Si va a Cabo Polonio y se le queda sin batería uno de esos celulares nuevos que tiran centros, cabecean y lo aconsejan a uno sobre qué marca de jabón en polvo comprar, no se gaste en buscar enchufe: en la minúscula aldea del oriente uruguayo no hay energía eléctrica. “¿Y qué hago entonces con mi nuevo I Phone 6?”, se pregunta el viajero, a lo que los locales le responden que puede enterrárselo bien en el centro del... que puede guardárselo hasta que vuelva a casa.
Así, sin más luz que la del sol, las velas y las estrellas (aunque siempre está el Marqués que tiene su propio generador eléctrico), este caserío de pescadores permite disfrutar de la naturaleza como en pocos balnearios del mundo. Ideal el escenario para apreciar los paisajes sublimes que alberga, con el Atlántico de frente en una de sus facetas más solitarias, y gigantescas dunas alrededor que muy mal combinan con el viento, pregúntenle al flaco aquel que almorzó guiso de arena.
Parte de la magia tiene que ver con lo aislado del territorio, al que no se llega por carretera convencional sino entre las dunas. El recorrido mínimo (desde la ruta o las vecinas Valizas o Aguas Dulces), es de 8 kilómetros de desiertos que se pueden hacer en vehículos especiales o a pie, muy a lo Ben Hur. En camello es mucho más difícil, sobre todo porque para conseguir uno hay que irse hasta el Sahara y cambiarlo por una hija.
Una vez en el pueblo, toca relajarse en alguno de los barcitos playeros, charlar con los relajadísimos paisanos y contemplar lo majestuoso del entorno, que incluye islas cercanas, una reserva de lobos marinos y un antiguo faro. El viajero ve la luz y se acuerda de su celular, al que no ve desde el entierro.