Por Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Hay que darse una vuelta por el Estadio Juan Domingo Perón una tarde de partido. Hay que darse una vuelta, aunque no le guste el fútbol, y contemplar la esencia de uno de los distritos más tradicionales, grandes y dinámicos de la capital provincial. Palpita el barrio, entre banderas rojas y blancas colgando de las ventanas, familias que llegan a la cancha de aquí nomás (de a la vuelta, con la naturalidad de quien va al almacén), y viejas y viejos que desde sus casas, frente a la sede del glorioso Instituto, se instalan en reposeras para ver el movimiento de hinchas, igualito que hace 50 años o más. Se funden entonces todas las vertientes de Alta Córdoba, que es costumbrista y moderno, populoso y tranquilo, alegre y melancólico.
Se reparten las pistas de aquello en las calles de sector, que está cerca del centro pero alejadísimo en términos de impronta. El movimiento es vital, sí, pero a la vez sosegado, porque la gente aquí busca otra cosa, busca socializar, salir al universo público, aunque sin corridas ni malos tragos. Eso a pesar de la inyección de masas que trajeron las últimas décadas (estudiantes muchos), lo que también generó un movimiento inmobiliario importante, altos y radiantes edificios dan fe.
Con todo, las construcciones que siguen marcando el semblante son las antiguas, las nacidas a finales del Siglo XIX y principios del XX, cuando el área daba sus primeros pasos. En ese sentido, la visita obligada trae nombres como el Centro Cultural (otrora mercado, hoy hace de punto de reunión de los vecinos gracias a sus múltiples talleres), la Estación del Ferrocarril Manuel Belgrano (donde supo pasar el Tren de las Sierras, que lleva a Cosquín y que ayer llegara hasta Cruz del Eje), la imponente iglesia del Sagrado Corazón de María (levantada por misioneros claretianos) y el Instituto Nuestra Madre de la Merced y su capilla, por sólo citar algunos.
Pasado y presente
La caminata, entre arterías que suenan a Alta Córdoba (Mariano Fragueiro, Nicolás Avellaneda, Bedoya), sirve para apreciar los aires simplones y hasta bohemios de los parroquianos. Una faceta que sin dudas viene del pasado, pero que se ha ido reinscribiendo en el presente con el devenir de nuevas generaciones. Es cierto que en la plenitud del Siglo XXI ya no hay un Jardín Florido que salga piropear las chicas con elegancia y cordialidad. Tampoco un Bar Royal como tal (tumultuoso y ágora de debate), pero sí multiplicidad de bares y restaurantes con ticket a los tiempos viejos y toques de vanguardia, dónde los jóvenes se juntan a compartir una cerveza y los enamorados una cena romántica.
Varios de estos establecimientos se estacionan frente a Plaza Rivadavia. Una explanada mítica que es sinónimo de encuentros humanos, ancianos, jóvenes y niños dando color al cuadro. A pesar de que ya no se puede desatender el bolso ni dejar la bici sin candado, y que el descuido se torna evidente, la plaza conserva la magia de antaño. Que lo diga si no la calesita y sus caballos en desbandada, o los vendedores ambulantes que se buscan el sueldo sin cesar de ofrecer.
Ejemplo de ello son los puesteros que todos los fines de semana le dan vida a una feria de artesanos que es todo un clásico de este Alta Córdoba. Un barrio con todas las letras.
