Por Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
En un barcito con techo de chapa y aroma a “hoy no se trabaja”, cuatro viejos en musculosa y sombrero le sacan ritmo a un cavaquinho (especie de charango) y a un pandeiro, y cantan y gozan del pagode, una música hija de la samba que alegra los corazones del Brasil más popular. A fuerza de “cerveja” y cachaza, se pasan el día hipnotizados con los ritmos alegres y contagiosos que les dicta la coyuntura. Ni se acuerdan de que a media cuadra tienen el mar y sus bondades. O tal vez sí, y por eso andan así de contentos.
La escena es producto de Porto Belo, una ciudad-pueblo de 15 mil habitantes que se asienta en las costas de Santa Catarina, muy cerquita de Bombinhas (al sur), Itapema (al norte) y a 30 kilómetros de Camboriú, todos nombres familiares para el argentino promedio. Con esos vecinos la aldea comparte postales de Atlántico y morros verdísimos, pero agregándole virtudes distintivas, a partir del pequeño puerto que le define el rostro, playas preciosas y no tan multitudinarias como las de las localidades lindantes, y la hermosa Ilha de Porto Belo, que se le acurruca al frente.
Relax y caminatas
El día comienza por la dársena (que a veces es acariciada por algún crucero y siempre por los barcos que ofrecen excursiones) y a cuyo alrededor se despliega un par de simpáticos restaurantes y barcitos, un paseo de artesanos, todo muy relajado. Cada porción de la foto viene cargada del follaje omnipresente, el de la isla que emerge a menos de un kilómetro del continente, embelleciendo mañanas, tardes y noches.
También conocida como Ilha Joao da Cunha, el archipiélago surge en colinas y hace de perla de la región. Un jardín exuberante en mata atlántica, a la que suma cedro, palmeras y muchas otras especies, para generar ambiente casi selvático. Vibra la naturaleza con tucanes, nutrias, cangrejos y aves de mil colores, entre caminatas, deportes acuáticos, historia (las piedras presentan inscripciones de más de 4.000 años, probablemente realizadas por los indios carijós), y por supuesto, playas solemnes. Allí, el mar se antoja cristalino, la arena azúcar, y la vida un regalo.
Menos paradisíacas, es cierto, aunque todavía muy bonitas, las playas del Porto Belo continental convocan con buenas razones bajo el brazo. Las favoritas son las de Perequé, Fagundes, Do Costao y naturalmente, la de la bahía del pueblo en sí mismo. La de Aracá, en tanto, potencia el espíritu folclórico de la zona, con pescadores que sobreviven gracias a diminutos botecitos. Más aisladas, la Ensenada do Caixa D’Aco y Praia do Estaleiro aguardan a los que se animan a marchar por morros y vegetación para descubrir el premio y la paz.
Y si de caminata por cerros se trata, cómo no subirle los lomos al Morro de Antena y cruzar con rumbo sur hasta la playa de Zimbros, visitar la Reserva Morro dos Zimbros o en dirección este buscarle la silueta a Bombas y a Bombinhas. Otra opción es ir por pura arena, los pies descalzos junto al agua, y en un par de horas de inspiración hacia el norte darle alcance a Itapema.
Después del trajín o de la jornada panza arriba al rayo del sol, Porto Belo vuelve a pedir nada a cambio, e incluso convida con tradiciones locales en el acontecer de la Casa da Cultura y el Alambique Pedro Alemao. Allí se puede aprender sobre la producción de la cachaza artesanal, la misma que le enciende las almas a los viejos del bar, los bríos al pagode y las ganas de bailar a las garotas.