Mediante el tarot o la baraja española, los especialistas dicen adivinar el porvenir y responder a preguntas sobre familia, salud, dinero y amor. Algunos, además, pretenden curar mediante la oración o las Flores de Bach. Este es un recorrido por el consultorio de tres videntes locales que, amparados en la fe y la parapsicología, intentan devolverle al damnificado la vieja armonía perdida
Margarita o el poder de sanación tras la muerte
Margarita Urbani tiene 88 años, hace 55 que tira las cartas y todo parece indicar que es la última de su especie. No sólo por sus facultades adivinatorias de las que habla la ciudad sino y sobre todo por su poder sanador. “Acá hacen cola de a veinte personas para consultarla”, me cuenta Rubén, su acompañante terapéutico. “Ya vas a ver si te quedás un rato más cómo se llena. Vienen de todos lados y más que nada los médicos. Ninguno opera sin antes hacerse tirar las cartas con ella”, me dice el muchacho. Y entonces me hace pasar a un largo pasillo de calle Sobral con bancos tallados de un siglo como en la iglesia. Al fondo se abre una cocina inmensa de los años ´20 y en su interior luminoso una señora con aros toma sus primeros mates. “Margarita, este es el periodista que te vino a ver”, le dice Rubén. Y luego, dirigiéndose a mí, “hablale de lo que quieras que es un libro abierto”. Y tras darle alpiste al loro sale al patio a ver el pavo real, la liebre y los perros.
“Yo no soy curandera, soy carismática como el Papa Francisco. Hago el bien y ayudo a la gente. Si vos tenés un dolor que no se te va, Negro, yo rezo por vos y ya no lo sentís; por más que no se cure. Es el poder que Dios me dio. Pero ahora ya no tengo tanto poder. El cuerpo no me da para tanto. Imaginate que ayer me pusieron seis inyecciones traídas de Estados Unidos para que pueda caminar”.
Margarita habla con un acento italiano y a la vez rural, sin reminiscencia alguna del cordobés. Se trata de un dialecto que se ha perdido pero que no deja de ser simple y familiar. Su modo de dirigirse a los empleados y a las pensionistas (porque también lleva una “pensión para señoritas”) también es simple y familiar, como si con el paso del tiempo se hubiese convertido en la tía de todos. Le pregunto, para empezar, si la adivinación se trae o se estudia. “Las dos cosas, Negro. Pero lo mío es control mental. Yo estudié y practiqué con los indios del Amazonas. Allá hay maestros para matar y maestros para curar. Y yo elegí curar por la religión mía. Yo trabajo con Dios, con Jesús y con la Virgen María. Unicamente con esas tres personas”. Le comento lo que me dijo Rubén, que vienen a verla muchos médicos de la ciudad. “¡Pufffff! Todos vienen acá antes de operar y yo les digo si la persona se va a salvar o no. O quizás les digo no la operés porque la vas a matar. Mandala a otro lado. Porque a veces los médicos te matan ¿sabés? Te tratan el cáncer cuando no tenés cáncer. Hay una clínica de acá que está matando a dos personas por día… ¿Sabés vos lo que es dos personas por día?”. Entonces le pregunto si atiende a todos los que vienen a verla, pero su respuesta es un “no” tajante. “A la persona mala o envidiosa no la dejo entrar. La echo afuera. A las patadas ¡Pufffff! ¡Afuera! Pero me doy cuenta enseguida si la persona es buena. Vos, por ejemplo, Negro, sos un flor de pibe. Pero también sos medio loco. Estás como ofendido con la vida. Veo que es algo que tenés con tu familia. Por eso cuando te enojás sos capaz de hacer locuras ¿No es así?”. No digo nada. Tan sólo trago saliva y asiento con la cabeza. Y es que me estoy acordando de algunos episodios lamentables de los últimos tiempos y no me queda más remedio que darle la razón en silencio. Entonces para cambiar de tema le pregunto por el costo de una sesión de curación, pero su “no” es más estridente aún. “Yo no cobro para curar, Negro. Yo fui muy pobre y sé lo que es no tener y sufrir. En cambio las cartas sí que las cobro, porque si no ¿de qué vivo? Las cartas son un vicio. Y a los vicios hay que pagarlos. Por eso la tirada cuesta 100 pesos”. ¿Y qué le dicen esas cartas, Margarita?, le pregunto. “Lo