Arquitecto y exmiembro de la Junta Municipal de Historia, Carlos Pajón fue el impulsor en 1996 de la puesta en valor de casas y edificios de la ciudad.
Su proyecto consistió en colocar los actuales carteles que informan sobre la fecha de construcción y estilo de las principales obras de Villa María. A casi dos décadas de esa iniciativa, Pajón habló del curso que ha tomado la urbanización en Villa María, de su actual concepción del patrimonio y del dolor que le causa ver la demolición del ex-Colegio Mariano Moreno.
Quizás no haya una mejor aproximación a Carlos Pajón que empezar describiendo el vestíbulo de su casa. Allí, en un pequeño rectángulo de tres por cuatro, pueden encontrarse verdaderas joyas del arte y el diseño del mundo entero, así como una pequeña biblioteca antigua con la colección de La Nación para el Centenario, un alargado banco colonial o unas cajoneras de cedro barnizado.
En los estantes, campanitas de bronce de Alemania alineadas como pequeñas cúpulas son custodiadas por dos guerreros chinos de terracota. Y en las paredes cuelga lo que para este cronista es el máximo tesoro de la casa: dos íconos rusos pintados a mano, certificado de la altísima religiosidad de un pueblo.
Ese vuelo rasante por el ambiente más externo de la casa del arquitecto viene a decirnos que el hombre es tan amante del arte como del patrimonio y que, además del título que lo faculta para hablar de ambos rubros, no ha dejado de pensar en sus Villa María y Villa Nueva natales desde San Petersburgo o Nueva York. Y así, con motivo de los edificios más emblemáticos que milagrosamente aún se levantan a orillas del Ctalamochita, comienza esta charla.
-Algunos miembros de Patrimonio Municipal sostienen que “no tenemos que atarnos al pasado” y avalan la demolición de casas centenarias. ¿Qué piensa usted, Carlos? ¿Hay que “voltear para ser modernos”?
-Esa opinión es completamente opuesta a la mía. Yo creo que a todas las obras arquitectónicas antiguas, lejos de voltearlas, hay que cuidarlas con mayor dedicación. Sobre todo porque las nuevas generaciones no tienen un vínculo especial con ellas. Y como muchas veces los jóvenes no saben lo que significan, hay que enseñarles. Valorar esa arquitectura es, precisamente, valorar una identidad. Los chalés normandos o las casonas del período neoclásico que tienen Villa María y Villa Nueva no las tiene Río Cuarto. Yo he vivido allá muchos años y no existe esa riqueza. Ellos tienen otras cosas, pero no casas como la de Pereira y Domínguez; esas son nuestra marca.
-¿Hay determinados estilos que son prioritarios a la hora de conservar?
-Yo defendería, antes que nada, lo primero que se construyó cuando Villa María se desarrollaba con el ferrocarril, es decir, las obras neoclásicas, las ferroviarias y las italianizantes. No sólo las de acá, sino también las de Villa Nueva. Asimismo, conservaría las esquinas sin ochavas. Hasta hace un tiempo quedaban varias, pero ahora debe haber dos o tres. En cuanto a estilo puro y antiguo, una de las casas más relevantes que aún quedaban en pie era el colegio Mariano Moreno. Pero sufro mucho al ver cómo lo están destruyendo. No era sólo una casa vieja, sino la obra de una artista. Y la marca de ese arte estaba en todo: interiores, diseños de la fachada, cornisas....
-¿Qué se debió hacer con el Mariano Moreno?
-Según mi opinión, ese edificio debió ser comprado por el municipio para conservarse y hacer allí el museo de la ciudad. Siempre lo dije. Pero como no tengo poder político, no puedo influir en nada. Esa casona era el lugar ideal porque al haber sido un colegio, tenía ambientes grandes. Y ahí debieron haberse puesto los documentos fundacionales de la ciudad junto al mobiliario antiguo. Otro edificio que deberían haber conservado es la esquina de Buenos Aires y Mitre, que ahora es el edificio Zeus. Era una casa de ramos generales muy antigua, la de los Rodríguez Cías. Pero sólo le han dejado una especie de cáscara.
-¿Lo han consultado por esas obras o por otras de la ciudad?
