Un trabajo examinó a 161 menores de hasta 14 años que asistieron al Hospital de Niños de Córdoba en el período 2009/2010. El 16,7% de ellos tuvo más de cinco microgramos del metal por decilitro de sangre, el límite admitido en Estados Unidos y que los investigadores tomaron como referencia. Incluso expuestos a dosis bajas de este metal los pequeños pueden sufrir síndrome de hiperactividad, falta de atención y disminución del coeficiente intelectual.
Según un informe de Andrés Fernández y Lucas Gianre de la Universidad Nacional de Córdoba, aunque no lo veamos, vivimos en un mundo donde abunda el plomo. Está en la tintura de las pinturas que se usaron para colorear las casas, en las tapas impresas de ciertos cuadernos, en las lapiceras, en los electrodomésticos, en los adornos y los recipientes de cerámica. Hay plomo en la batería de un auto, en los caños antiguos por donde circula el agua que se bebe, en las latas de alimentos envasados e, incluso, en los crayones y en algunos juguetes.
Está en todos lados y no se va, es invencible. Es un metal que no se metaboliza. Por sus características químicas, persiste en el ambiente, ya sea en el aire, en el agua, en el suelo o en nuestro cuerpo. Rastros de plomo fueron encontrados en perforaciones del suelo realizadas en la Antártida y en el Artico. Su uso masivo comenzó con la Revolución Industrial.
Cuando supera ciertas concentraciones, el plomo es tóxico para los humanos. Los niños son más vulnerables, no sólo porque su organismo todavía está en formación, sino por ciertas conductas de riesgo como llevarse materiales y artefactos a la boca.
En los pequeños, desde su gestación y hasta los cinco años de edad, la exposición a este metal representa un gran riesgo: un niño puede absorber hasta el 60% del plomo al que está expuesto; mientras que un adulto, hasta el 20%. Los ámbitos típicos que representan un riesgo de exposición a altas concentraciones son las zonas fabriles, los talleres mecánicos y los talleres de artesanos que trabajan con metales.
En este contexto, y ante la insuficiencia de trabajos epidemiológicos en el país, resulta difícil dimensionar el riesgo de exposición al plomo, particularmente en niños. Uno de los pocos estudios que indagó en esa línea fue realizado en la ciudad de Córdoba y sus resultados fueron publicados en 2013.
La investigación fue una tesis de la especialidad en Toxicología y Bioquímica Legal llevada a cabo por Samanta Martínez, entre otros, y surgida del grupo de Miriam Virgolini, científica del Instituto de Farmacología Experimental de Córdoba (IFEC-Conicet), un centro de doble dependencia integrado al Departamento de Farmacología de la Facultad de Ciencias Químicas.
En ella se evaluó de modo aleatorio a pacientes sin ningún diagnóstico que ingresaron por consultas al Hospital de Niños de Córdoba entre 2009 y 2010. Fueron 161 niños de hasta 14 años que acudieron al nosocomio, a quienes se les realizó una breve encuesta y se les solicitó una pequeña muestra de sangre. A primera vista, los resultados parecen alentadores: la media de presencia de plomo en esa muestra fue de sólo 2,5 µg/dl, la mitad del máximo fijado en Estados Unidos.
Sin embargo, de esa pequeña muestra hubo 28 casos (16,7%) que superaban el límite: tres niños tenían más de 20 µg/dl, otros dos tenían entre 15 µg/dl y 20 µg/dl, uno tenía entre 10 µg/dl y 15 µg/dl, mientras que los 22 restantes tenían entre 5 µg/dl y 10 µg/dl de este elemento en la sangre.
“Fue una muestra chica, pero es uno de los pocos estudios que tenemos en la Argentina”, aclara Virgolini a Argentina Investiga. En efecto, además de este estudio exploratorio y otro reciente realizado en Buenos Aires, se carece en el país de datos certeros.
Para los investigadores, los resultados son preocupantes, especialmente si se tienen en cuenta dos aspectos: que la escala del relevamiento fue reducida y que los menores examinados fueron escogidos al azar. “Aún no tomamos conciencia de que los chicos son una población vulnerable, afirma Virgolini. Todavía se asocia este tóxico a enfermedades profesionales como el saturnismo. Necesitamos identificar poblaciones de riesgo, por ejemplo, los niños que viven en cercanías de cinturones industriales o aquellos que por la profesión de sus familiares cercanos -talleres mecánicos, de artesanías, entre otros- están en contacto permanente con el plomo”.