Escribe: NET o todos los temas se pueden resolver, pero si trabajamos todos juntos vamos a encontrar que nuestra presidenta (Cristina) podrá seguir haciendo cosas por todos los argentinos..." "Creemos en el esfuerzo conjunto, en el amor al prójimo, creemos que Argentina saldrá al frente con todos trabajando juntos. No queremos más falsas antinomias." Todas estas expresiones fueron vertidas por el intendente Eduardo Accastello a la hora de oficiar de anfitrión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el pasado jueves. El tono conciliatorio de su discurso se vació de contenido en pocos minutos y a escasos metros. Como si las palabras se hubieran derretido con el calor de la tarde. Terminado el acto, el jefe comunal protagonizó un altercado con un secretario de Estado provincial. Como si el amor y el odio se hubieran amalgamado con el barro que dejó la lluvia en las calles de barrio San Martín. Un sector que conoce de cerca el rostro de la injusticia social. Fue el colmo de la calma. La batalla del peronismo al rojo vivo en una visita de carácter institucional con invitados afines y pocos afines a las ideas partidarias de los gobernantes presentes. La propia Cristina dijo que soñaba con quebrar las antinomias y pidió "estar más unidos que nunca". El gobernador habló con el mismo lenguaje. "Son las coincidencias, la unión, las que permiten que la crisis no golpee a sus pueblos." Palabra de Schiaretti. Minutos después, los tambores de guerra. Tambores que ya venían sonando desde las tribunas cuando un funcionario comunal que ocupó una banca en el Concejo (olvidando su investidura en el fragor político) gritaba una y otra vez: "Costa traidor". "Bajen del palco al traidor." Era un acto de Estado, no partidario. Y preocupa esta confusión. Preocupa porque luego el propio jefe de la ciudad arremetió contra el integrante del Gabinete de Schiaretti asombrando a propios y extraños. El Estado no tiene dueños con nombre propio. El Estado somos todos y si nuestros representantes se pelean y sacan a relucir sus odios, qué le pueden pedir a la sociedad. ¿Con qué autoridad se le pide al pueblo que quiebre las antinomias y trabaje unido por un país mejor? Esta es la pregunta que ronda desde hace años en todos los vendavales que sufrimos los argentinos. ¿Podremos concretar alguna vez el sueño de un país unido? Así como se le pide a los diversos sectores que dejen de lado sus intereses particulares para el bien común, así deberían nuestros representantes poner fin a sus problemas personales pensando en el conjunto. El ejemplo siempre empieza por casa. La división del peronismo local es una realidad. Nadie lo niega, todos la conocen. Raúl Costa le peleó la Intendencia a Accastello y el quiebre dejó heridas. Heridas que no cierran y sangran todavía. Nada nuevo, en un peronismo que viene mutando en varias capas, pasando por el menemismo, el duhaldismo, el kirchnerismo y demás ismos. La batalla entre sectores del PJ es casi una constante y por momentos se parece a una telenovela. De esas que repiten tantos capítulos que cada vez tiene menos seguidores. El problema no es que los peronistas se peleen, se agravien, se insulten o se llamen "traidor", el problema es que se crean que pueden hacerlo desde el Estado. Representando al Estado, como pasó el jueves en el marco de la visita presidencial. Tanta precaución por la protesta de los productores agropecuarios, tanto operativo para evitar la llegada de grupos con reclamos y hubo un conflicto en plenas narices de la presidenta y de su custodia. Una pelea absurda y sin sentido, en un momento de crisis. En un país que tiene graves problemas para resolver. "En un mundo donde no hay parámetros económicos, donde no puede verse el fondo, debemos estar más unidos solidarios que nunca", pidió la presidenta. Tal vez, el pedido debería empezar por los que comparten su vereda.
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