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18 de Noviembre de 2014
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Los lectores también escriben
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Bases para un nuevo cooperativismo
 
Para poder dar una respuesta satisfactoria y productiva a todas las insuficiencias e irregularidades que el cooperativismo actual presenta, ya no serán suficientes -por expertas que fueren- reformas legales o programáticas, sino las reformas paradigmáticas, es decir, la reforma del pensamiento e ideario cooperativo,  afrontando con contenidos adecuados los nuevos desafíos de la educación cooperativa en un mundo complejo.
Consecuentemente, por muchos mecanismos legales que se establezcan, a la postre, todo termina por hacerse y construirse conforme a los cánones de la pésima rutina parlamentaria y de la arbitrariedad encubierta en las decisiones de los mandarines administrativos cooperativos.
Hay que salirse entonces y/o descentrarse de las ópticas apáticas, burocráticas y mercantilistas que lo subordinan todo al capitalismo y a la administración, para poder encontrar nuevas luces y propuestas que hagan posible la emergencia de un nuevo cooperativismo más acorde y coherente a las nuevas necesidades sociales. 
No se trata de un deseo idealmente gestado a base de lírica y romanticismo, sino de una necesidad práctica que se presenta en la vida real como problema, dificultad, anomalía o necesidad y que, ineludiblemente, hay que afrontar con apuestas y estrategias y no con remiendos coyunturales o viejas recetas como hasta ahora, de todo lo cual ya sabemos y padecemos sus resultados negativos y, en ocasiones, anticooperativos.
Sí, salirse pues de esta óptica corporativa y antidemocrática que ha transformado a asociados en meros clientes y a la ausencia de fines de lucro e intermediarios en utopías con el auspicio de “mandarines  estatales” como el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), cuya anarquía, ilegalidad, arbitrariedad e ignorancia escapan a nuestro control y participación y paradójicamente todavía, exentas de todas las instancias judiciales.
Así las cosas, es hora de operativizar y expandir todas las oportunidades/posibilidades disponibles sobre educación cooperativa productiva para legislar recién un nuevo derecho cooperativo  que valore e integre todas las nuevas experiencias cooperatistas  con nuevas y simplificadas estructuras organizativas, institucionalizando nuevos servicios cooperativos y experiencias comunitarias diversificadas que se han acreditado como complementariamente capaces de dar respuestas solidarias e inclusivas a las viejas y nuevas necesidades físicas básicas.
Acentúan y agudizan este desafío realidades cooperativas negativas que paulatinamente vienen “extraviando” su pureza fundacional con las excusas de una imparable globalización y/o productividad, y/o competitividad e innovación o rentabilidades, en general, tantas veces, todas ajenas no solo al espíritu cooperativo, sino reñidas con las motivaciones originales que dieron origen a la propia organización cooperativa de que se trate.  
Ante estas realidades reprochables, la Educación Cooperativa -ícono, valor, cultivo y cosecha de solidaridades-  debe ser permanente como especial asunto y asignatura escolar, conforme las leyes 1.420, 16.583, 23.427, 26.206, etcétera,  no sólo de todos los establecimientos educativos argentinos en todos sus niveles, sino también, en categoría de singular corresponsabilidad convergente y mancomunada, de todas las instituciones sociales en pos de lograr finalmente una categórica cultura axiológica solidaria civil.
Habrá pues que ir pensando entonces que tanto la educación como la solidaridad social no son solamente derechos humanos universales, sino también un deber personal, de ciudadanía, de responsabilidad social, científica, tecnológica, política, económica, cultural y ambiental.
Claramente, necesitamos nuevos cooperativistas para nuevas cooperativas como  nuevas formas de hacer cooperativismo. Así entonces, sin demora, reimpulsemos la educación solidaria civil (cooperativas, mutuales, fundaciones/Organizaciones No Gubernamentales, etcétera) asimilando gradual y progresivamente para ello todo lo bueno que modernamente hoy tenemos a nuestro alcance, sin desdeñar el extraordinario bagaje fundacional de nuestra experiencia histórica cooperativa, ya no para repetirla, sino para repensarla y recrearla a la luz de las nuevas necesidades, oportunidades y posibilidades del presente.
Roberto F. Bertossi, Experto de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau) en Cooperativismo
 
