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8 de Marzo de 2009
Lecturas de Verano
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La poesía y el cuento nuevamente presentes.
Este espacio se está consolidando, año a año, en nuestro suplemento. Lecturas de verano, tiene por fin mostrar, dar a conocer qué es lo que están escribiendo nuestros poetas y narradores hoy. Una necesaria bocanada de aire fresco. Un espacio de los que van quedando pocos. Pero también, un terreno cada vez más fértil, en el que los escritores confían las semillas de sus textos. Aquí darán sus primeros brotes, y se desarrollarán a medida que nuestros lectores los rieguen con sus aportes.
En esta oportunidad, tres escritores surcan la tierra para entregar su nueva siembra:

Susana Zazzetti es profesora de Lengua y Literatura. Ha publicado en antologías locales, provinciales y nacionales, como así también en diarios y revistas nacionales y uruguayas. Es coordinadora del grupo de “Teatro leído”. Fue vice-presidenta a cargo de la presidencia de la SADE 2000-2003. Desde 1997 coordina su taller literario y ha editado con sus alumnos Poemario I, II, III y IV. Es autora de Un vuelo de gaviota (poesía, 2006) y Cuando todo el silencio era mío (poesía, 2008).

Fernando de Zárate nació y vive en Villa María. Maestro rural. Participó en Antología plural (SADE, 2002) en forma conjunta con otros escritores. Publicó en revistas locales y en las páginas de “EL DIARIO del centro del país” y “Corredor mediterráneo” del diario Puntal. Es autor de los poemarios Brújula y viento (2003), Entre el fuego y la sed (2006), Peón caballo rey (2006) y Escrito en la tempestad (2007).

Ilda Mistraletti nació en Villa María. Obtuvo su título de maestra de dibujo y pintura en la “Academia de Bellas Artes”, y de maestra normal nacional en el Instituto San Antonio. Dictó clases particulares durante diecinueve años de dibujo, pintura, escultura, poesía y cuento de literatura universal. En 2003 participó de la antología Voces de cenizas y agua organizado por el Instituto de Extensión de la UNVM. En 2007 editó su libro de poesías UNIverso y participó del libro Construcción de identidades culturales a partir de procesos de escritura de ficción (2007).

Hasta la próxima y última entrega de las Lecturas de Verano 2009.


Darío Falconi
eldiariocultura@gmail.com

POEMAS
SUSANA de ZAZZETTI


Pasar en limpio
lo vivido.
Pasarlo por encajes.
Diluir la borrasca.
Que sólo quede
un tiempo de estrellas
sin derrotas.


* * * * * * … * * * * * *

En el ángulo izquierdo
de mi pecho
la puerta que se cierra.
Cóncava memoria
arrodillándose en el vacío.
Mariposas azules
entretejen su diástole.
No sostengo recuerdos.
El ayer es un gorrión
congelado por la escarcha.


* * * * * * … * * * * * *

Dolerme.
Dolerme
el cuerpo
las uñas
el cabello.
Dolerme
la mínima estatura
la grieta en las manos
el clamor en los ojos.
Dolerme hasta sus venas.
Allí. Aquí.
En el semáforo.

AMELIA
ILDA MISTRALETTI
de MIGNOLA

Durante la escuela secundaria con un grupo de compañeros adolescentes cruzábamos el túnel del ferrocarril que dividía la ciudad en dos partes.
Nos daba cierta aprensión bajar las escaleras a las 7.15 cuando en invierno recién la noche se desperezaba. Lo hacíamos cantando, dando grititos, pero siempre lo más rápido posible. Íbamos por las escaleras de salida salteando los peldaños, siempre baldeados con fuerte olor a creolina. Cuando nos topábamos con alguien en dirección contraria, nos callábamos, hacíamos silencio “todas unas señoritas”.
Una de mis compañeras, Amelia, venía de vez en cuando a mi casa para estudiar. Casi siempre matemáticas que era la materia más difícil. Era muy simpática y ocurrente.
Me sentía muy a gusto con ella. Hacía poco tiempo que vivía en la ciudad. Tenía una hermana mayor que vivía en Buenos Aires. Cuando venía conversábamos mucho, no le gustaba estudiar. Lo hacía para complacer a su madre. Vivía en la calle San Juan, cerca de una estación de servicio.
El colegio le quedaba cerca.
Había pasado un tiempo desde el inicio de las clases. Un día como uno de los tantos que íbamos alborotadas cruzando el túnel, nos interceptó un hombre desaliñado, vestía un sobretodo raído por el uso, desdentado y los cabellos enmarañados gritándonos obscenidades. Cuando pasamos al lado, Nydia que era la más alta y robusta le dio un empellón, éste trastabilló y quedó apoyado en la pared.
Nosotros con los pies en polvareda.
Le conté todo a Amelia; también que tuve mucho miedo. Ella me dijo que al día siguiente fuera con ella por la calle San Juan y cruzaríamos el paso a nivel.
A la mañana siguiente la esperé en la esquina. Caminamos por la calle San Juan y al llegar a la altura de la Plaza de Ejercicios Físicos, allí como era habitual una vez por semana, se realizaba la “feria”.
Llegaban los Quinteros, en sus jardineras tiradas por los caballos, cargados de verduras y frutas. A medida que iban llegando se iban acomodando uno al lado de otra ofreciendo su mercadería. También había puestos de carne, pescado, artículos de mercería, etcétera.
Las amas de casa madrugaban para ir a la feria. Los precios eran tentadores…
Amelia y yo nos mezclamos entre el vocinglero gentío.
Sentada, acurrucada, en una silla baja, una anciana ofrecía sus mermeladas caseras, pastelitos y algunas golosinas.
Amelia se acercó y me dijo:
—¿Te gustaría comerte una gallinita?
—No sé, nunca la probé.
Sacó unas monedas del bolsillo del delantal y estirando la mano le da a la pobre señora las monedas. Esta busca y busca dentro de una bolsita para darle el vuelto.
—¡No! Doña, no. Deje. Está bien así –dice Amelia- alcanzándome una gallinita de azúcar rellena con licor.
—¡Es deliciosa! –comenté- y seguí caminando… Ella se atrasó mirando un gato pequeño, dentro de una jaula. Por lo que pude entender un niño se lo quería vender.
Sigo caminando…
Cuando llego a la esquina me doy cuenta que Amelia no me seguía. La esperé un rato. Había mucha gente. Se hacía tarde. Ya es casi la hora de entrar a clase –pensé. Ya vendrá. Caminé una cuadra y media más, llegué cuando entraban al aula.
Amelia no llegó a clase ese día. Ni al siguiente… Ni al otro día…
Quedé preocupada me sentí como si yo la hubiera perdido, como si la hubiese descuidado. No sabía la dirección de su casa. En el colegio nadie comentó nada. La preceptora mutis. Hacía mes y medio que habrían comenzado las clases. Pasó el año…