que tenés vos y tu familia. Porque lo primero que te tiro es por la familia. Después preguntá lo que vos querés.” Acto seguido le digo si siempre tiró con naipes españoles. “Siempre. Desde hace 55 años. Son cartas bendecidas. Lo que más pregunta la gente es por la pareja. Y yo les digo si están bien, si va a aparecer otra, si no va a haber problema en sus cosas”... La miro sin entender demasiado. “Mirá, Negro, si vos te querés encamar una mina y me preguntás, yo te digo si te la vas a encamar o no. Pero también te digo si la mina te quiere o está con vos para sacarte la plata. Si sale una de estas cartas (y Margarita me muestra un 3, un 7 y un ancho de espadas) al lado del 4, esa mina no te conviene. Por más que te la encamés ¿me entendés?”. Le digo que más claro imposible; y entonces le pregunto si hay muchos tiradores de cartas en la ciudad. “Tiradores de cartas no sé, pero fanfarrones que te sacan plata hay un montón. Están esos del tarot, pero son todas mentiras. Esas cartas son fáciles porque tienen una palabra escrita. ¡En cambio acá tenés que interpretar, Negro. Cada carta son 36 palabras! Después hay curanderos. Cuando alguien viene con trabajos de curanderos yo los limpio porque les veo la marca. ¡La marca! ¡Puffff! ¡Afuera los curanderos!”. Sin embargo y a pesar de todos los que usted saca a patadas, en la ciudad la quieren mucho -le comento. “La gente me quiere porque curo y estoy con Dios; porque en Semana Santa voy a los hospitales y rezo en la cama de la gente que está mal. ¿Y cuando yo estoy muy enferma sabés lo que hacen los médicos y la gente? ¡Me hacen misas para que no me muera! ¡Te juro, Negro! ¿Y sabés lo que me piden? Que si me muero al panteón no le ponga puertas. Dicen que con sólo tocar el cajón, se van a curar. ¿Qué me decís?”.
Llega la hora de las consultas y el fin del reportaje, pero Margarita se niega rotundamente a la foto. “¡Fotos no! ¡Fuera! ¡A las patadas!”. Pero luego me agarra de la mano dulcemente y me sonríe, y caminamos por el largo pasillo de su casa rumbo al consultorio. Con una mano me toma del brazo y con la otra agarra su bastón. Parecemos una pareja de convalecientes rumbo a un altar del Más Allá. Y entonces, como respetuosos invitados a la boda, el cortejo que la espera a los costados y en silencio, se pone de pie con un respeto que no es de este mundo y la saluda. Y es que todos saben aquí que esa señora conoce mejor que nadie los secretos de sus corazones, sus pensamientos más privados, lo que a cada uno le espera a la vuelta de esa esquina que llaman “el futuro”.
Reyna o el oráculo del tarot africano y las velas
En una casa moderna cerca del Puente de Villa Nueva y bajo un cartel que anuncia “Estudio Jurídico”, atiende la parapsicóloga Reyna. Además del estudio, en la casa funciona una inmobiliaria de su marido y un consultorio donde su hija Cecilia prepara Flores de Bach, por lo que todos en la familia parecieran ocuparse tanto de lo material como de los asuntos de la materia. Entonces la primera pregunta que le hago a esta primera dama del tarot villamariense es si se define como adivina, curandera o cartomante. “Yo digo que soy parapsicóloga, pero es para llamarme de algún modo. En realidad, quienes trabajamos en esto, no tenemos un nombre -dice la mujer con mucha calma y seguridad -. Lo mío no es solamente el tarot sino algo más amplio; porque la parapsicología se basa en fenómenos paranormales pero también en trabajar sobre la mente de las personas. Y yo me ocupo de las dos cosas. Te doy un ejemplo. Muchos vienen y te dicen tirame las cartas porque me han hecho un trabajo. Y vos tirás y no sale nada. Entonces hay que meterse en la mente de esa persona para hacerle entender que está sugestionada, que no tiene ningún embrujo. Yo busco el bienestar de cada uno y le voy de frente. Si alguien anda mal de salud, le hago la limpieza que quiera pero antes lo mando al médico. Esa es la condición que pongo. Y si no me sale ningún daño, no le saco plata a nadie. Lamentablemente hay muchos que sí lo hacen y por eso este trabajo está muy mal visto. La tirada de cartas cuesta 100 pesos”.
