Angel Di María, Angel Cabrera, Angel ici… todos ángeles famosos que a pesar de sus logros, no merecen monumentos ni gloriosos pedestales, el primero por la cara de pavo, el segundo por golfista y el tercero por garca. Así, queda claro que a ninguno de ellos se buscó homenajear cuando bautizaron a la cascada más grande del mundo con el nombre Salto Angel. Un fenómeno natural ubicado en el sureste de Venezuela que con sus mil metros de altura, deja muy pero muy en menos a las cascaditas de la sierras que tantas alegrías nos regalaron, pero que al lado de ésta abandonan el rótulo de entrañables para ser simplemente de morondanga.
El tal salto está ubicado en el Parque Nacional Canaima, área que con sus 30 mil kilómetros cuadrados es de los espacios protegidos más extensos del planeta. Se ve que todo es de gran tamaño en estas tierras de selvas y sabanas. Por ejemplo, se dice que los habitantes de la zona, los indios pemón, usan taparrabos que les llegan a las rodillas. “No es para tanto”, apunta uno de ellos, y se enrolla al cuello una extraña bufanda color piel.
Este parque (catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y como Muy Picante por un guaso de Córdoba), destaca por sus múltiples bellezas. También por la particularidad de que casi dos terceras partes de su superficie sirven de domicilio a colosales montañas en forma de rectángulos llamadas Tepui (“¿Te puido ayudar en algo?”, bromean los pemón que andan dando vueltas y, por más malo que sea, mejor festejarles el chiste). En rigor, se trata de mesetas que acaban en repentinos precipicios, y desde cuya cima las cascadas descienden furiosas, en imparable caída. “Me suena, me suena”, dice un hincha de Alumni, y tras el lapsus le viene una depresión que no se la cura ni Patch Adams.