Cuando se cumplió los treinta años de nuestra “promo” fuimos citadas por la dirección del colegio. Me conecté con algunas de mis viejas compañeras, ansiosa por encontrarlas.
El día de la cita habría misa, acto en el patio, clase magistral por nuestra querida profesora de matemáticas, cena, etcétera.
Era todo festejo…
Cuando me encontraba muy atenta y emocionada en la misa alguien me toca el hombro. Giro la cabeza. —¡Siii! –digo.
—¿No me conocés? –me preguntan.
—No –le digo a la persona que tenía detrás mío.
—Soy Amelia –me dice- y se estira para darme un beso.
—¡Amelia!
—Te dejo este regalo –dice en voz baja, después hablamos. Depositó el pequeño envoltorio, arreglado para regalo, en mis manos, apretándome las mismas…
—Nos vemos –dijo.
Cuando la misa terminó salimos al patio. La busqué con la mirada, mientras me abrazaba con las demás chicas y algunas profesoras.
—¿Olga, no viste a Amelia?
—¿Qué Amelia?
—Amelia, te acuerdas cuando empezamos primer año, la chica delgada de cabellos rubios que se sentaba detrás de mí. Vino muy poco tiempo a clase. ¿Te acuerdas?
—No, no me acuerdo.
—¿Y vos Raquel?
—¡No! ¡Estás soñando!
Y así, le pregunté a Loren, a María Elena, a Ana. Nadie la recordaba. Y seguían conversando, recordando, abrazándose.
Me sentí ridícula con el regalo en la mano, desubicada. Abro el paquete, encuentro una nota que decía: “Perdoname, no quise despedirme aquel día. Fue una decisión repentina. Entré al predio de la Estación de Trenes, saqué un boleto y me fui a Buenos Aires con mi hermana. Le hablé enseguida a mi mamá. Vos sabés bien que no me gustaba estudiar. Estoy bien. Me voy, mi esposo me espera afuera en el coche, vamos a Córdoba a visitar al hijo que estudia allá. ¡Vos estás regia! Las demás me son extrañas.
Un beso.
Amelia.”

Abro el paquete… por si me quedaba alguna duda. Allí en mis manos, entre delgados papeles blancos, asoma una gallinita de azúcar rellena con licor idéntica a la que Amelia me había regalado en la “Feria de la placita” treinta años atrás.
POEMAS
FERNANDO de ZARATE

hoy:

este oscuro cántaro
acumula el dolor,
el pulso del deseo,
la maldita lástima y su empeño,
la memoria y su rescate
el hierro candente de la lágrima
esta certeza de náufrago
que me habita y niego,
donde no hay nada para salvar
ni sitio donde ir,
mientras andamos con él,
a cuestas,
subiendo por la ausencia,
por la larga ausencia
todavía
no aprendida.

* * * * * * … * * * * * *

hay demasiado sol, ahora
cuando vengo
de los primeros días
de la luna nueva,
de los espacios de agua
que surcan la voz
componiendo
el tránsito de un hombre,
urgido por el tiempo.

amarres infinitos
enlazan esta naturaleza grave,
cada vez soy eso
que inicia el viaje
al centro de lo vivido.

hay demasiado sol, ahora,
inconforme,
busco abatir las formas
que la claridad aborta.
todo es indefinible,
como una mancha adentrada
en una cruz
sólida y propia
que arrastro penosamente.

* * * * * * … * * * * * *

era el pozo,
el mediodía,
la profundidad del verano,
entretejida luz y curiosidad,
ranura comenzada
donde el pasto dejaba imaginar
lo vivo,
aquello ignoto, inminente
oscura boca, ella,
donde un amor a plomo
vagaba con su hambre.

* * * * * * … * * * * * *

todo lo que trajo
después,
fue hambre de nosotros,
luz detenida
en un oeste extendido,
volátil ceniza,
tarde.

lo que siguió,
es abandono,
días consumidos en naufragios,
siluetas durando
a mitad de camino,
perfiles áridos
enfrentados al espejo.

pasado,
presente,
se confundían
en un mismo cuerpo,
trocitos trágicos y herméticos,
quemados,
en el aire.

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