La viralización de boca en boca de la obra de teatro Toc Toc, que hace que en años no baje de cartel, tiene sus atributos y las razones para que se sostenga.
Mañana y el sábado el público local tendrá oportunidad de verla, en su retorno a Villa María.
La publicidad invita a que cada uno de los espectadores descubra cuál de sus trastornos obsesivo- compulsivos se refleja sobre tablas. Así tenemos a un “puteador compulsivo”, una obsesiva por la limpieza, otra que repite sus dichos y palabras dos veces, para completar a seis actores en escena que realizan una maratón actoral superaceitada, inteligente, jocosa, ocurrente y original.
Pero dicha invitación obedece a lo mismo que pretende criticar en su mensaje más profundo. Y la clave está cuando en una de sus partes, donde no llega el psiquiatra, se proponen interactuar con sus problemas entre ellos, para dejar como epílogo de ese espacio, que los mismos no realizaban sus compulsiones cuando pensaron en el otro. Y aquí es donde subyace la mejor parte de la obra, y que si bien clínicamente no está certificado en la obra, plantea uno de los problemas de la actualidad: “El ombliguismo”.
Si bien sabemos del narcicismo, el hedonismo y la superficialidad de este tiempo que corre, somos cautivos de la incertidumbre del mercado, teniendo como paradigmas los valores del individualismo, el consumo, para tal fin: el dinero y la imagen idealizada -ser delgado, joven, bello y eficiente- son condiciones sine qua non para ser un triunfador.
Llegar a la meta cuesta su trabajo, lo que genera ansiedad-angustia y más lejos, pánico; salvarnos individualmente es la consigna y si no se puede, la frustración, el desengaño, la depresión, el menosprecio, la falta de autoestima y algún Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) suelto por ahí se hacen presa de nosotros.
El acendrado individualismo nos ha invadido, es así que ante un pequeño problema, quedamos prisionero del mismo, instalando la lógica perversa de mirarnos nuestro propio ombligo, para desatar un sinnúmero de trastornos.
Así, recurrimos a la magia de la autoayuda, libros y consejos superficiales de Pilar Sordo o Bernardo Stamateas, sin darnos cuenta de que hemos perdido la capacidad de conmovernos por lo que le pasa al “otro”.
Víctor Alvez