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6 de Octubre de 2014
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A pa­pi
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Faustino López, en una foto de juventud

 

Cier­to día pu­bli­que en una red so­cial: "Los que me co­no­cen sa­ben que ra­ra vez vuel­co sen­ti­mien­tos im­por­tan­tes en las redes sociales. Uno de los mo­ti­vos es que creo que la vi­da pa­sa por otro la­do"
Es­tas pa­la­bras tie­nen un po­co de des­car­ga por mi par­te, pe­ro tam­bién mu­cho de res­ca­tar la fi­gu­ra de un hom­bre que, sin du­das, me trans­mi­tió los va­lo­res más im­por­tan­tes que ha­cen hoy a mi con­cien­cia, a mi vi­da, a mi mi­li­tan­cia.
Hoy mi vie­jo tie­ne una se­rie de ideas que, de­fi­ni­ti­va­men­te, no com­par­to. Pe­ro una his­to­ria que rei­vin­di­co y me lle­na de or­gu­llo.
Ta­lle­res de for­ma­ción con el “Grin­go” Tos­co, je­fe de man­za­na du­ran­te el “Cor­do­ba­zo”, co­la­bo­ra­dor del PRT y exi­lia­do po­lí­ti­co du­ran­te la úl­ti­ma dic­ta­du­ra. Se ha­bía exi­lia­do en Bue­nos Ai­res, “se pa­sa­ba más de­sa­per­ci­bi­do que en Cór­do­ba”, de­cía; allá lo ha­bían echa­do del ban­co por ser un agen­te real o po­ten­cial (sic) de sub­ver­sión, ¡y si lo era!
Creía en la or­ga­ni­za­ción des­de las ba­ses, la de­ci­sión vo­ta­da en la asam­blea y la uni­dad obre­ro-es­tu­dian­til, en­tre otras po­si­cio­nes me­nos le­ga­les.
Se vi­no a Bue­nos Ai­res pa­ra no ir­se tan le­jos de los com­pa­ñe­ro­s. A­yer le con­té que fui a un ac­to en con­me­mo­ra­ción de San­tu­cho (mal tó­pi­co pa­ra el hos­pi­tal) y llo­ran­do me con­ta­ba, por dé­ci­ma vez, cuan­do es­cu­chó la no­ti­cia de la muerte de Santucho por la ra­dio en un tra­ba­jo don­de na­die lo co­no­cía. Me con­tó nue­va­men­te có­mo llo­ró des­con­so­la­do por­que sa­bía que el pue­blo aca­ba­ba de per­der a uno de sus cua­dros más im­por­tan­tes, más re­pre­sen­ta­ti­vos de ese mo­men­to, de ese pro­ce­so que es­ta­ba lle­gan­do a su fin. Un fi­nal que es tem­po­ral, en mi opi­nión.
Yo no co­no­cí al Faus­ti­no “Faus­to” que creía en la re­vo­lu­ción, yo na­cí con un “pa­pi” (así le de­ci­mos con mis her­ma­nos aún hoy) que era se­cre­ta­rio ge­ne­ral de La Ban­ca­ria, Sec­cio­nal Cór­do­ba, opo­si­tor a Za­no­la, que ga­nó con un fren­te tan am­plio que reu­nía a ra­di­ca­les y pe­ro­nis­tas, en el 84, un par de años an­tes del que me vio na­cer. Un miem­bro de la “bu­ro­cra­cia blan­da”, se­gún mis con­cep­cio­nes ac­tua­les; aun así, el vie­jo mo­vi­li­za­ba, cuen­ta en su ha­ber va­rios lo­gros: rein­cor­po­ra­cio­nes co­lec­ti­vas, au­men­tos sa­la­ria­les y la mar­cha más im­por­tan­te en la con­so­li­da­ción de la CGT “di­si­den­te” de Cór­do­ba de esa dé­ca­da (mar­cha de mi­les de la­bu­ran­tes mo­vi­li­za­dos en un ene­ro ás­pe­ro).
Los va­lo­res que yo em­pe­cé a co­no­cer fue­ron los de la ho­nes­ti­dad, el com­pa­ñe­ris­mo, la ne­ce­si­dad de la or­ga­ni­za­ción co­lec­ti­va pa­ra re­cla­mar lo que fue­ra y la in­de­pen­den­cia po­lí­ti­ca al mo­men­to de dis­cu­tir y ac­tuar.
Es­tos, que son trans­ver­sa­les a va­rias ideo­lo­gías, son los más im­por­tan­tes que me en­se­ñó y yo lo vi usán­do­los: ja­más se que­dó con un pe­so y siem­pre de­ci­dió aten­to a lo que sus com­pa­ñe­ros pen­sa­ban ma­yo­ri­ta­ria­men­te.