Los que señalan con el dedo
 
Las noticias día a día nos reflejan un gran recorte de la realidad que algunos consideran meramente trágica, teniendo en cuenta los números de muertes tras una violencia que parece no dar lugar a excepciones.
Sin embargo, en lo cotidiano encontramos, con frecuencia y quizás ya de una manera más explícita, a unas de las peores bofetadas que si bien no marcan, dejan huellas: los estigmas y los prejuicios sociales.
A lo largo de la historia han existido diversas formas de expresar una estigmatización, a partir de una evolución o involución de un ser humano más consciente de los derechos humanos. Aunque es una cuestión que parece ser propia de una sociedad contemporánea, no es ajena en el tiempo. 
Ya en el mundo griego se hablaba de estigma como signos corporales que exhibían algo moralmente malo (cicatrices, heridas) y cuyo portador era esclavo o delincuente.
Pese a las variaciones, la denominación actual de estigma se asemeja un poco a esta definición griega, aunque ya no aludiendo a los signos corporales sino más bien al mal en sí mismo.
Desde las psicología social se ha establecido una clara diferencia entre prejuicio y estigma, aunque cierto es que uno de los conceptos da lugar al otro. 
Es relevante tener en cuenta que hablamos de prejuicio cuando se menciona una opinión, generalmente negativa, sobre una persona o cierto grupo social sin un previo conocimiento del mismo. Y, por otro lado, mencionamos un estigma cuando una persona tiene cualidades o condiciones para incluirse dentro de cierta categoría social.
Cada individuo es un portador neto de esos prejuicios y estigmas que se han establecido desde el entorno del grupo primario como así también desde los medios masivos de comunicación que hacen aun más efusiva la discriminación social.  
Si bien no se es consciente de las pautas que se establecen para determinar que una persona sea considerada como “normal” , los adolescentes más propensos a las estigmatizaciones se sienten más solos y excluidos de los grandes grupos que los marginan.
Todo esto nos lleva a concretar que la teoría de la estigma surge para señalar con un dedo al inferior en un mundo donde la competencia es cada vez más mayor.
Uno de los portadores que se comportan como estigmatizadores son los medios de comunicación, por ejemplo, al momento de elaborar las agendas temáticas. Así sucede cuando un caso de muerte de una persona de clase alta abarca más tiempos en la televisión que el asesinato de una persona de clase media-baja.
La ropa, los accesorios y el contenido general que los medios masivos de comunicación divulgan son también elementos que determinan cierto prototipo de individuo. Persona que por a lo que puede acceder se va a diferenciar y a la vez excluir del resto que no puede hacerlo del mismo modo.
Las publicidades que definen las tareas femeninas, la visión del hombre como un ser fuerte, las familias que tienen televisores y celulares de alta gama, los inmigrantes ilegales, los negros que roban, son algunos casos de hábiles estigmatizaciones que se plantean y se tornan cada vez más naturales en la sociedad por una convención impartida desde los medios, actuando como reforzadores de opiniones ya establecidas entre los grupos sociales.
El problema es aun más grave cuando se enfrentan el estigmatizado y el estigmatizador, ya que el más débil no sabe bajo qué categorías será analizado y clasificado. O, más bien, siendo el estigmatizado consciente de las cualidades que lo caracterizan, tenderá a encerrarse y a excluirse dentro de su grupo de pares.  
Prejuicios y estigmas una vez más van de la mano, funcionando como dos elementos causantes de una violencia simbólica que favorece siempre al más fuerte, al dominante, al poderoso que ha instaurado esta forma implícita de oprimir. 
 
Micaela Felber
DNI 36.187.412

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