Por Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
París pareciera abarcarlo todo, engullendo la fama de las localidades cercanas y ganándose así todas las luces, el monopolio de las miradas. Sin embargo, algunas de esas ciudades se resisten a la tendencia, y haciendo uso del espíritu que las forjó, batallan para seguir en la mira del viajero. Es el caso de Orleáns, la casa adoptiva de Juana de Arco, la que marcó uno de los capítulos más importantes de la historia de Europa, y la que a sólo 110 kilómetros de la capital de Francia y muy cerquita del precioso Valle del Loira, convoca con un perfil marcadamente atractivo.
Se trata de una de las metrópolis más antiguas del país, y también una de las de mayor carga simbólica. Fundada por los celtas y conquistada por los romanos hace aproximadamente dos mil años, fue en esta urbe del tamaño de Río Cuarto dónde Juana de Arco repelió, en 1429, las invasiones inglesas, convirtiéndose en heroína y emblema de la lucha y el fervor religioso a nivel mundial. Entre señoriales construcciones, aires patrióticos y un casco histórico de notables pintas medievales, Orleáns recuerda muy bien tales acontecimientos.
Aquellas reminiscencias de la Guerra de los Cien Años se pueden encontrar a lo largo y ancho del centro, como en la plaza Martroi, punto cardinal en las refriegas que involucraron a galos e ingleses. Allí reposa un monumento ecuestre de la joven militar (tenía apenas 17 años cuando se puso al mando de las filas francesas). Muy cerca, también está la casa en la que vivió, y la imponente Catedral de Sainte Croix, en la que el recuerdo de la nacida en la zona de los Vosgos y sus hazañas perdura en una capilla especialmente dedicada.
Arquitectura y río
Las andanzas por el asfalto continúan en las callecitas que se entremezclan mareadas y añejas, pletóricas de estilo venido de la Edad Media. Hay que ver los edificios a tres y cuatro pisos, tejados y chimeneas, encuadres en madera, y convencerse de la longeva línea de vida local. Entrañable el paseo, que tiene paradas obligadas frente al Hotel de Ville, La Place de la Republique, las iglesias Saint Aignan (dedicada a quien salvara a la región del ataque de Atila y sus hunos en el Siglo V) y Saint-Pierre-le-Puellier (Siglo XII), la Prefecture y el Hotel Groslot. Este último resulta un buen representante de las diversas mansiones que evocan al Renacimiento, lo mismo que los parques y jardines, y los puentes que cruzan el Loira y embellecen su ya de por sí coqueta costanera. Coqueta como los lugareños, versados en las artes de la elegancia y la exhibición de ella en los cafés y las brasseries.
Pero volvemos la vista al río, y lo seguimos prestos con rumbo oeste para encontrarnos con el Valle del Loira. Conocido como “El Jardín de Francia”, el área comienza en las afueras de Orleáns, y se extiende hasta casi tocar el Atlántico, en una línea de aproximadamente 300 kilómetros. Se destaca por sus paisajes verdes, que acicalan viñedos y bodegas (es uno de los referentes vitivinícolas del país) y sobre todo castillos, abadías y otras construcciones del género.
En ese sentido, las cercanías de la ciudad convidan con los célebres castillos Sully-Sur-Loire, Aubigny Sur Nere y la abadía Fleury, casa de la Basílica de San Benito. Se ven llegar los peregrinos, los que vienen a rendirle tributo al santo y a seguir su caminata por las márgenes de la corriente. Antes o después, tocan Orleáns y, acaso conmovidos por el ángel omnipresente de Juana de Arco, vuelven a encenderse.