Con la vuel­ta de la de­mo­cra­cia, le ofre­cie­ron una in­dem­ni­za­ción a los des­pe­di­dos por sub­ver­si­vos, él no la acep­tó, creía que era “co­brar pa­ra ce­rrar la bo­ca” y, aun­que mu­chos de quie­nes aga­rra­ron no ce­rra­ron la bo­ca, el pa­pi nun­ca se arre­pin­tió (más va­le que no le dis­cu­tás es­to por­que te gri­ta, te tra­ta de trai­dor y arro­ja otros in­sul­tos mi­li­tan­tes).
Así las co­sas, mi vie­jo qui­so pe­lear ba­ta­llas épi­cas, en el 90 tra­tó de dis­pu­tar­le el gre­mio na­cio­nal a Juan Jo­sé, así lle­ga­mos a Bai­res, el fi­nal de esa his­to­ria es­tá a la vis­ta: ¿sa­ben quién es Za­no­la­? ¿Sa­ben quién es Faus­ti­no Ló­pez?
Ya fun­di­do, se de­di­có a pe­que­ñe­ces. 
Ha­ce po­co más de 10 años vi­vió lo que nin­gún pa­dre de­be­ría vi­vir: el en­tie­rro de su hi­jo Ju­lio, quien hace poco, hu­bie­ra cum­pli­do 42 abri­les.
Es lo­co, ca­si me­ta­fí­si­co, pe­ro ju­ro que ese ca­lu­ro­so jue­ves 29 de ene­ro con Ju­lio en­te­rra­mos par­te de mi vie­jo: la ale­gría (sí, ¡esa fa­mo­sa que te­ne­mos los me­di­te­rrá­neos!) se fue de a po­co y con ella las ga­nas de vi­vir, años de de­pre­sión fue­ron la se­cue­la de se­me­jan­te trau­ma, clo­na­ze­pam, Al­plax y cuan­ta m... pa­ra dor­mir o cal­mar­se exis­te pa­só por sus ma­nos.
Ayer, mien­tras vol­vía la­gri­mean­do del hos­pi­tal, una com­pa­ñe­ra me re­cor­da­ba pa­la­bras mías de años atrás: “Ese no es mi vie­jo, ¡oja­lá lo hu­bie­ras co­no­ci­do!”, “es­to es un des­po­jo, una som­bra de mi pa­pá”. Y no re­nie­go de esas pa­la­bras, ¡mi vie­jo de­fen­día sus ideas y plan­teos con fir­me­za, pu­tea­ba, gri­ta­ba y te­nía una ve­he­men­cia y un vo­za­rrón que asus­ta­ba a más de un des­pre­ve­ni­do al mo­men­to de dis­cu­tir! 
Una vez, yo con 14 años, di­je: 
-Que feo vi­vir en un país po­bre, que no tie­ne na­da, co­mo Cu­ba.
-¿Y qué sa­bés vos de Cu­ba? -me di­jo-. Cu­ba tie­ne la me­jor edu­ca­ción del con­ti­nen­te, no hay anal­fa­be­tos y na­die tie­ne ham­bre, ¡la me­jor sa­lud! Hi­jo, an­tes de ha­blar, ¡ins­trui­te!
¡Qué hi­jo de p...! Me mar­có de por vi­da con dos lec­cio­nes en una: Cu­ba, co­mo ejem­plo re­vo­lu­cio­na­rio, y el si­len­cio pi­ta­gó­ri­co, co­mo prác­ti­ca mi­li­tan­te.
Es­ta com­pa­ñe­ra me hi­zo ver que es­tos dos úl­ti­mos años, más o me­nos, tu­ve otra opor­tu­ni­dad, sin du­das de la ma­no del acom­pa­ña­mien­to te­ra­péu­ti­co he­cho por otra com­pa­ñe­ra y nue­vas ga­nas de vi­vir de es­te vie­jo que, aun­que en las an­tí­po­das hoy en día de mis idea­les, lo hi­cie­ron mar­char con no­so­tros, e ir a cuan­to ac­to o ac­ti­vi­dad lo in­vi­tá­ra­mos, mas por amor a mí que a la cau­sa, creo yo.
Y qué más pue­do pe­dir de él, si re­na­ció, y hoy el que pe­lea con­tra el cán­cer no es una som­bra, no es un des­po­jo, es mi vie­jo, el que me en­se­ñó a ju­gar al tru­co, el que me di­jo “hi­jo, no le ha­gas ca­so a ma­má, si te mo­les­tan, pe­ga­les” y el que me le­gó, tam­bién, los va­lo­res bá­si­cos que to­do mi­li­tan­te re­vo­lu­cio­na­rio de­be te­ner.
La vi­da a ve­ces nos po­ne fren­te a ba­ta­llas que no que­re­mos pe­lear, en él va a es­tar la de­ci­sión de “pe­gar o no”, cual­quier de­ci­sión que to­me, me va a en­con­trar al la­do su­yo, jun­to a la fa­mi­lia y los com­pa­ñe­ros, que son mu­chos, su­yos y míos, con un chis­te y una his­to­ria a la or­den del día pa­ra que nos ria­mos y nos pe­lee­mos co­mo en po­cas fa­mi­lias se ve. 
 
