Adolfo Bioy Casares tal vez nunca pensó que sus cien años se vivirían con tanta intensidad en un país atravesado por las computadoras, aviones y las máquinas con las que él invadió parte de su creación. Tampoco imaginó el revés que le daría el cine - símbolo recurrente de su literatura- ya que ninguna de las películas que se hicieron en base a sus obras fueron muy logradas ni con buena crítica. Aun así, lo cierto es que se cumplen 100 años desde su nacimiento y el mundo literario se extiende en un gran homenaje, que por otra parte es ineludible.
Viviendo este centenario uno puede rememorar y celebrar la vigencia de todos sus frutos bibliográficos que aún permanecen en el imaginario popular, como así también en el canon de cada nuevo lector que se incorpora a las letras.
Es que desde “La invención de Morel”, sin dejar de lado otras piedras angulares de su creación como “El sueño de los héroes”, “Plan de evasión”, “Dormir al Sol” o “Diario de la guerra del cerdo”, entre otras tantas delicias, toda la actividad literaria de este brillante creador de universos paralelos fue altamente valorada desde todos los puntos artísticos. En sus personajes, quienes frecuentemente eran ciudadanos de clase media con una vida poco interesante, Bioy podía generar una atmósfera que los envolvía conjuntamente con la trama y volvía adictivo todo relato de su procedencia.
Desde un fugitivo, pasando por un anciano, un taxista, un relojero, un fotógrafo o meramente un muchacho de barrio que ganaba la quiniela y se iba de parranda, todos podían vivir y encontrar su destino de la manera más brillante. Es que la convicción de un futuro predeterminado para cualquier hombre fue muy importante en la construcción narrativa de este genial contador de aventuras. “El destino corre como un río”, dice Bioy en “El sueño de los héroes”, y así era como cada personaje al final del episodio encontraba ese clic que tejía los hilos y le daba cierre a esa gran red que uno no podía imaginar cómo finalizaría. Existen varios libros de su creación, incluso los del fin de su carrera, que tienen esos agónicos y certeros remates donde todavía en la penúltima página están en conflicto los protagonistas.
El secreto de su obra, según él, fue siempre evitar mostrarse sorprendido o evitar que sus personajes se asombren ante el acontecimiento fantástico; de esta manera el lector tampoco notaba un énfasis determinado y por esa misma razón todo se volvía más aceptable y llevadero.
Amante del deporte, los romances y las salidas nocturnas, Adolfo abandonó el campo y las haciendas para llevar una labor activa conjuntamente a Borges, a quien acompañó hasta sus últimos días en un laberinto de bibliotecas que los tendrían omnipresentes de por vida, encontrándolos durante muchos años analizando y leyendo literatura francesa, alemana, italiana e inglesa. Juntos crearon la valiosísima revista SUR, además de antologías de poesía y cuentos fantásticos (en compañía de Silvina Ocampo) creando una nueva forma de percibir textos extranjeros.
Con un inesperado Premio Cervantes en su haber, recibido en 1990, Bioy consigue atravesar el océano y meterse en el viejo continente europeo para destacarse en cada rincón del planeta, incluso hace años atrás su libro apareció en Lost (la conocidísima serie que tomó parte de su obra para inspirarse). Pero no todo Bioy fue novela, también escribió muchísimos libros con relatos cortos y contundentes donde uno podía encontrar destellos de magia con finales que dejan al lector pasmado (“Una magia modesta”, “El gran serafín”, “El Perjurio de la Nieve”, “El héroe de las mujeres”, “Una Muñeca Rusa”).
Jamás quedaba nada librado al azar. Por esta misma razón la crítica siempre habló acerca de su “maquinismo”, ya que los esquemas narrativos de este escritor volvían a la historia un motor que funcionaba y que no tenía nada suelto haciendo ruidos molestos a la hora de interpretar. Un hábil maquinismo como el de “La invención de Morel” y su eterno artilugio o los relojes del personaje de “Dormir al sol” entre otras tantas páginas que nos dejó este gran escritor, quien tenía la premisa de que todo era posible en un mundo imaginario.
Daniel Rodríguez
Especial