Entonces le pregunto a Reyna si el tarot es un don o es un aprendizaje. “Yo aprendí a tirar las cartas sola y a hacer trabajos de magia blanca también. Tengo el consultorio hace 15 años y nunca perjudiqué a nadie. Ayudo mucho con los abrecaminos, que es un trabajo que se hace con velas para que la persona mejore en el trabajo o en el amor. También hago endulces para que vuelva el ser querido, pero primero veo la situación con el tarot. Si las cartas me salen favorables, le doy para adelante porque sé que voy a tener éxito. Pero si esa persona ya no está enamorada o hay un tercero en discordia, no hago nada”. ¿Cartas españolas o tarot marsellés? le pregunto. “Yo utilizo el tarot africano y Orishá, porque a mí estas cartas me hablan. Las otras, no. Visiones no tengo pero sí sueños de anticipación. Lamentablemente son siempre desgracias, pero nunca sé adónde se van a producir. Hace pocos días vi en sueños que se caía un avión chico. Y justo se mató ese hombre de LAPA en la avioneta. También vi un incendio de un auto y a los pocos días se quemó uno en esta misma esquina”.
¿Cómo es una tirada de tarot de Reyna? Veamos. “Mezclo las cartas, pienso en el nombre de la persona, en su signo del zoodíaco y le pido que me corte en dos o tres montones. Y de acuerdo a cómo me corta, ya sé un poco más sobre cada uno. La primera carta es la persona, la segunda es el problema que trae. Luego viene la carta del presente, la del pasado, la del futuro y la situación. Y por último, lo que esa persona aspira. Pero además hay que hacer una interpretación personal de la tirada. Para eso hay que estar fresca, lúcida, con muchas y buenas energías. La mayor cantidad de consultas son por amor, para preguntar me quiere o no me quiere, me voy a casar o no, vamos a volver o tiene otra. La gente viene a sacarse las dudas y yo siempre les digo la verdad. El consultante se tiene que ir con una respuesta sincera, mejor de lo que entró. Por más que reciba una mala noticia. Aunque una mala noticia, en el fondo, siempre es una buena noticia, el principio para cortar algo negativo. A las curaciones no las hago yo, las hace mi hija Cecilia con las Flores de Bach pero también cura el empacho, los nervios, los desgarros o los parásitos de los chicos. Yo hago ayuda espiritual. Si me dejan una foto, ayudo con velas y oración. A la gente que viene con poca energía le pongo una vela roja. El amarillo es para la inteligencia y el dinero. El verde es para la salud y el dinero. El lila para los cambios positivos. El rosa y el celeste es para unir parejas. Cada color tiene su significado”. La última pregunta es si dan resultado las vueltas de pareja o los trabajos para que una pareja mejore. “Muchas veces sí, pero debiera dar más resultados todavía. El problema es que al abrecaminos, muchas veces lo hace la mujer sola. A muchos hombres les da vergüenza darse un baño con ruda o poner una vela roja en la casa. Tienen miedo que alguien le diga ¿ahora te dedicás a la brujería? Pero esto no es brujería, es sólo el reestablecimiento de la energía positiva mediante la oración”.
José o la oración a Dios como única fuente de poder
Golpeo la puerta de una casa de barrio IPV en Parque Norte y por toda respuesta escucho el ladrido de un perro. Luego ruidos de pasos y trabas. Pero nadie sale por la puerta principal sino por la del costado. “Como los miedos cuando alguien se libera”, pienso. Y quien sale es un hombre vestido de manera muy sencilla y modales tan secos como amables. “Pase por acá, por favor” me dice sin tutearme, indicándome la boca de ballena de un modesto garaje pintado de verde agua. El galpón está vacío de coches, pero al fondo veo una mesita de bar con dos sillas. Sobre la mesa dos mazos de cartas, libros de espiritismo y un curioso cenicero con tapitas de plástico. Y entiendo al instante que se trata del consultorio de José Troc, “tarotista internacional” según los clasificados. Sin embargo, él se define inmediatamente como “vidente que brinda ayuda espiritual”. ¿Cómo es esto, José? ¿No era el tarot su fuerte?, le pregunto. Pero el hombre, cruzando las manos sobre el abanico de cartas de su mesa, me mira con la gravedad de un médico que debe diagnosticar una enfermedad terminal a un paciente. Y así, con seca bondad, me dice sin tutearme: “Yo le voy a explicar. Una carta no limita el destino de su vida. Uno tira las cartas por la tradición de la gente, no porque le haga falta a uno. Yo a la videncia no la hago a través de las cartas sino a través de lo que Dios me permite conocer de la persona que tengo al frente. Dios emana una fuerza del Bien, que viene del Más Allá. Porque existe el Bien y también existe el Mal. Son dos poderes. Hay gente que cree sólo en uno y otros en ninguno. Y sería mejor que creyeran, porque sólo así se entienden un montón de cosas que no pasan porque sí ¿Me entiende? Hay fuerzas incontrolables como los vientos, los terremotos o las inundaciones. Y eso no viene por venir. Nosotros mismos, como seres humanos, nacemos de una fuerza espiritual equivocada, producto del pecado original. Y vamos reparando ese error a través de los años encarnados en la Tierra. Y si no nos limpiamos acá, lo hacemos en el más allá, cuando desencarnamos tras la muerte y Dios lo dispone. Pero en realidad nunca hay muerte. Lo único que muere es la materia pero el espíritu sigue latiendo en la eternidad”.
