Mucho se ha escrito sobre la caída del Muro de Berlín y con ella la derrota definitiva del capitalismo de Estado en que había devenido, burocratización mediante, la revolución bolchevique. Ese acontecimiento desencadenó un fuerte retroceso mundial de las izquierdas y la transformación de la socialdemocracia europea en neoliberalismo, como lo demostraron sus últimas experiencias de gobierno, en España primero y en Francia hoy.
La década del 90 no hubiera sido homogéneamente liberal si Moscú no le hubiera dejado el camino despejado. El sentido común impone una pregunta: ¿por qué el desmoronamiento de un régimen ya deteriorado, y no necesariamente progresista, produjo esos efectos? La explicación no es difícil: porque una cosa era la bipolaridad a que obligaba la guerra fría, con sus respectivos campos de influencia bien delimitados, y otra el capitalismo unidireccional impuesto por el Consenso de Washington tras la caída del régimen soviético. La no comprensión de esa diferencia nubló el análisis de numerosas personas en todo el mundo y también en la Argentina, en particular, de los herederos de Trotsky.
Andando los años se vería cómo la infección liberal penetraría partidos de vieja raigambre nacionalista y popular como el peronismo en la Argentina (vía Menem), el varguismo en Brasil (Cardoso), el socialismo en Chile (pos-Pinochet) o el nacionalismo en Perú (desde el segundo Gobierno de Alan García en adelante).
Durante esa década la socialdemocracia europea, alguna vez heredera de la tradición marxista, se vería desbordada por el liberalismo privatista, por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y caería bajo el dominio político y económico del dólar. La rosa se marchitó y en el puño sólo quedaron espinas.
A partir de la caída del Muro, un audaz profesor de la Universidad de Columbia se animó a pronosticar “El fin de la historia” en un libro que tendría un éxito tan desconcertante como inmerecido. Aunque andando los meses el bluf quedó al descubierto, el papelón no pudo ocultar el sentimiento que movió a su redactor, compartido por miles de lectores: a partir de ese momento el mundo tenía un solo dueño. ¿La historia queda anulada o, como el coronel de García Márquez, no tiene quien la escriba?
Al margen de las sandeces del profesor norteamericano, poco después América Latina iniciaba un proceso progresista de desarrollo inclusivo que se manifestó en la Argentina (Néstor y Cristina), en Brasil (Lula-Dilma), en Bolivia (Evo), en Chile (Bachelet) y en Uruguay (Mujica). Políticas de estímulo al mercado interno, de protección del empleo, de extensión de la educación y la salud mostraron que había otro camino, así como diversos planes sociales permitieron revertir los estragos liberales de la década anterior. Evo y Dilma ya obtuvieron nuevos mandatos; el Frente Amplio uruguayo lo hará en las próximas semanas. A fines de 2015 la Argentina tendrá un nuevo gobierno.
Ciertamente, aún queda una historia importante por escribir: la del socialismo que no fue.
Norberto Colominas,
periodista, integrante de Comuna