El 29 de junio de 1976, se despertó en la madrugada con varios hombres encapuchados dentro de su dormitorio. Buscaban a uno de sus tres varones.
Ella dormía en la planta alta con su esposo (ya fallecido), Angel Armando Arias, mientras que en la planta baja estaban Miguel Angel y Jorge Eduardo en una habitación y Ramón Orlando en otro sector de la vivienda ubicada en barrio Mariano Balcarce de la capital provincial.
Era cerca de la 1.30 de la mañana cuando los militares se llevaron a Miguel, de 19 años recién cumplidos. Su familia nunca supo más nada de él.
María Livia “Beba” Cuello declaró ayer en la Fiscalía Federal de Villa María, adonde la fiscal cordobesa Graciela López de Filoñuk arribó para tomarle testimonio, en el marco de la causa en la que se investiga la desaparición de su hijo.
Madre de Plaza de Mayo desde poco después del trágico hecho, la mujer dejó Córdoba hace un tiempo y actualmente reside en esta localidad, donde conversó extensamente con EL DIARIO, en cuyo marco dijo que espera que se haga justicia con los responsables de la barbarie.
“Beba”, nacida en un campo de Las Acequias, nunca pensó que la vida la golpearía de tal manera. Aseguró que su hijo no militaba en ninguna organización y que estaba descansando cuando irrumpieron los militares. “Se lo llevaron y jamás supe nada, pero los vecinos vieron que los autores se trasladaban en un Ford Falcon del Ejército”, señaló.
“Golpearon la puerta y le avisaron a uno de mis hijos que era la Policía, entonces abrió y se encontró con todos encapuchados. Derribaron la puerta de la terraza, los vidrios, todo”, relató.
Minutos después, “Beba” sintió que le tocaban el pecho, abrió los ojos y se encontró con el dramático cuadro. “Me pidieron que no me mueva, que era un asalto y que nos iban a matar a todos. Antes había sentido algo y le avisé entredormida a mi marido, pero él descreyó. A él lo tiraron al suelo y no podía levantarlo, no sé cómo hice para hacerlo”, recordó.
Miguel compartía la habitación con Jorge, su hermano de entonces 12 años, quien no paraba de llorar. “Me advirtieron que si seguía llorando, lo iban a matar. Le pegaron, lo pusieron boca abajo, pensaron –creo- que se había desmayado. Y a Miguel le ordenaban que se vistiera, que los tenía que acompañar. Les preguntaba adónde y no le decían”, describió.
Luego “le pidieron que abriera la boca, asegurando que no lo iban a matar y que debía respirar hondo, se presume que le dieron una pastilla para dormirlo. Ya le habían vendado los ojos tras romper las sábanas”.
“En su momento nos comunicamos con el doctor Aráoz (quien no tenía ningún cargo, era abogado nomás), que me citó a la casa de su suegro, no recuerdo en qué año, cerca del Mercado Norte. Pienso que me decía mentiras y verdades. Me pidió que le describiera cómo eran los que ingresaron a mi casa (unas diez personas) y me olvidé de uno, entonces me aclaró que había uno sin capucha. Y le dije ‘cierto, es verdad. Era rubio’”, narró.
Cómo era Miguel
“Miguel no militaba, pero estaba en contra de los milicos. Estaba becado en el Profesorado de Historia, además estudiaba Ciencias Económicas y Música. Me dijeron que era súper inteligente en el colegio”, subrayó.
-¿Por qué cree que se lo llevaron?
-Pienso que ha dicho algo contra los milicos. O que alguien lo nombró.
-¿Nunca imaginó que iban a secuestrarlo?
-No, no. Pero antes de que lo llevaran, esa misma noche, me cantó la canción “Reloj, no marques las horas”. A mí me provocó una cosa fea (se toca el pecho). Cuando la sacaron a Isabel Martínez, mi marido lo festejó dentro de la casa y él lo cuestionó: “Viejo, no sabés de lo que hablás. Se dice que ahora habrá matanzas, de todo. Pensar que las madres van a huir al desierto y el dragón les va a quitar los hijos”. El predijo esto.
Los domingos nos pedía dinero y se iba con dos chicos a los barrios pobres, hacían mate cocido, les daban facturas y criollos a los chicos en las villas miseria. Un día cayó el Ejército a caballo y les tiró la olla. Miguel me confesó: “Sentí un dolor tan grande cuando los chiquitos lloraban porque se quedaron sin nada”. Mi marido era militar retirado, al que habían perseguido mucho por ser peronista.
