Cuando uno piensa en Mediterráneo, en playas doradas y aguas azules, o lo que es lo mismo, en la felicidad sin importar con quién se peleó ahora Riquelme o cuanto aumentó la caja de puré de tomate de 520 gramos, piensa en Malta. Aún desconocido para la mayoría, este país minúsculo conformado por pequeñas islas que se ubica entre Europa y Africa, es ícono de uno de los mares más célebres del mundo y sus paisajes paradisíacos. Sueña el viajero con sus costas como cálidas perlas, y al despertarse y ver que son las 7.30 de la mañana de un gélido lunes y tiene que ir a laburar como cualquier día, especula con que en una vida anterior fue agente de la CIA, y hoy está pagando su karma.
Pero más allá de esas suculentas postales, la Nación europea cautiva con una historia de lo más interesante, reflejada sobre todo en el casco antiguo de La Valeta, su capital. Allí palpita el pasado de las islas, que por su estratégica ubicación fue conquistada por múltiples civilizaciones, entre ellos sicanos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, vándalos, árabes, normandos, almogávares, españoles, franceses, italianos y británicos. Evocando un famoso chiste, el niño maltés interroga a la madre: “¿Mamá, mamá, por qué vos sos blanca y de ojos azules, papá tiene una cara de turco que tumba y yo soy negro?”, a lo que ésta responde “Ay hijo, con el festín de maltecidad que nos pegamos aquella noche, agradece que no saliste terrorista checheno”.
Con todo, ningún grupo del archipiélago se hizo tan emblemático como los Caballeros Hospitalarios. Una congregación nacida de las cruzadas, con notable ascendencia en estos lares, y a la que actualmente se la conoce como Orden de Malta. “Perdonadme noble caballero, pero el nombre oficial es Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta”, dice un soldado ataviado con traje medieval, y el visitante, en sunga, se pregunta que hace este aparato con semejante laterío encima.