Autor ineludible de la actual literatura cordobesa, Julio Castellanos viene de publicar un libro sin precedentes en La Docta. Y es que su “Poesía Reunida” (Ediciones Llanto de Mudo) condensa 30 años de escritura a través de trece poemarios; desde “Umbrales”, de 1983, hasta “Eso que no es sueño”, de 2013. ¿Síntesis de una vida, testamento literario, adiós a la poesía? La respuesta yace en el teclado de su “Lettera 22”; esa que aún martilla contra la hoja en blanco del olvido
El poeta vive en barrio Juniors. ¿En qué otro barrio podría vivir un poeta cordobés? Y es que sesenta y dos años atrás, en la estadio que se levanta a dos cuadras de su casa, los míticos “Poetas del Césped”, de General Paz Juniors, daban cátedra los domingos. Y acaso algo de esa lírica haya absorbido el pequeño Julio cuando su padre, fanático del “Albo”, lo llevaba a la cancha sin saber que su hijo sería poeta y (menos que menos) hincha de Talleres. Lo cierto es que, subiendo los diez pisos de la torre en donde vive y que no es de marfil (porque Julio nunca se aisló del mundo con sus versos) se puede ver la cancha de tribunas azules y su “GPJ” en un blanco despintado por los soles y los días. “Me vi un montón de partidos desde este balcón -me dice el hombre-. Hace más de 20 años que vivo acá, así que sacá la cuenta…”. El complejo ochentoso en donde vive Julio, más conocido como “Las Torres de Juniors”, es uno de los primeros de la ciudad en su tipo. Y se parece tremendamente a los edificios soviéticos. Y me digo que en el fondo, Julio Castellanos también es “uno de los primeros complejos ochentosos” de la ciudad pero en literatura. Y es que, a imagen y semejanza de las construcciones de la URSS, también él aspiró a una obra amplia y en altura, con ventanas desde donde ver cómo la poesía modificaba al mundo haciendo la vida más amable. Por eso es que desde los umbrales de un país que despertaba hacia eso que no es sueño (porque es ampliación de la conciencia) hablo con el poeta que dejó abierto en vida su propio testamento; ese que no tiene forma de “papel legal” sino de bibliorato de 500 páginas prensadas de puro ritmo y pensamiento.
Nuevo umbral con naranjas amargas
-No es frecuente que un autor reúna toda su producción en vida y la publique en un solo tomo ¿Es un cierre de tu obra, es una despedida de la poesía?
-Ni una cosa ni la otra. Pero me interesaba, sí, reunir todos mis libros en uno solo, ya que hay un tema común que los liga. Por eso creo que el libro funciona como cierre conceptual; en todo caso como un adiós pero no a la poesía sino a un tipo de construcción del poema signado por la melancolía. Todo lo que tenía para decir en relación a ese tono ya lo dije, ya está.
-¿Y qué es lo que viene ahora en tu obra?
-Empecé con algunas cositas sueltas que ya veré adónde me llevan. De momento no hay apuro por publicarlas.
-En tu primer poemario, “Umbrales”, ya se esbozaban los temas de toda tu obra ¿eras consciente de eso al escribirlo?
-Sí, y es lo que yo creo también; porque ese primer libro también puede leerse como el último. En realidad, es un libro que se escribió durante diez años y donde está presente cierta reflexión a la que fuimos obligados por el silencio al que nos impuso la dictadura.
-¿Y cuál es esa reflexión?
-Mirá, yo había sido un jovencito que escribía poesía, estaba en la facultad y tenía la idea de que la escritura servía para cambiar cosas. Pero en el ´74 se produjo un acontecimiento muy doloroso para mí, la muerte de un amigo con el que escribíamos juntos, que era Angel Zapata. Y un año después de la muerte del “Babi” me expulsan de la facultad por mis ideas políticas y me quedo sin nada. Así que “Umbrales” se empezó a escribir en ese tiempo. Y por eso está lleno de reflexiones y preguntas sin respuestas. Es la conclusión de muchos años y el título habla sobre esos nuevos lugares donde estábamos parados vislumbrando un nuevo país, una nueva poesía, una nueva libertad.