-Yo estuve un tiempo trabajando en la Municipalidad, pero no con un cargo, sino como parte de la Comisión del Museo Bonfiglioli en los 90 y en la Junta Municipal de Historia hasta el año 2005. En ese tiempo me preguntaban, sí, pero después que hacían el arreglo económico, no me tenían en cuenta. Lo mismo pasó con el Cristo de la costanera. Tenía un proyecto para conservarlo y ponerlo en valor debido a que es una hermosa obra racionalista construida en tiempos del intendente Deiver. Propuse la creación de una capilla en el espacio interno, pero nunca se hizo. Sólo pusieron unos baños que eran un desastre. Ahora no funciona nada, ni el baño ni la capilla.
Casas marcadas
-¿Cómo nace su iniciativa de poner los carteles informativos en las casas antiguas?
-Fue en la época que tuve un poco de injerencia municipal, durante la Intendencia de Veglia. Hice un relevamiento de todos los edificios importantes de la ciudad, los que, según mi visión, debían ser conservados. Me costó mucho elegir porque no podía poner tantos. Y de cada cuatro que marcaba, me pedían que dejara uno solo. Gracias a ese relevamiento, se pusieron los carteles como un modo sencillo de preservación, un mensaje a las generaciones del futuro que decía “¡Por favor, no volteen esto!”. Yo fundamenté el porqué debían ser conservados todos, pero muchas de esas casas sin cartel ya fueron tiradas.
-Además de las casas de estilo clásico, la ciudad cuenta con viejas construcciones de ladrillo visto, como la de avenida Dante Alighieri y bulevar Cárcano. ¿Qué valor tienen para usted esas obras?
-Las casas de ladrillo que decís vos también son parte de nuestra identidad y de nuestra historia. Quienes las hacían las dejaban así no porque no tuvieran plata para revocarlas, sino porque era la moda. Si te fijás, estaban muy bien terminadas y con un trabajo de ladrillo visto excelente hecho por albañiles europeos; además de las fabulosas rejas en las ventanas. Esas casas también deberían tener un cartelito para ser preservadas.
-Pasando a la ciudad vecina, ¿a qué se debe que Villa Nueva no invierta en arreglar sus casas antiguas como ese fabuloso hotel abandonado en calle Deán Funes?
-Esa casa que vos decís es la de Manzanares y aún guarda azulejos originales. Es una joya del mismo tiempo del Mariano Moreno. En cuanto a la falta de arreglo, debo decirte que en eso a Villa Nueva la justifico más; no sólo porque no tiene el presupuesto de Villa María, sino porque tras las inundaciones, quedó por el piso. A la gente le costó mucho volver a vivir ahí. Las casas que tuvieron cimientos más sólidos no se cayeron, pero otras quedaron muy mal. Y muchos prefirieron hacerse una vivienda nueva en Villa María. Mantener un edificio antiguo cuesta locura. Y restaurar también quiere decir “hacer de nuevo” muchas cosas.
-Es difícil encontrar una ciudad en la provincia con tanta cantidad de casas antiguas y de tanta belleza como las de nuestra Villa Nueva...
-¡Y había muchas más! Ahora sólo quedan en pie un ochenta por ciento de las que relevé. He visto con dolor que a algunas las han volteado o han desaparecido. Hace un tiempito, el hijo del pastor Sommerville, que era de Villa Nueva y vive en Estados Unidos, vino con una excursión de norteamericanos y me llamaron para ayudar con la guía. Y era increíble ver que los turistas no paraban de sacar fotos de las casonas. ¡Estaban fascinados porque veían el neoclásico perdido en la pampa!
-En una revista de la Asociación Española del año 32, aparecen el chalé Scopinaro, la Casa España y la Plaza Ocampo como las “maravillas arquitectónicas” de la ciudad. ¿Por qué no hubo obras de esa calidad después?
-Porque el mayor esplendor arquitectónico de Villa María se cortó en los años 40 con el período militar y la crisis del 30. Podríamos decir que hasta el 30 tuvimos casas de un estilo fabuloso, las coloniales o italianizantes, el período ferroviario y el neoclásico. Después de los 40 vino el estilo industrial y, como obras de buena factura estética, algunos chalés normandos.
