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12 de Octubre de 2014
LILIANA HERRERO
Traductora del folclore clásico a la posmodernidad
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La cantante entrerriana se presentó el viernes en el Rectorado. Fue en el marco del ciclo cultural “La Musa que los parió”, coordinado por las licenciaturas en Literatura y Música de la UNVM. Antes de salir al escenario, habló del arte de la interpretación, de Fito Páez, de los premios y su necesidad de inscribirse en el folclore sin atarse a sus moldes

Me digo una y mil veces que es un error absoluto de mi parte entrevistar a Liliana Herrero. Que por más que haya leído cien notas suyas donde se diga que es una innovadora en el género, yo no tengo nada que hacer ahí. Que por más que me hayan hablado de su amabilidad, de su “don de gentes”, de su compromiso social, me digo que es un error. Porque  ¿cómo voy a hacer para guardar ante ella la distancia insalvable que me separa del folclore? ¿Cómo le digo que toda la vida escuché rock y tango y que soy fan de la música inglesa? ¿Cómo le explico que a lo sumo cinco canciones del folclore argentino me han emocionado en toda la vida o que las “juventudes de izquierda” bailando zamba me parecen una careteada peor que los chicos de mi época peinados a lo Bon Jovi? ¿Cómo le digo que para mí la patria son Los Beatles y Pink Floyd, Goyeneche y Federico Moura, Kurt Cobain y David Bowie, Troilo y Luca Prodan? Sé que “el manual del buen periodista” dice que se debe estar preparado para entrevistar a cualquier persona de cualquier rubro y que todos tienen algo para decirle a cada interlocutor. Sí, de acuerdo; pero, objeción número uno: yo no soy en absoluto un buen periodista. Y objeción número dos, ¿cómo le digo a Liliana que el folclore me aburre, que no tiene conexión alguna con mi ontología, que me siento a un millón de años luz de esta posmodernidad que se siente parte de ese “otro colonialismo” llamado Latinoamérica? ¿Cómo le explico que todos mis amigos “kirchneristas” me dicen que soy un “facho” por pensar así y un “extranjerizante” por escuchar música en inglés? Me debato entre todos esos interrogantes antes de entrar al camarín con las manos asidas a mi grabador que transpiran como las de un principiante. Pero cuando se abre la puerta (que resulta ser la del despacho del rector con uso de licencia) no es Martín Gill quien sale a recibirme sino una mujer, “una señora que siempre será mujer” me digo a mí mismo sin saber por qué; una mujer de aspecto tan sencillo como radiante “como un atardecer sobre el río Uruguay” pienso, acaso por tantos temas que ella le dedicó a ese cauce. Y entonces con un beso, Liliana Herrero borra todas mis dudas. Y en un segundo me olvido de quién soy y a qué vine, de mis contradicciones y mis pensamientos. Y sobre todo, me olvido momentáneamente de mi poca afinidad con el folclore. Yes que por alguna razón me siento como un hombre de ciudad que ha tomado un tren y lentamente se va internando en los campos. Eso es estar frente a Liliana Herrero; mirar desde la ventanilla la calma de una geografía humana que le cambia a uno la química de la urbe y lo mete en el “tempo” de la zamba. Y cuando saludo al guitarrista Pedro Rossi, Liliana me dice “empecemos nomás porque no hay mucho tiempo”. Pero lo dice con una gran tranquilidad. Entonces  a mi cabeza vienen unos versos sueltos de su paisano entrerriano Juan L. Ortiz: “Deja las letras y deja la ciudad/ Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire”. Y le hago caso al poeta. 

