Cierto día publique en una red social: "Los que me conocen saben que rara vez vuelco sentimientos importantes en las redes sociales. Uno de los motivos es que creo que la vida pasa por otro lado"
Estas palabras tienen un poco de descarga por mi parte, pero también mucho de rescatar la figura de un hombre que, sin dudas, me transmitió los valores más importantes que hacen hoy a mi conciencia, a mi vida, a mi militancia.
Hoy mi viejo tiene una serie de ideas que, definitivamente, no comparto. Pero una historia que reivindico y me llena de orgullo.
Talleres de formación con el “Gringo” Tosco, jefe de manzana durante el “Cordobazo”, colaborador del PRT y exiliado político durante la última dictadura. Se había exiliado en Buenos Aires, “se pasaba más desapercibido que en Córdoba”, decía; allá lo habían echado del banco por ser un agente real o potencial (sic) de subversión, ¡y si lo era!
Creía en la organización desde las bases, la decisión votada en la asamblea y la unidad obrero-estudiantil, entre otras posiciones menos legales.
Se vino a Buenos Aires para no irse tan lejos de los compañeros. Ayer le conté que fui a un acto en conmemoración de Santucho (mal tópico para el hospital) y llorando me contaba, por décima vez, cuando escuchó la noticia de la muerte de Santucho por la radio en un trabajo donde nadie lo conocía. Me contó nuevamente cómo lloró desconsolado porque sabía que el pueblo acababa de perder a uno de sus cuadros más importantes, más representativos de ese momento, de ese proceso que estaba llegando a su fin. Un final que es temporal, en mi opinión.
Yo no conocí al Faustino “Fausto” que creía en la revolución, yo nací con un “papi” (así le decimos con mis hermanos aún hoy) que era secretario general de La Bancaria, Seccional Córdoba, opositor a Zanola, que ganó con un frente tan amplio que reunía a radicales y peronistas, en el 84, un par de años antes del que me vio nacer. Un miembro de la “burocracia blanda”, según mis concepciones actuales; aun así, el viejo movilizaba, cuenta en su haber varios logros: reincorporaciones colectivas, aumentos salariales y la marcha más importante en la consolidación de la CGT “disidente” de Córdoba de esa década (marcha de miles de laburantes movilizados en un enero áspero).
Los valores que yo empecé a conocer fueron los de la honestidad, el compañerismo, la necesidad de la organización colectiva para reclamar lo que fuera y la independencia política al momento de discutir y actuar.
Estos, que son transversales a varias ideologías, son los más importantes que me enseñó y yo lo vi usándolos: jamás se quedó con un peso y siempre decidió atento a lo que sus compañeros pensaban mayoritariamente.
Con la vuelta de la democracia, le ofrecieron una indemnización a los despedidos por subversivos, él no la aceptó, creía que era “cobrar para cerrar la boca” y, aunque muchos de quienes agarraron no cerraron la boca, el papi nunca se arrepintió (más vale que no le discutás esto porque te grita, te trata de traidor y arroja otros insultos militantes).
Así las cosas, mi viejo quiso pelear batallas épicas, en el 90 trató de disputarle el gremio nacional a Juan José, así llegamos a Baires, el final de esa historia está a la vista: ¿saben quién es Zanola? ¿Saben quién es Faustino López?
Ya fundido, se dedicó a pequeñeces.
Hace poco más de 10 años vivió lo que ningún padre debería vivir: el entierro de su hijo Julio, quien hace poco, hubiera cumplido 42 abriles.
Es loco, casi metafísico, pero juro que ese caluroso jueves 29 de enero con Julio enterramos parte de mi viejo: la alegría (sí, ¡esa famosa que tenemos los mediterráneos!) se fue de a poco y con ella las ganas de vivir, años de depresión fueron la secuela de semejante trauma, clonazepam, Alplax y cuanta m... para dormir o calmarse existe pasó por sus manos.
Ayer, mientras volvía lagrimeando del hospital, una compañera me recordaba palabras mías de años atrás: “Ese no es mi viejo, ¡ojalá lo hubieras conocido!”, “esto es un despojo, una sombra de mi papá”. Y no reniego de esas palabras, ¡mi viejo defendía sus ideas y planteos con firmeza, puteaba, gritaba y tenía una vehemencia y un vozarrón que asustaba a más de un desprevenido al momento de discutir!
Una vez, yo con 14 años, dije:
-Que feo vivir en un país pobre, que no tiene nada, como Cuba.
-¿Y qué sabés vos de Cuba? -me dijo-. Cuba tiene la mejor educación del continente, no hay analfabetos y nadie tiene hambre, ¡la mejor salud! Hijo, antes de hablar, ¡instruite!
¡Qué hijo de p...! Me marcó de por vida con dos lecciones en una: Cuba, como ejemplo revolucionario, y el silencio pitagórico, como práctica militante.
Esta compañera me hizo ver que estos dos últimos años, más o menos, tuve otra oportunidad, sin dudas de la mano del acompañamiento terapéutico hecho por otra compañera y nuevas ganas de vivir de este viejo que, aunque en las antípodas hoy en día de mis ideales, lo hicieron marchar con nosotros, e ir a cuanto acto o actividad lo invitáramos, mas por amor a mí que a la causa, creo yo.
Y qué más puedo pedir de él, si renació, y hoy el que pelea contra el cáncer no es una sombra, no es un despojo, es mi viejo, el que me enseñó a jugar al truco, el que me dijo “hijo, no le hagas caso a mamá, si te molestan, pegales” y el que me legó, también, los valores básicos que todo militante revolucionario debe tener.
La vida a veces nos pone frente a batallas que no queremos pelear, en él va a estar la decisión de “pegar o no”, cualquier decisión que tome, me va a encontrar al lado suyo, junto a la familia y los compañeros, que son muchos, suyos y míos, con un chiste y una historia a la orden del día para que nos riamos y nos peleemos como en pocas familias se ve.
Casi dos meses después...
Mi viejo ya partió a un lugar mejor: el recuerdo de sus seres queridos, en él están mi hermano (su hijo), sus padres y una hermana suya, así que queda en buena compañía. Dejó esta tierra el 10 de septiembre a la madrugada; la noche anterior pude leerle mis palabras precedentes, a las que sólo le agregué que si bien lamentaba no haber podido junto a él devolverle el último cumple a mi vieja, el cual arruinamos con gritos por un desacuerdo en política, me ponía contento verlo discutir así, con ese fuego que nos generan las ideas, porque así de aguerrido lo recuerdo y, después de haber visto esa llama apagada durante tantos años, ver que la había recuperado no podía más que traerme felicidad.
Agustín Enrique López
Nota: Faustino Enrique López nació en Villa María, donde cursó estudios primarios y secundarios. Volvía con frecuencia a la ciudad a visitar a sus parientes y amigos. Falleció el mes pasado, en Buenos Aires.