipo de búsquedas no son fáciles de transitar, reiteradamente se repasan indicios que el tiempo suele querer difumar pero la necesidad los torna más nítidos a pesar del paso de los años. Polo comienza a repasar detalles de su historia, “ella (su madre), trabajaba en ese campo; quedó embarazada de mí; la despiden pero debe haber existido un pacto”. Le pido que explique eso y entonces plantea claramente su razonamiento “por un lado la despidieron y por otro le regalaron una casa importante, con patio grande, en Ballesteros Sud para que fuera a vivir allí. Y digo que tiene que haber sido un pacto porque ni siquiera mi abuela sabía contarme cómo fue la cosa”. El campo donde trabajó Celia pertenecía a una reconocida y adinerada familia de la zona.
Cuando el 19 de marzo pasado volvió a contarle la historia a su hijo buscaron en Internet y encontraron fotografías de quien sospecha que puede ser su padre, “tengo sus mismas facciones, incluso con el hijo que está vivo. No sé, lo único que me faltaría sería hacerme el estudio del ADN”. Está muy movilizado en lo afectivo, acusa la influencia que en él ha tenido las historias de los nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo. La búsqueda de las Abuelas modificó la concepción del derecho a la identidad, y no sólo impactó en la letra de la ley sino que el fenómeno ha hundido sus raíces en la cultura de este tiempo. El caso de Polo es representativo de esas búsquedas que ahora se ven legitimadas por la clara noción de que son realizadas desde el derecho que todos tenemos a conocer nuestro origen biológico. Apolinario continua repasando detalles, “nací el 19 de marzo, día de San José, entonces ¿por qué no me pusieron José?…” cuestión que sería lógica con las costumbre de la época pero, aclara, “pasa que el que podría ser mi padre se llamaba José”.
Su mamá murió cuanto él apenas tenía 4 años. Aprieta los labios, traga y cuenta con tristeza esa historia “mi mamá tuvo un golpe en la vereda. Había llovido y en Ballesteros las veredas eran resbaladizas. Se resbaló y se golpeó. La llevaron al Hospital. Creo que al de Bell Ville y allí el médico le dijo a la abuela (la mamá de Celia) que estaba golpeada y a punto de dar a luz. Y que había que elegir entre salvarla a ella o al niño…” Apolinario se calla, el llanto lo ahoga y la cara de ese hombre de setenta años se llena de dolor. Suspira profundo y dice “perdón, parezco un niño”. Retoma la narración “y mi mamá eligió salvar al niño” que sería su hermano Ernesto. Eso es lo que le contó su abuela y él sospecha que algo parecido puede haber pasado cuando nació. Quizás, dice, “ella me quiso salvar y por eso no accedió a otro tipo de cosa. Qué se yo, quizás un aborto y entonces habrá hecho un pacto” marchándose del campo pero recibiendo la casa para vivir en el pueblo.
Se hizo peronista para siempre
Pero la identidad no es sólo biológica. Polo, que se crió con su abuela, recuerda que en el mes de diciembre de 1951 su abuela “una gallega fuerte” le dijo que, como otras veces, irían a visitar a la “tía Ñata, en Buenos Aires y vamos a ir a conocer la Casa Rosada”. Para entonces él tenía alrededor de siete años de edad. Cuando estaban visitando la Casa de Gobierno se escapó de la mano de su abuela, “me metí en un lugar y estaba Perón, sentado, con dos micrófonos”. Recuerda que el líder le tocó la cabeza y le preguntó “¿cómo te llamás? Polo, le contesté. Entonces me dijo anda a saludarla a Eva. Mirá allá está”. Lo recuerda como uno de los momentos más importante de su vida. Se acercó hasta donde estaba Eva Duarte y ella le terminó obsequiando cosas. Lo cuenta emocionado “nos regaló zapatos, libros, recuerdo un libro de Upa” pero también algo que para él fue especial “un lindo trencito de lata”. Sus manos dibujan el espacio que ocuparía el trencito. Se nota que ha vuelto a ese momento pues pone las palmas de sus manos enfrentadas y trata de ajustar la distancia entre ellas al tamaño del trencito, pero las aleja y acerca varias veces. Quizás duda entre el tamaño que le parece verosímil para un trencito y el de la emoción que sintió con ese juguete. Luego cuenta “mi abuela tenía una imagen de Evita y Perón en una mueble barnizado, en el comedor. Bueno, en lo que hacía de comedor”. Desde aquel día se hizo peronista “para siempre”. Ha militado en diferentes líneas de esa corriente política, pero dice que siempre se ha definido como “peronista” y eso es una certeza en la conformación de su identidad. El campo de la duda queda del otro lado, del biológico. Polo cree que nunca es tarde para resolver esas dudas, por ello ha iniciado un camino para responderse los interrogantes que murmuran hipótesis en su cabeza.