"Tol-wen”, le llamaron los Onas, otrora habitantes de los territorios que hoy conforman buena parte de Tierra del Fuego. En su idioma, el vocablo significa “corazón”, y es justamente eso lo que corporiza Tolhuin: la médula de la provincia, tan desconocida como sublime. El municipio, que cuenta no más de tres mil parroquianos, es resumen de todo lo bonito que ofrece el distrito más austral del país, con sus lagos y ríos, sus cerros nevados, sus postales bucólicas y emotivas, sus gentes todoterreno acostumbradas a lo brutal del clima, y sus bosques, esos bosques frondosos e interminables que rebalsan un repertorio hecho para conquistar.
Se trata de una aldea que nació en el andar de los madereros, los que venían a meter hacha y llevar la lenga (que se esparce por lo largo y ancho del rededor) a los aserraderos recién instalados (décadas del 50, 60 y 70). Tremenda belleza la que los perseguía y persigue en sus correrías de viento y acero quebrando la corteza. Hasta que alguien se dio cuenta del potencial. Así, uno puso una hostería, otro unas cabañas, aquel un restaurante prolífico en truchas arco iris, y aunque las visitas no llegan masivas, llegan. La paradoja: un espectáculo natural impresionante de cara a un racimo de viajeros. Lo ideal, si de aprovechar la pureza del paisaje se trata.
El principal llamador es el hermano de Tolhuin, el Lago Fagnano. Un monstruo de casi 600 kilómetros cuadrados que carga azul celeste en el agua, en compañía de montañas con pinta de filósofas, y que va a dar al mismo Chile. El pueblo habita en la esquina más nororiental del lago, admirándolo, con la espalda bendecida de bosques andino patagónico. Después de palpar la esencia sureña de las calles, casitas echando humo por la chimenea (tardes de hogueras y cosas calientes adentro), paisanos encamperados y con bufanda (muchas veces incluso en verano), e iglesia (de piedra y madera, altos techos a dos aguas, muestra reminiscencias de lo normando, de la Europa nórdica), el paseo involucra inevitablemente al Fagnano.
Entonces, la vuelta será bordeándole la costa, soberbia, y en 5 kilómetros de caminata con rumbo norte llegar a la Laguna Negra (tienen la culpa de su oscuridad la gran cantidad de turbas), luego de atravesar antes la Laguna Varela, menos especial. El horizonte dicta Cerro Michi, y el follaje magnánimo de bosques de lengas y ñires. Entre el verdor y los troncos, arroyos, y lo que es lo mismo, castores armando sus represas. De acomodar la dirección hacia el oeste, los que aparecen 50 kilómetros de marcha mediante son los lagos Chepelmut y Yehuin, y más sabor patagónico.
Cruce de los Andes
Tolhuin está ubicado a 100 kilómetros al sur de Río Grande y 110 al norte de Ushuaia. Con la cara apuntando hacia la capital provincial, el viajero toma la ruta 3 (la que nace en el partido de La Matanza, Buenos Aires), cruza el Río Turbio y el Río Valdez (y la reserva homónima, con los vecinos Laguna del Indio, Laguna de Aguas Blancas y Cerro Jeujepén). Después recibe los Cerros Chechén, Quintana, y los que conforman la Sierra Lucas Bridges, y se ensalza en los vaivenes de Los Andes.
Sí, hasta acá asoma la cordillera, mucho más baja que en su zona candente, pero igual de vital y esplendorosa que en otras latitudes continentales. El paso se llama Garibaldi, y materializa uno de los circuitos más lindos de Argentina. Laderas, más lengas, valle, picos nevados y Laguna Escondida, concuerdan. Tras el giro espera Ushuaia, y el fin del mundo.