El hombre toma aire y prosigue en tono seco y neutro, como si diera un sermón religioso en un pequeño galpón evangelista para un solo fiel. “Dios está con nosotros pero hay que invocarlo. Si lo hacemos, él nos salva del sufrimiento espiritual y del dolor físico en el mundo. Y le agrego algo: las enfermedades no vienen porque sí. Hay personas que llegan a los 90 años impecables. Son las que han vivido de manera espiritual y nunca han andado en cosas raras. Los que se meten con la magia negra, por ejemplo, a través de los años lo pagan caro y terminan muy mal físicamente. Mucho de los accidentes y las muertes violentas no son casuales, son productos de la invocación de terceros o la consecuencia que sufren los que trabajan con el Mal”. ¿Y cuál es la diferencia entre la magia blanca y la magia negra?, le pregunto. “Hay muchas diferencias pero todas las magias son malas. Dios tiene una única fuerza que es el Bien. Porque Dios no es magia, sino bondad. Cada uno de los seres humanos, cuando nos levantamos, tenemos que pedirle a Dios el amparo y la protección tanto en la parte espiritual como física. Pero sin la medicina no se hace nada. La ayuda espiritual es necesaria pero el medicamento es más necesario. Nuestro organismo está amasado de partículas espirituales”.
Acto seguido, le pregunto a José cómo empezó con la videncia. “Me enseñó mi madre, que era curandera y había estudiado la magia blanca. Mi madre falleció a los 92 años y hacía el Bien. De chica, a los 12 años, tuvo una visión; una luz se le presentó en el umbral de la puerta de casa y la llamó. Era Dios. Pero sus padres no le creyeron y la llevaron a un curandero a Santa Fe para exorcizarla. Pero el curandero le dijo no señor, su hija no está loca sino que tiene condiciones mediumnímicas. Va a ser curandera porque tiene el don de Dios. Después ella estudió. Cuando yo tenía 9 años me basaba en la fe de ella, pero a los 16 años empecé a estudiar espiritismo en una escuela de Buenos Aires. Ahí desarrollé facultades mediumnímicas como la vidente, la parlante, la oyente y la comunicativa. A través del espacio yo me puedo comunicar con ciertas almas. Muchas veces me ha pasado que en un velorio vi el periespíritu del muerto como lo veo a usted ahora. Y si alguien me pide y Dios lo quiere, yo puedo convocar a ese espíritu para que a través de mi facultad parlante diga algo. Los mensajes de los muertos siempre son positivos”.
Le pregunto acerca de las consultas más frecuentes y José me contesta que “muchos vienen para que los ayude a ganar el bingo pero les digo que están viviendo en un mundo equivocado, que no tienen idea lo mal que se hacen al pedir eso. Pero acá hay muchos sacaplatas que te dicen te voy a hacer ganar el bingo y lo único que hacen es estafar a la gente. Los hacen bañar con ajenjo o con leche, les hacen prender velas… Todas estupideces. Lo único que importa es liberar a la persona y que esa persona se sepa liberar a sí misma. Yo sólo ayudo a terminar con la fuerza que perjudica lo físico, lo psíquico y lo espiritual. Por eso no cobro por consulta. No puedo negociar con la gente porque Dios en ningún momento negoció conmigo. Si tras venir acá te sentís aliviado, me das lo que querés. Diez, quince, veinte pesos. Dios me trajo a este mundo para hacer el bien, no para limpiarle el bolsillo a los que sufren. El que cobra está en muy mal camino. Yo no hago trabajos espirituales, hago ayuda espiritual. Para eso estoy acá. Lo sé porque me lo dijo Dios”.
Iván Wielikosielek