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10 de Marzo de 2009
La singular historia de Javier Aquino, un joven no vidente que desea recibirse de abogado
"No podía dejarme morir"
Tiene 24 años. Desde los 12 que ha quedado totalmente ciego. Recién tres años atrás volvió a estudiar: terminó la primaria y la secundaria de noche. Ahora, mediante una beca, ingresará a la Católica de Salta para cursar Derecho
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“Quiero terminar la carrera en tres años”, dice Javier quien posa junto a Romina, su mujer

Dos ranitas se hallan en un estanque lleno de leche. Por la espesura del líquido, ambas tienden a hundirse. Una de ellas, resignada, se deja caer sin reparos. La otra, perseverante, intenta patalear, moverse, no dejarse vencer. Por la acción de sus extremidades, la leche se convierte en crema y ello permite que la ranita se deslice en vía de salvación.
Héctor Javier Aquino escuchó por primera vez la pequeña fábula en boca de Ada Zagaglia, miembro del equipo técnico del Centro de Rehabilitación Municipal para Disminuidos Visuales Enrique Elissalde. Ese día Javier festejaba sus 21 años y a diferencia de los "cumples" anteriores, estrenaba una novedosa y firme convicción: "Me acuerdo que me levanté y me dije que no podía quedarme sentado en casa, tenía que hacer algo, no podía dejarme morir. Fui al Centro, que ni siquiera conocía y empecé a estudiar de nuevo. Al poco tiempo pude terminar el secundario". Javier, de ese modo, había empezado a patalear.

s El promedio
más alto

"Me dijeron que no me iba a dar la cabeza pero en 8 meses ya había aprendido el Sistema Braille. Hice el sexto grado libre en el Nacional (de noche) y después entré al CENMA 96. Me encanta estudiar, de chico me decían 'Sarmientito'. Iba a las clases con un grabador de periodista y a veces cuando no podía estar se lo dejaba a un compañero. Fueron muy buenos conmigo. Me gustaba mucho Sociología (que dictaba Néstor Gea) y Etica. En Matemáticas, me acuerdo que me evaluaban más las teorías que los ejercicios, por mi condición. Tuve el promedio más alto entre los varones y hasta me postularon para la bandera. Yo no la quería, me parecía que era demasiado. Por eso, me quedé libre en una materia para bajar el promedio; después me arrepentí".

s Diccionario por zapatillas

"Desde que nací tuve problemas con la vista. Fui sietemesino y no me pusieron en la incubadora. Cuando era chico me decían que era corto de vista y entonces me llevaron al Hospital de Villa Nueva y me hacían ejercicios para mover los ojos y eso también forzó las retinas. Cómo será que me quedé ciego del ojo derecho a los 4 años y recién me di cuenta cuando dejé de ver del otro ojo, pero 7 años después".
Desde muy pequeño, fue criado por una familia cercana a su madre en barrio La Floresta de la vecina ciudad. Cada vez que se menciona el episodio, Javier trata de cambiar de tema. Sólo atina a decir que su mamá no podía cuidarlo, que tenía que viajar siempre. "No tengo rencores", añade. "Cuando empezó mi problema de la vista ella volvió, me cuidó y desde ahí estuvo siempre conmigo".
Javier vivió -sobrellevó- una infancia humilde. "Hacía jardinería, podaba árboles, hacía changas por ahí sin dejar de faltar nunca a la escuela (la Manuel Belgrano). Una vez con lo que me había juntado pude comprarme un diccionario pero después tuve que venderlo porque no tenía zapatillas".

s Puntito, hilito,
pelusa

Era un 8 de agosto, Día del Niño. Javier tenía 12 años y unas ganas tremendas de volver a jugar al fútbol. A la par del estudio, la redonda le despertaba el motor de las pasiones deportivas (es un ferviente fanático de Belgrano). Dice que cuando era más chico lo vinieron a ver desde Boca.
Javier, definitivamente, no podía jugar, ni apenitas. Todavía estaba recuperándose de una operación en los ojos, realizada un año antes tras el desprendimiento de retina. Para esa intervención quirúrjica, se pidió colaboración por todos los medios. Omar Fulgenzi, de Radio Líder, había realizado una campaña de 36 horas de transmisión para conseguir dinero. Se logró juntar mil pesos que en ese entonces era una suma importante.
Javier no aguantó más y se metió al partido que se disputaba en un campito cercano. “Faltaban 5 minutos para que terminara. Entré y me dieron un pelotazo en la cara. Era un tiro libre, el tipo que estaba adelante mío se corrió y me la comí de lleno. Me fui para el arco porque me sentía mareado. Después empecé como a ver un puntito que me seguía la mirada, después un hilito, una pelusa hasta que todo quedó negro".
Por tal situación, fue derivado al Hospital de la Vista de Santa Lucía en Buenos Aires. "Me trataron como a una rata. Experimentaron conmigo y me terminaron quemando con láser las retinas. Después no podía aceptar lo que me estaba pasando. Me quedaba en mi casa y no hacía nada de nada, hasta que cumplí 21 años".
La única solución que le resta es el anhelado transplante de retina pero que todavía no se ha desarrollado en el país, señala.
En cuanto al fútbol, Javier pudo practicar años más tarde con el equipo Los Leones de Bell Ville (campeón nacional de no videntes) y luego en un proyecto recreativo en nuestra ciudad, que terminó frustrándose por el bajo número de inscriptos.

s La mesa ya
estaba ocupada

Javier entra a un café y, testeando con su bastón extendido, llega hasta una silla y se sienta. Pero la mesa ya estaba ocupada. En el otro extremo, se hallaba Romina Camandona, 21 años, oriunda de Las Varillas, madre de dos hijos, de 8 y de 6 años.
Tras las disculpas de rigor, él queda atraído por su risa. "Me la imaginaba con sus ojos, con sus labios. Después le escribía poemas..”.
Se conocieron sólo hace un año y él ya le propuso casamiento. Viven en una casa alquilada de barrio Lamadrid y juntos venden ropa puerta a puerta en localidades de la región. "En Villa María la gente es irrespetuosa", comentan.
Mientras se realiza esta nota, Romina no le quita la mirada y de vez en cuando suelta una carcajada. Debajo de sus pies deambula un pequeño perro, Puf, que es ciego en uno de sus ojos.
"Traeme la máquina", le pide a Romina. Ella vuelve con un suerte de máquina de escribir compacta y una hoja amarillenta. Javier, combinando las seis teclas y la barra espaciadora del aparato, logra plasmar una frase en Braille. "Hace mucho que no escribía. Ahora voy al Centro y, mediante un programa especial para computadora, la máquina me traduce todos los textos oralmente".
"Me gustaría escribir un libro con todo lo que me pasó en la vida. Y quiero recibirme de abogado en 3 años y ser penalista. Además, ¿qué me lo impide?".
Sin dudas, Javier se tiene confianza ciega.

A través del Centro Elissalde

Por medio de un convenio suscripto entre el Centro Enrique Elissalde y la Universidad Católica de Salta, Javier podrá estudiar Abogacía mediante la modalidad semipresencial. La institución educativa le otorga una beca para el acceso gratuito -hasta 5 años- y la dependencia municipal se responsabiliza por los materiales, cuyos contenidos serán traducidos oralmente mediante un programa de computación. El Centro ya había conseguido becas similares pero nunca para un no vidente. La Católica tiene un sólo antecedente, en Mendoza, pero el alumno no ha logrado finalizar la carrera.


J.R.S.


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