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9 de Noviembre de 2014
DESTINOS/Marruecos/Marrakech
Emblema de lo exótico
La ciudad más visitada del país configura un despliegue de postales insólitas y atrapantes. El aura ancestral de su fabulosa medina y el carácter que le imprime su gente
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 Por Pepo Garay
  Especial para EL DIARIO
 
Cuando uno piensa en bazares y especias, en mezquitas y terracota del Africa del norte, en dejos mil y una noches, piensa en Marrakech. La ciudad-emblema de Marruecos gana fama en los cinco continentes a partir de un patrimonio notable, de reminiscencias imperiales y exóticas postales. La mayor parte de ambas vertientes la configura el sector amurallado, casco antiguo o medina que le dicen, una de las más grandes del mundo. Allí radica la esencia del millón y medio de habitantes, mezcla de culturas árabes y bereber, y pasión del viajero. 
Nacida en el devenir del Siglo XI por obra y gracia de los almorávides, Marrakech se planta orgullosa en la aridez y los calores del centro-oeste del país, en las cercanías de la cadena montañosa del Atlas, 600 kilómetros al sur del Estrecho de Gibraltar y por lo tanto de Europa. Lo hace mostrando un rostro que, a pesar de algunos maquillajes dedicados al turismo, continúa siendo bien auténtico y por ello permite la inmersión en lo atrapante de sus realidades.
En ese sentido, lo vital (ya se dijo) lo materializa la medina, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Una sorprendente ciudadela que se perfila entre ancianas construcciones e incontenible movimiento popular, el que le impregnan hombres en túnica blanca y mujeres con pañuelo a la cabeza o burka (el traje que les cubre absolutamente todo el cuerpo, cara y cabello incluido), y que explota de carácter merced a los mercados (o zocos) y a los rincones dónde cada mortal se gana el pan como puede. Orfebres, fabricantes de alfombras, maestros del arte textil, domadores de ratas, adivinos y saltimbanquis de mil oficios y talentos defienden su puesto en las calles (todas peatonales), rodeados de bellezas y necesidades. 
 
Adentro y afuera
El epicentro del asunto es la plaza Yamaa el Fna, una enorme explanada de cemento muy abierta al cielo, en la que además de los artistas callejeros, sobresalen los toldos de los vendedores de jugos de naranja (el mejor antídoto contra los 40 grados) y los de platos típicos, como el tangine (guiso con carne de vaca o pollo, verduras y aceitunas, hecho en recipiente individual de barro cocido). En las adyacencias del espacio público, edificios ilustres salen al encuentro con los ojos y la admiración. Entre ellos la impresionante mezquita de Koutoubia y su torre (el mayor de los muchos templos locales: hay que ver el hormiguero de gente que convoca en sus cinco llamados diarios al rezo, sobre todo el del atardecer), los palacios Badi (Siglo XVI), Real y Bahía; la Mederza Ben Youssef (escuela de estudios musulmanes) y las Tumbas Saadies (de fastuosas ornamentaciones, el edificio del Siglo XVI hospeda más de 100 tumbas de sultanes, guerreros y otros hombres importantes de la dinastía saadí).
Todavía en el interior de la ciudadela, vale la pena perderse por estrechos pasadizos con gusto milenario, donde la gente humilde habita en casas de enorme valor histórico. También contemplar las puertas (o Babs), radiantes de estilo almorávide, que conectan con la Marrakech del Siglo XXI. 
Ya del otro lado de las murallas, aparece el Jardín de la Majorelle (nombre que viene de la época de la colonia francesa). El contraste es cortesía de los hoteles múltiples estrellas, coquetos restaurantes y McDonald’s que propone la avenida Mohamed V (así bautizada en honor al abuelo del actual rey de Marruecos, Mohamed VI). 
Con el sol de eterno acompañante, la caminata continúa para ver cómo luego los bulevares se tornan amplios y hasta espectrales, cantidad de viviendas palaciegas y tonos entre anaranjados y marrones a los costados. Algo de desierto se adivina en el andar; la sequía circundante, las palmeras y los camellos que sirven a la excursión, de prueba. Tras el paseo extramuros, será mejor volver a la medina y saborear en nueva cuenta los verdaderos encantos de Marrakech.

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