-¿Obtuvo algún dato o indicio de cuál fue su destino?
-Nunca. Aráoz me pidió un tiempito para averiguar, comentando que se tuvo que ir, que lo había salvado (el por entonces cardenal) Primatesta y luego me confirmó que fuerzas conjuntas se llevaron a mi hijo. Les pregunté qué eran las fuerzas conjuntas y me dijo que era el Ejército, la Marina y la Armada. No supe nunca más nada. Muchas madres saben, pero nosotros no. Aráoz me reveló que nuestra casa había sido marcada, que los parapoliciales pasaban por los barrios y marcaban casas.
-¿Tiene esperanzas?
-Después de 38 años tengo esperanzas de que se encuentren los huesos (se quiebra. Pausa). Tengo 85 años, voy a luchar hasta último momento. El no militaba, pero era peronista como su padre. En una ocasión el “Chiche” Aráoz me convocó y me planteó una oferta: el general Bergés, mano derecha de Menéndez, nos pidió el nombre de cinco chicos a cambio de saber algo de nuestro hijo. Esto quiere decir que él sabía dónde estaba. Me afirmó que se encontraba con vida. Les contesté: “A mi hijo quiero mirarlo de frente porque sé que no ha hecho nada malo en la vida. Y si ha hecho algo malo, pienso que tenían toda la autoridad para entrar por la puerta principal”, sin matarme a una perrita chiquita, de color blanco, a la que reventaron a patadas. Ladraba mucho. Y no robaron nada. Le reiteré que a mi hijo quería mirarlo de frente y me contestó que lo pensara. A los días fuimos nuevamente y él le informó a mi marido que no íbamos a saber nada si no dábamos nombres. Le dije a Aráoz: “Mentir, no voy a mentir. No voy a nombrar a cinco jóvenes porque sí”. Entonces me respondió: “Tenga cuidado que usted tiene dos hijos más y pueden aparecer colgados por cualquier lado y nadie será responsable”. No tuvimos más comunicación con Aráoz, no lo hallamos más. En su momento me dio el nombre de quien estaba sin capucha y me pidió que no lo revelara porque nos iban a matar. El sabía donde estaba mi hijo o nos mintió.
Cuello llegó a Madres cuando sólo eran cinco o seis integrantes, allá por 1977. “La gente pasaba y nos insultaba. Una vez nos tiraron piedras, nos decían que nuestros hijos eran guerrilleros. Después se fueron sumando madres”, rememoró. “Primatesta también estaba en contra nuestro y, según un escrito, un cura párroco aseguró que no cabía duda de que Primatesta era responsable, porque había pedido una lista de chicos supuestamente para protegerlos”, aseguró.
-¿Tuvo temor durante esos años?
-Sí. Iba seguido a Buenos Aires para averiguar y una noche en que viajaba me di cuenta de que me vigilaban. Era perseguida. Fui a ver al vicecomodoro Bengolea y al tiempo me confirmó que me seguían. “Tenga cuidado, no sé por qué no desapareció esa noche”, me advirtió. Bengolea fue muy bueno. Había muchos que no estaban en esto de secuestrar a chicos.
En una ocasión, ya en democracia, Cuello debió atender a Menéndez en una Feria del Libro. “Me dijo ‘a todos estos libros yo los tengo’”. María asiste a todas las marchas del 24 de Marzo en Córdoba, aunque por su edad “me tienen que estar llevando”. “A La Perla hemos ido. Lo que no quise ver son los calabozos. Mi marido no ha querido ver”.
-¿Qué análisis hace de los juicios que se han desarrollado en los últimos años contra los responsables del terrorismo de Estado?
-La Justicia, para mí, es muy lerda, muy lerda.
-¿Qué sentimiento le despiertan quienes se llevaron a su hijo?
-Primero, sentí mucho odio. Ahora quiero que se haga justicia, pero justicia como la están haciendo. Menéndez está preso, Videla murió... (repasa). Lo que más contenta me puso fue cuando le quitaron los grados. Deseo que cumplan su condena, ya son hombres grandes. Pido saber por lo menos adónde estuvo mi hijo. He conversado con personas que han estado en La Perla y nadie lo vio. El era muy solidario, siempre caían chicos del barrio a casa. Teníamos una frutería muy grande y él sacaba para los demás. Yo le decía “hemos puesto la mejor fruta adelante y vos la sacás”. El me contestaba “cuando se da, no se da lo peor”.
Texto: Diego Bengoa
Fotos: Roberto Zayas