Son pequeños espacios que guardan reliquias, a la espera de un cliente gustoso de lo añejo, pero con el dinero y el convencimiento suficiente como para pagar algo que tiene, a veces, más de cien años.
Las casas de antigüedades en Villa María coinciden al asegurar que hay mucha gente en la ciudad que le pone el ojo a algún objeto o mueble anticuado, pero que al mismo tiempo son pocos los dispuestos a pagar el precio que realmente vale.
Y así es como “sobreviven”, algunos desde hace muchos años, otros prácticamente nuevos en la ciudad.
El primer caso es el de Daniel Larroque, de la casa de antigüedades que lleva su nombre, quien hace 33 años está en el negocio en la ciudad. “El problema de este negocio en la ciudad es que el mercado es muy reducido”, explica, y afirma que “si pusiera una casa exclusivamente de antigüedades, venderíamos, pero no bien”.
Por eso es que, al igual que la mayoría, lo que se pensó como un espacio para exponer y vender objetos con cierta relación histórica de un buen caudal de años, termina mezclándose con una compraventa. “Entonces necesitamos tener garrafas, camas, heladeras, cocinas… cosas de uso diario, y nosotros optamos hacer una división para separar todas las antigüedades.
“La gente entra, mira, da vuelta, le llama la atención, por curiosidad, porque no siempre se ven cosas de hace cien años, y se van”, describe sobre una rutina que ve diariamente en quienes son sus potenciales clientes al entrar al negocio.
Desde Antiguedades Avila, que abrió sus puertas en la ciudad hace 2 años, consideran que “sí hay un sector, un tipo de gente, de todo tipo de realidad económica que se interesa, pero acá las cosas buenas no te la quieren pagar, en Mar del Plata tenemos la casa principal y se vende bien”.
Por eso, creen que “es importante tener muebles y objetos de todo tipo y de todos los precios en condiciones, porque es como todo, depende de cómo esté la situación económica general”.
Larroque grafica la realidad de sus comercios de la siguiente manera: “A mí me gusta un BMW, pero no tengo el dinero y tengo que comprarme otro autito que ande. Con las antigüedades es igual, a muchísima gente le gusta, pero no llegan con el dinero”. Para Daniel, “el 50% de la gente está interesada en este tipo de objetos”, pero para muchos “pagar dos mil pesos un adorno, es la mitad del sueldo”.
Una búsqueda constante
El cura sueña con acostarse a dormir y levantarse siendo Papa, nosotros nos acostamos pensando que mañana va a aparecer alguna pieza única”. Las palabras de Larroque dejan en claro lo que significa la búsqueda constante que mantienen para llenar sus vitrinas.
“En 33 años hicimos todo: hace 25 años salimos a los campos explicando lo que hacíamos y nos contaban de las cosas que tenían, pero nos decían que éramos los cuartos que íbamos. Años atrás salíamos a todos los pueblos y tocábamos timbre puerta por puerta, pasa que no todos te abren y a lo mejor en esa casa hay cosas y serían vendedores, pero llega un momento que te cansás”, detalla Daniel.
En Antiguedades Avila la cosa es distinta. “Traemos las cosas desde distintos puntos del país, obtenidos en remates judiciales o mobiliarios de la costa. En Bahía Blanca, Pinamar, Mar del Plata, Cariló… Ahí hay más cosas porque hay chalets importantes en donde, por ejemplo, fallecen los abuelos y se desprenden de las cosas, mucha gente no le interesa o no le dan importancia a lo que tienen ahí, y nosotros estamos en una búsqueda constante”.
Larroque explica que en la ciudad no es fácil encontrar este tipo de piezas. “Me alcanzan las dos manos para contar las estatuas de mármol que puede haber en las familias de Villa María, por ejemplo, porque es una ciudad nueva, moderna y chica, que se agrandó en el último tiempo”.
De todas formas, concluye: “Si tenemos que hacer un balance, consideramos que con este negocio nos ha ido muy bien, no llego a un BMW, pero vivo bien”.