-¿De dónde sale el estilo de esos chalés y del Palace, siendo que pocos años atrás se priorizaba el estilo colonial?
-Era el estilo que estaba de moda en los balnearios de Europa y los argentinos de mucho dinero que por ese entonces viajaban a Suiza o Normandía, se traían no sólo arquitectos, sino también albañiles y a veces hasta los materiales. Era la belle époque que se volvió moda en Buenos Aires. Y gracias a esos pudientes, tenemos nuestra pequeña belle époque acá.
-¿Cómo ve el Palace en tanto edificio municipal? ¿Piensa que fue bien restaurado?
-La compra del Palace por el municipio fue una pegada tremenda. Primero, porque lo compraron barato, ya que la empresa que lo administraba se lo quería sacar de encima para no gastar en mantenimiento. Segundo, porque el Palace es de un fabuloso estilo neocolonial, como la Caja de Ahorro de Córdoba. Es el plateresco español del renacimiento traído a América. En cuando a la restauración, está bien, aunque podría haber sido mejor.
-¿Cómo es eso?
-Si nosotros fuéramos severos como lo son los europeos, nos habríamos tomado un par de años antes del traslado. Pero acá somos muy criollos e improvisamos todo el tiempo. Y entonces dijeron: “Acá sacamos las arañas antiguas y ponemos la oficina de rentas”. Si a la transición la hubiesen hecho con más tiempo, se hubiera destruido menos la arquitectura y al edificio lo hubieran puesto en valor. Pero hubo roturas...
-Como los huecos para aparatos de aire acondicionado...
-Exactamente. Debieron pensar en otro sistema de refrigeración que saliera por el techo y no agujerear la fachada. Pero fuera de eso, el edificio está bien. En San Petersburgo hay casonas que por fuera están iguales que en tiempos del conde Orlov, pero entrás y son como una casa espacial.
-La pregunta del millón, Carlos: ¿qué se tiene que hacer con la Placita Ocampo?
-Hay que restaurarla y mantenerla cueste lo que cueste. Las molduras, los contornos y el trabajo de la casa antigua sobre calle Sabattini son una verdadera joya.
-La Placita, además, fue concebida como espacio verde. ¿Piensa que también se debe preservar en ese sentido?
-Totalmente. La planificación de Villa María que hizo don Santiago Echenique, el urbanista traído por Manuel Anselmo Ocampo, es de vanguardia absoluta; no sólo por el gran tamaño de las calles y las veredas, sino por haber previsto los espacios verdes que aún hoy tenemos. Todo fue pensado para que se extendiera una gran ciudad, lo que inevitablemente iba a pasar teniendo en cuenta que este ya era un polo muy importante. Pero a las gestiones posteriores les interesó el negocio y han autorizado loteos donde no se ha cumplido la reglamentación básica.
-¿Cómo cuáles?
-Cada barrio, por ejemplo, tiene en todo plano urbanístico un porcentaje para edificación y otro para espacio verde. Y eso no se ha cumplido nunca. A tal punto que las calles de las ampliaciones de Villa María son más angostas que las originales del centro, al revés de otras ciudades, como Río Cuarto, donde el centro es angosto, pero lo nuevo es amplio.
-¿Cómo ve a Villa María creciendo en altura?
-Me encanta ver a Villa María con edificios. Algunos son muy lindos. Pero cuando escuché que iban a regular la altura de los edificios en la costanera, no estuve de acuerdo. Yo creo que una ciudad es como un bosque donde hay árboles de todos los tamaños porque la naturaleza así lo quiere. Los edificios deben ser variados. El concepto de querer regular cada altura es un concepto atrasado que se tomó de la Europa del Siglo XIX. Además, acá no tenemos problemas sísmicos. Y si a una constructora se le ocurre hacer un rascacielos, ¡que lo haga! Siempre que el lote sea adecuado con el ancho y la profundidad. La belleza de las ciudades como Nueva York o Chicago se debe a que han surgido espontáneamente, sin condicionamientos de ningún tipo. Y las casas, los chalés y los edificios más bellos de Villa María, también.
Iván Wielikosielek
Casa Manzanares en Villa Nueva, una joya del neoclá́sico en franco deterioro hace varios añ̃os
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