Nunca se sabrá si las fotos de José Anselmo Pérez pertenecen al periodismo documental o a la composición lírica. En todo caso, su autor no nos da ninguna pista. “Cuando era corresponsal de prensa de La Nación siempre buscaba la factura artística, que la foto tuviera una importancia estética por encima de la circunstancia”, comenta. Y a propósito, relata una anécdota del año 74 por demás elocuente. “Me mandaron a cubrir un partido a la cancha de Talleres y a los pocos días veo en la recepción del diario en calle Ituzaingó una foto bárbara. El arquero estaba suspendido en el aire. Sólo se le veía la cabeza y los pies. Entonces pregunté quién la había sacado. ‘No te hagás el modesto que sabés que fuiste vos’, me dijeron. Pero yo no me acordaba, no sólo porque nunca me especialicé en deporte, sino porque en esa época metía el rollo en un sobre y lo mandaba a Buenos Aires sin revelar”.
Quizás este hecho sirva para ilustrar el modo en que una foto documental, en mano de Pérez, pasaba a ser artística. Pero también pasaba a la inversa, que sus fotos más personales (de una delicadeza y depuración dignas del arte zen) pasaban a ser documentales; como la parte trasera de su casa (“Rincón soleado”) o la castañuela partida de un jacarandá sobre su mesa (“Semillas”). Y en este sentido, el fotógrafo RES (Raúl Eduardo Stolkiner) tiene mucha razón cuando escribe a propósito de la obra de José, “Nada más abstracto que la realidad”. Sin embargo y más allá de la paradoja entre realidad y ficción (acaso más digna del cine o la literatura), estamos en la Fotogalería del Campus donde esta eminencia de 80 años (66 años de oficio y cerca de un millón de negativos en su haber) presenta su muestra “La fotografía como excusa. Oficio, memoria e identidad”, acaso la más importante que se haya colgado en este espacio desde que se inaugurara en abril de 2013.
-Carlos Alonso, Carlos Páez Vilaró, Antonio Seguí, Celso Amici, parece que ha retratado una buena parte de la plástica argentina.
-Sí, la mayoría son amigos personales. Me buscaban para hacerles las fotos de catálogos.
-El retrato es una especialidad suya, ¿cómo se inició?
-A los 16 años. Me acuerdo de que un muchacho que estudiaba Abogacía y quería mandarle una foto a su padre, me llamó. Yo le puse una Biblia y otros libros más bajo el codo para que se afirmara. El otro día encontré esa foto y la estuve mirando. Me pareció muy buena, pero me costó acordarme cómo la había hecho.
-Por lo visto, en la muestra prefiere el blanco y negro, ¿cuál es la razón?
-La diferencia entre el blanco y negro y el color es como una mujer en paños menores y una vestida. En el blanco y negro se ve la línea pura, como la mujer sin vestido ni pintura. El color, en cambio, es como la ropa de salir. Es la misma diferencia entre el grabado y la pintura.
-De todos los retratos de la muestra, ¿cuál prefiere?
-El de Antonio Seguí. Me acuerdo de que cuando le hice esa foto estábamos conversando y de pronto le digo “quedate quieto”. Así que le saqué la primera foto. Y cuando hice la segunda, se movió. La foto ya no era la misma y entonces no insistí. Hay mucha riqueza de contrastes en el ojo derecho; pero a todo ese matiz lo logré revelando en mi laboratorio un día entero. Me acuerdo de que mucho tiempo después lo fui a visitar a su casa de Saldán y vi que tenía la foto colgada en la pieza. Le pregunté: “Che, Antonio, ¿quién te hizo ese retrato?”. “No me acuerdo, creo que un fotógrafo de París”, me dijo (risas).
-Hay una foto suya muy famosa aquí, la llamada “17 de Octubre de 1971”.
-La saqué de arriba de un camión. Se cumplía el Día de la Lealtad Peronista y había una manifestación en la calle. Nosotros estábamos de paso y alcancé a sacar esa sola. Entre todos los rostros borrosos aparece nítida una foto de Evita, sostenida por las manos de una mujer trabajadora cuya cara no se ve. La foto se volvió un símbolo sin quererlo.
-Sin embargo, su ícono es el Falcon abollado que tituló “El Minotauro duerme”. ¿Cuándo la hizo?
-Fue a fines de los 70. Por esos tiempos todos estábamos con la psicosis de los Falcon que usaban los militares para secuestrar personas. Me acuerdo de que pasé por una cochera y vi justamente uno abollado. Y como no quería que lo identificaran, lo fotografié sin la patente. Me gustó el encuadre, la escalera de mármol y sobre todo la sombra de la reja que de alguna manera era símbolo de la prisión, del encierro clandestino. De esa foto hice sólo dos copias, la que estás viendo y otra que me compraron. Y no quiero hacer ninguna más.
-¿Por qué?
-Para no despertar precisamente al Minotauro. Porque en la mitología, el Minotauro era un monstruo que mataba jóvenes. Con esta foto sólo quiero que nos acordemos de que en nuestro país los Minotauros sólo están dormidos. Y para que no se despierten no tenemos que reproducir fotos, sólo conservar la memoria.
Iván Wielikosielek
-Especial UNVM-
