La figura del “martillero”, aunque sin martillo en mano, surgió cuando aparecieron las primeras monedas, antes de la era cristiana.
Es decir, una vez finalizado el trueque (no en todos lados al mismo tiempo) y con las primeras monedas se presentó un serio problema para el intercambio: cómo determinar el valor de las cosas.
Aquellas primeras comunidades, entre las que estuvieron los fenicios (los primeros mercaderes y corredores en el mar Mediterráneo), los pueblos nómades (que deambularon por los desiertos), así como las antiguas civilizaciones egipcia, griega y romana, fueron los que debieron resolver el problema mencionado.
Para ello, exponían los objetos o productos en un lugar amplio y el valor era determinado por quien ofrecía más dinero.
De todas maneras, se conoce que el antiquísimo Código de Hammurabi, registrado en el imperio de Babilonia en el 1760 AC, ya contemplaba la intermediación para las operaciones comerciales, por lo que se puede sostener que tanto la figura del “martillero” como del “corredor público” son milenarias.