Especial para
EL DIARIO
Cuando el calendario marca a febrero, las luces apuntan a Gualeguaychú, sede del Carnaval más grande del país. Pero no sólo de eso vive la ciudad entrerriana, que durante todo el año ofrece su rostro amable y bonito. Fundamentalmente cuando lo cálido hace de las suyas y en el límite con la República Oriental del Uruguay invita a disfrutar de un río vital, márgenes radiantes y un surtido de actividades para acercar a los viajeros.
Con sus 100 mil habitantes, su peatonal, su andar de los llanos e incluso su estatus socioeconómico, la capital departamental tiene algo de Villa María. Aunque aquí el cuadro está potenciado, sobre todo a partir de una costanera mucho más desarrollada, con una completa infraestructura de servicios sin descuidar lo natural y unas playas que no le envidian nada a nadie, porque arena y agua hay de sobra, y visuales esplendorosas también. El resto lo pone la abundante vegetación y una atmósfera a litoral que inspira.
El paseo comienza por la costanera, es ley. Por dónde más, con lo reluciente del rincón, el caudal del río Gualeguaychú desfilando en curva y contracurva, en un paseo que es intenso en follaje, y que a los lados muestra interesante movimiento, de la mano de restaurantes, hoteles, cafetines, bares y emprendimientos del rubro entretenimientos (como el casino). A la otra orilla se ven los sauces, los ceibos y hasta las palmeras. Las ganas de cruzar las alimenta el puente Méndez Casariego, que lleva al célebre Parque Unzúe. Allí, la Mesopotamia llega mediante frondosas arboledas, monte nativo, Reserva Florística, avistamiento de aves (hay más de 250 especies en la región), los ñandúes y los patos. El patrimonio se extiende hacia el sur por el llamado Camino de la Costa, potenciando la oferta a medida que se aleja de la urbanidad y se acerca al campo, donde además existen emprendimientos rurales para pasear a caballo, aprender de las granjas y cultivar vida telúrica.
De vuelta en la costanera, la conexión Gualeguaychú-río se hace explícita en el paso de las lanchas, de los pescadores, de los kayaks y de los catamaranes que ofrecen paseos por la zona. Las embarcaciones descansan en el pequeño y pintoresco puerto local, lugar en que la caminata se cruza con maquinaria antigua (grúas y etcéteras). El conjunto configura un museo al aire libre de suelo adoquinado y pasarelas bien pitucas, a tiro de piedra de la isla Libertad y sus verdes ropajes.
Agraciados balnearios
Con todo, las estrellas del convite siguen siendo las playas. Importante el porfolio que se extiende a en los bordes de la ciudad y sus adyacencias. Una veintena de balnearios (varios de ellos con camping), que se despliegan a la vera del río Gualeguaychú y del más copioso Uruguay, e incluso del arroyo Gualeyan. Los hay para la familia, para jóvenes con ganas de fiesta y para los dedicados a la simple contemplación del sol y la saludable prosa de Entre Ríos.
Otra forma de chapuzón la proporcionan los dos complejos termales locales.
Pero si los ánimos vienen con sed de continuar explorando el mapa, recomendable resulta la visita a las construcciones que corporizan el patrimonio histórico municipal. Destacan en la oferta sitios como el majestuoso Palacio Clavarino, el Teatro Gualeguaychú, la Catedral San José (de mediados del Siglo XIX), la Azotea Lapalma, el Solar de los Haedo, la Casa de Andrade y el Museo Ferroviario.
También a pasitos del centro surge el Corsódromo. En cada noche de Carnaval, el estadio reúne unas 30 mil personas en delirio festivo, sorprendentes carrozas y trajes de mil colores. A la espera del evento que le multiplica las sonrisas, Gualeguaychú convida con su repertorio de primores.