-¿Ahora también estás esperando en un “umbral”?
-Exactamente. Y por eso te decía que ese primer libro en el fondo también puede ser el último. Después de “Umbrales” salieron libros más livianos, como “Líneas” o “Nubes”, pequeñas observaciones mías.
-Como epílogo de tus 30 años de poesía escribiste “Naranjas amargas”, el poema que cierra el libro ¿qué me podés decir de ese texto?
-Que más allá del valor estético que pueda tener, el poema cierra como conclusión y la palabra llega al destino de la palabra, es decir al silencio. Tomé las naranjas amargas porque están en las calles poco categorizadas de Córdoba y nadie las junta porque no sirven para nada. Ni para hacer un dulce. Sólo son el alimento de algunos pájaros que las picotean. Esas naranjas son como la inutilidad del nombrar ante la objetividad de lo existente. La poesía no sirve para nada que tenga que ver con lo real y creo que en esa propiedad radica su mayor grandeza.
Aprendiendo a escribir
-¿Cómo empezás con la escritura?
-Fue a los 9 años y a partir de una muerte, la de un perro que quise mucho y que se llamaba “Dini”. Lo tenía desde los cinco años y se murió en mis brazos, atropellado por un sodero. De ahí que a los soderos no los quiero (risas). Y lo primero que hice tras su muerte fue narrar su historia. Desde entonces, a todas las cosas que sentía importantes las traducía en texto. Luego entendí que la escritura tenía autonomía y que lo que se cuenta no necesariamente tiene que ver con uno, aunque sí con los estados imaginarios de uno. Después, pasé por un secundario mediocre, pero con un gran profesor de literatura que me hizo amar a los poetas españoles: Góngora, Quevedo, Argensolas…
-¿Fue por esos tiempos que le llevaste tus versos a Francisco Colombo?
-Sí. Me había enterado de que en el diario “Córdoba” trabajaba ese generoso ser que todavía por suerte vive y que era “Pancho”. Le mostré unos poemas y me dijo “esto no sirve pero esto sí, trabajalo más. Y traeme lo que vayas escribiendo así lo corregimos”. Hasta que un día, vi publicado en el diario un poema mío en una página joven. Fue una alegría inmensa, aunque era un poemita lamentable que por ahí debe andar…
-Y fuiste parte de “El taller del escritor”…
-Sí, empecé en el taller de “Pancho” y ahí lo conocí a Daniel Moyano y a Susana Cabuchi. Luego, en la facultad, con “Cuqui” Oviedo armamos un grupo más “de izquierda” y publicábamos poemas sin nuestros nombres como un juego. Hasta que en el ´75 se acabaron todos los juegos. Yo era docente, me echaron y recién volví diez años después…
-¿Y qué pasó en esos diez años?
-Seguí con mi trabajo en la Municipalidad, que me permitía vivir y alimentar a mi familia. Y seguí escribiendo secretamente, no porque me lo prohibieran sino porque me silencié, como tantos. Por suerte nos juntábamos a leer con amigos. Con “Cuqui” leímos la obra completa de Hegel. Fue una especie de catarsis pero mi formación siempre ha sido así, lecturas, mirada y observación; construir a partir de lo existente y no a partir de mi existencia. Creo que eso es muy importante.
-Cultivas el soneto, pero con un sonido moderno ¿cuál es el secreto?