 

 
Breve charla con una “china” entre las flores
“Sabés, me duele todo, por eso me voy a tomar un Diclofenac antes de subir al escenario” me dice. Y mientras apura el analgésico con el café, sin querer, estoy empezando a entrevistarla.
-Pero vos cantás sentada siempre, ¿no? Como Joao Gilberto, como Goyeneche, como Roger Waters… ¿es por tu estilo introspectivo?
-Yo siempre canté sentada y Mercedes (Sosa) también. Debe ser debido a mi modo introspectivo, sí, pero también porque me gusta estar a la misma altura que los otros músicos. No me gusta ese armado del escenario con la batería atrás y yo adelante. No lo puedo tolerar. 
-En el recital de esta noche la cosa será más fácil porque estarás sola con Pedro ¿Cómo es un recital de voz y guitarra solamente?
-Es una búsqueda preciosa que te permite jugar más con los tiempos. Cuando hay “obligados rítmicos” como un contrabajo o una percusión, te ves más condicionada. Pero con la guitarra se da un diálogo más íntimo. Y a mí me gusta mucho porque quiero que Pedro toque temas de él y haga partes de guitarra. La presencia del instrumento solo es una textura a la cual la gente tiene que acostumbrarse de nuevo. Por eso valoro tanto el festival “Guitarras del mundo” de Juan Falú, porque no hay voz ahí, sólo cuerdas. La voz siempre ha sido muy hegemónica en el folclore.
-¿Cuál es el requisito que debe cumplir una canción para que ingrese a tu repertorio?
-Depende de muchas cosas. A veces me basta con el fragmento de una letra, con un momento melódico que me emocione o un arreglo original que podamos hacerle a la canción. Pero la condición básica es que la música sea buena. Eso no se negocia nunca.
-¿Y también que sea “folclórica”?
-Para nada. El hecho de que un tema sea o no sea de folclore no es algo que me preocupa en absoluto. Si bien yo me defino como folclorista, no le concedo al folclore la capacidad de limitarme en la elección de las canciones. Ese es un aspecto que todo el tiempo intento trascender. Muchas veces hice conciertos probando temas nuevos, como Mercedes (Sosa)... Pero mi idea no es ver cómo reacciona el público sino yo. Si el tema me funciona a mí, entonces funciona. Y esto va más allá de que a la gente le guste o no. 
-¿Cuánto le aporta el intérprete al “copyright” de una canción? 
-Mirá, si yo no puedo aportarle algo realmente personal a un tema, si no lo puedo resignificar de alguna manera y apropiármelo, prefiero dejar que suene el original. A mí me preocupa mucho que la gente que escucha música no vaya a las fuentes. Hay chicos que toman como original una versión mía y eso es un error. Quisiera que en todo caso mi tema sea un disparador para ir al autor. Lo que yo hice con los temas de Atahualpa, por ejemplo ¡espero que a nadie le impida ir a Atahualpa!
-Pero también puede pasar que sin vos como “traductora”, muchos chicos de esta “posmodernidad” jamás se hubieran interesado por Atahualpa…
-Puede ser que tengas razón; y si es así ojalá que pase siempre, porque yo me sentiría realmente bien de saberme un puente entre alguien como Atahualpa y los jóvenes. Muchas veces yo le cambio la forma a las canciones según lo que me pida el arreglo o la letra. A veces son formas más accesibles, sí; pero hay que volver al original para poder pensar la canción sobre esa base. Por eso mismo grabé algunos temas más de una vez, como el “Canto al río Uruguay”. No me niego a tener una nueva mirada.
-Te definís como folclorista ¿cómo explicás que un rockero haya producido tu primer disco? 
-Es que Fito Páez es un gran productor y tiene una idea tremenda de lo que es grabar. Todo lo que yo sé de máquinas y consolas lo aprendí de él. Pero Fito también tiene una gran sensibilidad folclórica. Una vez, a principios de los 80, hice un concierto doméstico en mi casa en Rosario y él vino a escucharme. Y cuando terminó me dijo “vos tenés que hacer un disco urgente”. Yo tengo con Fito un agradecimiento enorme. 
-En el año 2005 recibiste el premio Kónex de Platino como la mejor solista femenina folclórica de la década. ¿Te cambió en algo ese reconocimiento?
