Por
El Peregrino Impertinente
El nombre Saldán recuerda a épocas en las que antes de tomar un jugo había que persignarse tres veces, por temor a que el ácido y violento brebaje pudiera causar embolia cerebral. Pero también remite a la localidad vecina a Córdoba capital, que entre sus laureles guarda el orgullo de haber alojado al mismísimo Don José de San Martín “Sí, efectivamente. Eso fue hace como dos mil años, antes de que el general cruce el Champaquí montando un rottweiller”, dice algo mareado un viejo parroquiano, tremendo el barandón a jugo que carga.
En fin, que San Martín sí estuvo en Saldán, aunque en la previa de sucesos más verídicos. Corría el meridiano de 1816, cuando invitado por un amigo, se quedó a estirar las piernas en la Estancia de Luis de Tejeda. Enfermo y con algunas dolencias, le dijeron que los aires de Córdoba le sentarían bien. Lo que no le avisaron fue lo de los friazones de julio. Apenas experimentó lo gélido del asunto, el padre de la Patria se enojó muchísimo y mandó a su amigo a buscar leños, y la gran colcha de su madre.
Lo cierto es que al de Yapeyú el descanso no sólo le sirvió para recuperarse de sus problemas de salud, sino también para planear lo que sería el cruce de los Andes. Nunca había estado en la cordillera: “Y, ¿viste acá los cerros estos? Bueno, multiplicalos por 20”, le explicaron los baqueanos de la zona, y a San Martín le dieron ganas de instalarse en Saldán a regentear una casa de té.
Pero lejos de caer en la tentación, siguió imaginando su hazaña. Muchas mañanas y tardes las soñó allí, justo debajo del nogal del que hoy sólo queda un tronco seco. “¿5.000 metros de altura? ¿Me estás jodiendo? J.D.S.M”, reza una inscripción tallada sobre la madera.