-Se debe a ese viejo profesor del secundario que te dije y a que me considero un buen lector de la preceptiva. Me interesa mucho la forma y la música y la poesía es eso. A mí el soneto siempre me pareció simpático porque tengo una cadencia de pensamiento endecasilábica. Hay otros que piensan en octosílabos, que suele ser el ritmo de la poesía popular. No hablo de un mero “metro externo” sino de “ritmo interno”, de la respiración del poema. Pero ojo que a veces el soneto puede ser una forma regresiva. No hay señora ni señor conservador que se le resista…
Poesía popular cordobesa
-Dictás desde hace 30 años el Seminario de Literatura de Córdoba en la UNC ¿en qué consiste?
-Básicamente en hacer un breve panorama de la producción en la ciudad, desde su fundación hasta el Siglo XX. De Luis de Tejeda, en el Siglo XVIII, pasamos a Lugones a fines del XIX. Córdoba debe ser el único lugar en el mundo donde durante 50 años no hay literatura. Pero como sabemos que eso es imposible, pensamos que esa producción debe estar guardada en el monasterio de alguna orden de esta ciudad tan beata.
-¿Interesa mucho el seminario?
-No, pero interesa intensamente que es más importante. Este año tenemos siete alumnos a punto de terminar la carrera. Muchos de ellos eligen temas de la literatura de Córdoba para sus tesinas de licenciatura o doctorado.
-¿Qué autores cordobeses no pueden faltar en tu biblioteca?
-En poesía, Leopoldo Lugones, Glauce Baldovin, Alfredo Martínez Howard, Marcelo Masola, y de los actuales, Susana Cabuchi y Susana Arévalo. En narrativa, Jorge Barón Biza, Raúl Dorra y “Cuqui” Oviedo.
-¿Y la poesía actual de la ciudad, cómo la ves?
-Muy buena, con mucha amplitud y autores que me encantan como Marcelo Dughetti, Lucas Tejerina, Leticia Ressia, Alexis Comamala y todo lo que publica “La Creciente”. Córdoba tiene, hoy por hoy, una poesía muy intensa y llena de voces que van a quedar…
Y cuando la tarde se cae a pique como suicidada desde el décimo piso de un edificio soviético, le pregunto a Julio si cree que su voz también va a quedar. “Eso nunca se sabe, es impredecible”, me responde. Pero al sacarle una foto en el balcón y ver las siglas de la cancha de General Paz Juniors, le digo que acaso sean un presagio: “Chau, Gran Poeta Julio”, le digo. Y el hombre me sonríe desde esa tarde que comparte con su novia Trini pero también desde aquellas otras tardes, esas donde aún vivía “Dini” y su padre lo llevaba a la cancha del “Albo” para darle las primeras cátedras de lírica, las primeras nociones de poesía cordobesa que, por ese entonces, se plasmaban sobre el verde césped de su barrio.
Iván Wielikosielek
Una máquina de escribir poemas
Julio Castellanos nació en Córdoba en 1947, es Licenciado en Letras y docente en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Dirige las Ediciones Argos, que desde 1983 ha publicado más de 300 títulos. Ha publicado 13 poemarios, “Umbrales” (1983), “Líneas” (1985), “Elementos” (1987), “Nubes” (1989), “Lugares” (1991), “Poemas del amor” (1992) “Cercanías” (1994), “El motivo es la mujer” (1996), “Residuario” (2001), “Jardín a tientas” (2005), “Lettera 22” (2009), “Toda aparición se desvanece” (2009) y “Eso que no es sueño” (2011).
ELLA
1-
Esta Olivetti Lettera 22, estuche gris azul,
llegada a mí
junto al oleaje de un amor naciente,
es también aquélla
con la que manos jóvenes y torpes
-las mías- escribieron
letras al azar, un alguien ya olvidado.
(Creía, por entonces
en una poesía
apta para modificar el mundo
o al menos
apta para hacernos de un ardor
que volviese la vida más amable).
Con aquélla, la evocada, no escribí
ningún poema que mereciera ese nombre.
Y el tiempo extravió la muda compañera
entre otras desmemorias.
Julio Castellanos, de su libro “Lettera 22”