-Para nada. Hay otros premios que para mí han sido más importantes que ese, como el que me dio el Fondo Nacional de las Artes por mi trayectoria o el de la Universidad Nacional de Córdoba. El Kónex también fue importante, sí; pero no me cambió en nada. Yo no reniego de los premios, sólo que a algunos no voy, como los “Gardel”. Y si no voy es porque para mí están más ligados a la industria y al mercado. Y ese no es el trato que yo tengo con el arte y con la música. Mis mejores premios son los discos que hice.
-¿Cómo cuáles?
-Como el homenaje a Leguizamón-Castilla que hicimos con Juan Falú; un disco maravilloso  al que pusieron en el rubro “grupo folclórico” para competir con “Los Nocheros”. ¡Y por supuesto que ganaron “Los Nocheros”! (risas) Yo tengo la satisfacción de haber hecho con Juan un disco eterno. Y ese es el premio.
-La industria nada sabe de eternidad ¿no es así, Liliana?
-No, la industria nada sabe de eternidad, como bien decís, ni tampoco de arte. Y yo en el sentido artístico trato de hacer los mejores discos y en el sentido humano trato de tener la mayor coherencia. Sobre todo con respecto a la vida cultural de un pueblo.
A Liliana le hacen señas que falta poco para probar voces y además que hay otra entrevistadora en espera. Se trata de Rocío Martínez, una excelente periodista que le hará un extenso reportaje político y social, rubros que este limitado comunicador maneja menos que el cancionero folclórico o el reglamento de hockey sobre hielo. Entonces le digo a Liliana que necesito una foto suya. “Cómo no, querido”, me dice con una amabilidad supraterrena. Y así, sin maquillaje, despojada de todo, sin que nadie le diga nada, Liliana se dirige hacia a un jarrón con flores; el único adorno que ha quedado en la exoficina del rector. “Descalza camina”, me digo, porque me viene a la cabeza una canción de Spinetta sin saber por qué. Pienso en todas las preguntas que me quedé sin hacerle a Liliana: qué piensa de Lennon, si no escucha música en inglés, si nunca le dijeron que su voz se parece a la de Lhasa de Sela, o si como cantaba Fito no está “buscando rock and roll que le sacuda la cabeza”. Y si pienso todo esto debe ser porque de a poco estoy volviendo a la frecuencia urbana, porque ya pasé los campos del litoral y la ciudad se divisa a lo lejos. Pero entonces sucede lo increíble. Liliana se acomoda al lado del jarrón con flores, sobria y sin maquillaje. Y durante unos segundos me parece estar frente a una mujer china decorada por las ramas de un manzano en flor. Saco mi primera foto, donde sale acaso demasiado seria.
-Tu paisano estaría orgulloso de vos, Liliana… -le digo.
-Quién? ¿Qué paisano? –me pregunta.
-Tu paisano “Juanele”… Porque sos entrerriana y parecés una china entre las flores. Y a él le encantaban los poetas chinos, las mujeres entrerrianas y las flores…
Y entonces Liliana se ríe como no la veré reír en el camarín ni en el recital. Y así, con esa risa absoluta que dura apenas un parpadeo, se llena de luz la sala y saco la segunda y última foto. Y a mi memoria vuelven otros versos sueltos de Juan Laurentino Ortiz: “Para que los hombres no tengan vergüenza/ de la belleza de las flores”. 
Gracias por haberme enseñado eso, Liliana. Y por haberme hecho sentir orgulloso del folclore de mi país después de oirte cantar.
Iván Wielikosielek
 
Liliana Herrero nació en Villaguay (Entre Ríos) en 1948, se recibió en Rosario de licenciada en Filosofía y actualmente está radicada en Buenos Aires. Su música se caracteriza por fusionar las raíces folclóricas con sonidos y arreglos modernos, muchos de estos provenientes del jazz y el rock. Además del folclore argentino también interpreta canciones de folclore latinoamericano y ha incursionado en el cancionero del rock argentino haciendo versiones de Fito Páez y Luis Alberto Spinetta. Ha grabado diez álbumes solistas entre los que se cuentan “Liliana Herrero” 1987, “Recuerdos de Provincia” 1999, “Litoral” (2005) y “Este Tiempo” (2011). Y también dos discos memorables junto al guitarrista Juan Falú; los homenajes a Leguizamón-Castilla (2000) y a Falú-Dávalos (2004). En 2005 recibió el Premio Kónex de Platino como la Mejor Solista Femenina de Folclore de la década en la Argentina. Mercedes Sosa ha dicho de ella “Es mi sucesora”. 

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