Ca­si dos me­ses des­pués...
 
Mi vie­jo ya par­tió a un lu­gar me­jor: el re­cuer­do de sus se­res que­ri­dos, en él es­tán mi her­ma­no (su hi­jo), sus pa­dres y una her­ma­na su­ya, así que que­da en bue­na com­pa­ñía. De­jó es­ta tie­rra el 10 de sep­tiem­bre a la ma­dru­ga­da; la no­che an­te­rior pu­de leer­le mis pa­la­bras pre­ce­den­tes, a las que só­lo le agre­gué que si bien la­men­ta­ba no ha­ber po­di­do jun­to a él de­vol­ver­le el úl­ti­mo cum­ple a mi vie­ja, el cual arrui­na­mos con gri­tos por un de­sa­cuer­do en po­lí­ti­ca, me po­nía con­ten­to ver­lo dis­cu­tir así, con ese fue­go que nos ge­ne­ran las ideas, por­que así de ague­rri­do lo re­cuer­do y, des­pués de ha­ber vis­to esa lla­ma apa­ga­da du­ran­te tan­tos años, ver que la ha­bía re­cu­pe­ra­do no po­día más que traer­me fe­li­ci­dad.  
 
Agus­tín En­ri­que Ló­pez   

 
No­ta: Faus­ti­no En­ri­que Ló­pez na­ció en Vi­lla Ma­ría, don­de cur­só es­tu­dios pri­ma­rios y se­cun­da­rios. Vol­vía con fre­cuen­cia a la ciu­dad a vi­si­tar a sus pa­rien­tes y ami­gos. Fa­lle­ció el mes pa­sa­do, en Bue­nos Ai­res.


 

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